El mantero de la Quinta Avenida (esquina con la 45)
Las calles de Nueva York son un gran supermercado.
Se puede comprar de todo mientras se camina por las aceras, dentro y fuera de la legalidad. Entiéndase, la del comerciante, que es de lo que va esto.
Otra cosa sería plantearse la ética del cliente, que daría para todo un tratado de la hipocresía.
Aquí hay de vendedores de humo (de tapadillo: “good marihuana”) a vendedores de ideas, categoría que abarca desde la de los comerciantes de libros de viejo, discos de vinilo vintage o el señor que en el Upper West Side de Manhattan va con su carro anti-Trump vendiendo todo tipo de parafernalia de oposición.
Un personaje, aunque también están los visionarios (y las apps de meteorología). Luce un sol poderoso y ahí está ese vendedor de pashminas (a cinco dólares) que en la retaguardia amontona los paraguas. Sabe por anticipado que vendrá el diluvio.
El caso es que en esta ciudad están registrados más de 20.000 vendedores callejeros o ambulantes. Todo legal. Necesitan tener una autorización, aunque no siempre resulta fácil de conseguir. “¿Qué pasa si no tienes la licencia?”, se repregunta Anton en el cruce de la calle 40 con Broadway, en medio de un enjambre de turistas, la tarde de este pasado jueves. “Pues que te meten una multa. Si reiteras, te pueden quitar la mercancía o detenerte”, aclara este hombre de aspecto y acento del entorno exsoviético que se dedica al negocio de las fotos y los dibujos (“muy flojo”).
El destino de esta ruta es la Quinta Avenida, equivalente a lo bestia del paseo de Gràcia. Por el camino surgen los carromatos de comidas varias –de pretzels a la fruta fresca–, de ropa, de recuerdos, de postales en 3-D, una lista interminable.
¿Y los manteros? Persiste un claro recuerdo de haberlos visto en otras ocasiones, pero hoy parece que no existen o que se han derretido con el calor. Hasta que en la confluencia con la calle 45 surge un personaje que cuadra con el estereotipo. Lleva un carro. En la base, una enorme caja de cartón, y encima, un bulto formado con la típica prenda estilo sábana.
Como canta Rubén Blades en su Pedro Navaja, “mira hacia un lado y mira hacia el otro” antes de desplegar su sábana –camuflado (o eso cree ) por el andamio del edificio–, en la que se acumulan bolsos falsificados. “Nos persiguen mucho, ahora no tanto”, dice el senegalés Meme, “A veces sólo dicen ‘vete’ y otras se quedan el material, según si los policías son buenos o malos”.
Nada más desplegar, los turistas se agolpan en busca de la ganga. No han pasado ni cinco minutos que un colega le avisa. Recoge rápido. Habrá otra calle, otro andamio. / Francesc Peirón