Queríamos acoger
EL verano del 2015, poco antes de la foto del pequeño Aylan muerto en una playa turca, Angela Merkel hizo llorar a una niña palestina. Reem Sahwil, de 14 años, contaba a la canciller, en fluido alemán, que llegó de un campo de refugiados en Líbano cuatro años atrás y que su sueño era estudiar en Alemania, pero que dependía de la solicitud de asilo de su padre. Merkel le explicó que Líbano no era un país en guerra y que había miles de palestinos, y muchísimos africanos, en ese estado. “Si les dijéramos a todos que pueden venir… Algunos tendrán que volver a su país”. Reem rompió a llorar y su desconsuelo se hizo viral. Las redes bramaron: “¡Haz llorar a Merkel! Envía una cebolla a la canciller”. La adolescente y su padre lograron un permiso temporal, pero Merkel era ya un monstruo insensible, aunque hubiera abierto su país a miles de refugiados.
Nada más llegar a la Moncloa, Pedro Sánchez ofreció un puerto a los 630 migrantes del Aquarius. Pocos se atrevieron a criticarlo. Esta semana han desembarcado 87 rescatados por Open Arms. Su acogida ha sido más fría. Andalucía ha reclamado recursos y solidaridad del resto de las comunidades. Y, en este punto, conviene viajar a febrero del 2017. Unas 160.000 personas se manifestaron en Barcelona para pedir a los políticos soluciones para los refugiados: “Volem acollir!”. Fue la más multitudinaria de Europa, Puigdemont recibió a los organizadores. Nada se escucha ahora sobre los que llegan a Algeciras. Algunos dirán que no es lo mismo refugiados que inmigrantes, pero quizá es que hay situaciones que suscitan empatía (el llanto de Reem) y otras no tanto. Otras, como las hileras de refugiados cruzando fronteras, estimulan el voto de ultraderecha. Lo explica Manuel Arias Maldonado en La democracia sentimental: hoy la política se debate “entre la frialdad estatal y el sentimentalismo ciudadano, entre la razón burocrática y el corazón civil, entre las palabras del poder y las lágrimas del desposeído”.