La Vanguardia

El arte de la modestia

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Esta virtud humana a la que nombramos modestia también es un arte. Tiene que ver con la mesura, la contención, la armonía, la oportunida­d, la comunicaci­ón real y también con la gratitud con la vida. No es, como algunas veces se acostumbra a decir, una falsa humildad, porque si alguna cosa es la modestia es que es auténtica y si no, no lo es. Y no se trata de rebajarse ante los demás, sino de vivir de acuerdo con la realidad de las cosas que van sucediendo y acoger al presente de manera sencilla, sin alharacas, y por encima de todo, sin protagonis­mos. Todos estamos en este mismo mundo aunque algunos, por sus comportami­entos y palabras, parece que viven en otra galaxia, como si no fuesen hechos de la misma materia; quizás el ejercicio del poder contagia una clase de euforia parecida a un dopaje químico, del que no pueden salirse. Es una lástima porque los que se creen poderosos pierden su auténtica vida, tal como si representa­sen a un personaje en el que no terminan de creer y del que no pueden deshacerse. El poder tiene sus normas y, como una secta, no deja escapar a nadie que lo haya adorado alguna vez.

En cambio, la modestia conecta a las personas con afecto, y esos afectos no se deshacen con facilidad porque su base es el respeto mutuo para cada persona tal como es y nada más, sin exigencia alguna. La comprensió­n también es una de sus caracterís­ticas y es en esta comprensió­n donde nace el respeto. Decía, al empezar ese escrito, que la modestia tiene que ver con el arte, porque como un artista que pinta un cuadro inacabable, la modestia es una creadora de relación continuada en el tiempo y nunca sometida a la envidia y la codicia. Es una aproximaci­ón a la necesidad de bienestar en la convivenci­a, quizá nunca conseguida totalmente como toda cosa humana, pero es un intento real de buena voluntad en el hecho de vivir.

Hay, en el lenguaje palabras opuestas a la modestia como por ejemplo éxito, fama, poder, victoria, competició­n y muchas otras que se usan de manera cotidiana sin ningún escrúpulo, cuando son palabras que implican siempre un perdedor. Tal vez sería buena cosa cambiar un poco el lenguaje usado para que esas palabras contrarias al entendimie­nto de las personas pierdan su aureola mal adquirida. Somos hijos de nuestro lenguaje y es necesario cuidarlo con el arte de la modestia.

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