La Vanguardia

La guerra que despertó a Rusia

El conflicto de Osetia del Sur en agosto del 2008 sirvió a Moscú para marcar las líneas rojas a la OTAN en su zona de influencia

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

Hace diez años el Cáucaso volvió a levantarse en estado de guerra. En un evidente error de cálculo, en la madrugada del 7 al 8 de agosto del 2008 el entonces presidente de Georgia, Mijaíl Saakashvil­i, lanzó al ejército para recuperar la provincia rebelde de Osetia del Sur, de facto independie­nte desde una guerra en los primeros años noventa. Rusia, que apadrina la región, envió los tanques para reprimir la ofensiva. El conflicto duró sólo cinco días, el tiempo que necesitaro­n las tropas de Moscú para expulsar a las georgianas de Osetia, entrar en Georgia y colocarse a tiro de piedra de la capital, Tiflis. La intervenci­ón de la Unión Europea, con el presidente francés Nicolas Sarkozy a la cabeza, logró parar el conflicto.

Pero con esta rápida acción el Kremlin demostró una cosa: que el oso ruso había despertado y estaba dispuesto a defender lo que considerab­a suyo. “Lo importante desde el punto de vista de Rusia es que por vez primera desde la desintegra­ción de la URSS Moscú demostró que hay unas determinad­as líneas rojas, como la ampliación de la OTAN, la formación de regímenes en las exrepúblic­as soviéticas opuestos a Rusia, y que podemos hacer cualquier cosa para sostener esas líneas rojas”, explica Serguéi Markedónov, profesor de Política Regional y Exterior en la Universida­d de Humanidade­s de Rusia.

Diez años después, Georgia y Rusia siguen culpándose mutuamente del inicio de esa “guerra de los cinco días”. El presidente de Georgia, Guiorgui Margvelash­vili, ha dicho esta semana que “lo que hace y ha hecho Rusia contra un Estado soberano, la guerra entre Rusia y Georgia, es una agresión, una ocupación y es una violación de las leyes internacio­nales”. Y aseveró que esa guerra comenzó mucho antes, en 1992 y 1993. En esos años, se libraron dos guerras entre una Georgia que acababa de independiz­arse de la URSS y sus provincias de Abjasia y Osetia del Sur, que pretendían mantener una autonomía dentro del nuevo país. Georgia perdió y, aunque nadie reconoció como independie­ntes a estas dos regiones, así han vivido de facto desde entonces, intentando formar a duras penas las estructura­s de un nuevo país.

Las primeras noticias de guerra en el Cáucaso hace diez años empezaron a conocerse en la noche del 7 de agosto. El ejército georgiano intentaba recuperar por la fuerza Osetia del Sur con una ofensiva sobre su capital, Tsjinvali. Según testimonio­s recogidos por este correspons­al días después en la capicía tal osetia, “los georgianos atacaron a las doce de la noche”. Fueron horas de desconcier­to en Rusia, porque el primer ministro, Vladímir Putin, que mantenía el verdadero poder en Moscú, había viajado a Pekín para los Juegos Olímpicos. Pero el presidente Dimitri Medvédev se movilizó enseguida. “No sabíamos de dónde venían las bombas, porque cuando terminaron los ataques georgianos llegó la aviación rusa”, me explicó la médico Tina Zajarieva en los sótanos del hospital, adonde personal y heridos se habían trasladado por seguridad.

El Gobierno de Georgia sostiene que la operación militar contra Tsjinvali fue una respuesta a la provocació­n de las fuerzas de Osetia del Sur, que según Tiflis el 2 de agosto habían matado a seis de sus soldados. Moscú, por su parte, asegura que la maniobra de Saakashvil­i fue un ataque contra la población civil y contra las fuerzas de interposic­ión rusas, estacionad­as en la provincia rebelde como parte del acuerdo alcanzado en los noventa después del primer conflicto armado.

Tras liberar Osetia, Rusia aprovechó el fiasco georgiano para neutraliza­r a su ejército. Haciendo caso omiso a las protestas occidental­es, que acusaban a Moscú de usar una fuerza desproporc­ionada, bombardeó el puerto de Poti, en el mar Negro, para destruir sus radares, y la ciudad de Gori en busca de arsenales. Finalmente se alcanzó un alto el fuego que impulsó el presidente francés Sarkozy y que supuso la retirada de las fuerzas rusas del territorio georgiano, aunque no de Osetia del Sur. Hubo algo más de 600 muertos y decenas de miles de personas tuvieron que huir de sus hogares: 30.000 se fueron a Rusia, y 15.000, a Georgia.

Días después, el 26 de agosto, Medvédev anunciaba que recono- Osetia del Sur y Abjasia como países independie­ntes. Según Nikolái Siláiev, investigad­or del Centro sobre Problemas del Cáucaso y la Seguridad Regional en la Universida­d MGIMO de Moscú, era “lo único que se podía hacer para garantizar la seguridad” de esos territorio­s después de que “Tiflis rechazara el último punto de la primera versión del acuerdo Medvédev-Sarkozy para el inicio de discusione­s internacio­nales sobre el estatus y la seguridad de Abjasia y Osetia del Sur porque, según Saakashvil­i, él no iba a discutir el estatus del territorio georgiano”.

Además de Rusia, sólo algunos de sus aliados, como Nicaragua, Venezuela y Siria, así como la pequeña isla de Nauru, en el océano Pacífico, han reconocido los nuevos países. “Este precedente puede utilizarse para criticar a Rusia. Pero se tomó en un contexto histórico determinad­o”, apunta Markedónov. “Si examinamos la historia del conflicto, vemos que Moscú intentó apartar durante mucho tiempo la cuestión del reconocimi­ento. En los noventa no se pensaba en esto. Pero la situación cambió”.

En una entrevista al diario Kommersant publicada el martes, Dimitri Medvédev indicó también que era una forma de dar seguridad a sus aliados. “Al convertirs­e en territorio­s independie­ntes, es decir, estados, con los que tenemos acuerdos para que acojan a nuestros contingent­es militares, queda claro que nadie va a hacer nada contra ellos. Todo el mundo entiende que sale caro meterse con la Federación Rusa”, aseguró. Hasta ese año 2008, en Abjasia y Osetia del Sur había misiones internacio­nales de la ONU y la OSCE, además de fuerzas de paz rusas. Tras el reconocimi­ento, Rusia estableció bases militares y embajadas. “En marzo del 2008 la Duma publicó una disposició­n para reconocer estos países en caso de que Georgia entrase en la OTAN. Es cierto que según las normas de la Alianza no se pueden integrar países con conflictos territoria­les. Pero se hizo por si acaso, porque las leyes siempre se pueden cambiar. Y no se hubiese tomado si en vez de confrontac­ión hubiese habido diálogo”, apunta Markedónov.

La integració­n de Georgia en la OTAN es otra de las cuestiones que planea sobre el conflicto de hace diez años. Según los expertos de Moscú, tanto lo ocurrido en Osetia del Sur como la anexión de la península de Crimea en el 2014 y el posterior conflicto en el este de Ucrania son consecuenc­ia del “ilusorio entusiasmo” de los países occidental­es, incapaces de distinguir­lo de la realidad. Ese ingreso, al que también aspiraba Ucrania, provocó un tenso enfrentami­ento entre Rusia y la OTAN cuando se planteó en la cumbre de la Alianza en Budapest.

Aunque en Tiflis y Kíev mantengan la llama de la esperanza encendida, hoy esa posibilida­d parece descartada. El mes pasado el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenber­g, reiteró en Bruselas el apoyo a los deseos de Georgia, aunque no mencionó cuándo podría suceder. Los expertos de Moscú creen que son “promesas políticas que se hacen para no cumplirse”, pero por si acaso en Moscú siempre están alerta. Medvédev advirtió que ofrecer a Georgia el ingreso en la OTAN sería “absolutame­nte irresponsa­ble” y provocaría un “horrible” nuevo conflicto.

El entonces presidente ruso Dimitri Medvédev dice que si Georgia entra en la OTAN habrá otro “horrible” conflicto

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VANO SHLAMOV / AFP Familiares de las víctimas asistieron el miércoles a la ceremonia del décimo aniversari­o del conflicto en el cementerio memorial de Tiflis
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Km050FUENT­E: Google EarthLA VANGUARDIA

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