El ‘top manta’ no tiene traducción al portugués
En julio, un periodista brasileño, Marcelo Carnevale, relataba en el diario Público su reencuentro con Lisboa. “Vislumbro una ciudad expuesta al turismo masivo, como si cada detalle de A Baixa pudiese transformarse en un souvenir sin recuerdos”, contó sobre el corazón turístico de la ciudad, la zona en la que la peatonal Rúa Augusta conecta las plazas del Rossio y del Comércio. Y trazó “la imagen de una ciudad-vitrina, que se vende como un artículo chino de fabricación masiva. Por momentos, detesto Lisboa”.
Recorrer la Rúa Augusta supone “un esfuerzo de driblar estatuas humanas, shows de zapateado, actuaciones de músicos ciegos, gente que pide, camareros ofreciendo mesas y muchos selfies, pues incluso se puede alquilar un palo para selfies ofrecido por algunos africanos”. Aquí son recurrentes los conflictos por el tráfico de drogas, que al visitante extranjero le ofrecen a poco que camine y que llegaron a desembocar el año pasado en una llamativa movilización contra la práctica de vender hojas de laurel como si fuesen estupefacientes, sin que sirviesen para frenarla las recurrentes detenciones de entonces.
En portugués no existe una expresión específica que designe a los manteros, lo que denota en principio que no existe un fenómeno tan conflictivo. Se les llama “vendedores ambulantes”, una categoría que abarca desde los tradicionales comerciantes agrícolas hasta los comerciantes de flores nocturnos, pasando por los puestos de comida callejeros o de venta de recuerdos. El Ayuntamiento establece lugares donde permite estas transacciones, como la venta de artesanía en la plaza de A Figueira, con unos puestos que se adjudican por sorteo. Este verano en los digitales lisboetas ha asomado la queja de los vendedores ambulantes, por los efectos del turismo low-cost ./