Permisividad policial sólo para jubilados
Hasta hace poco al salir del metro de Moscú era normal verse sorprendido por los gritos de las vendedoras que ofrecían kiwis, piñas o melocotones, según la época. Era un colorido espectáculo de olores, sonidos y cualquier cachivache que se pudiera vender. La situación se le había ido de las manos a las autoridades. Desde los anárquicos 90 se compraba y vendía donde se podía. Y con el paso de los años el comercio en las calles ha funcionado sin control estatal. De eso muchas veces se aprovechaban pequeñas mafias. Según el diario Komsomólskaya Pravda, estos grupos usaban a jubiladas para vender sus productos.
Además, aprovechando iniciales permisos municipales alrededor de las entradas al metro, de las estaciones de tren o de los mercados comenzaron a crecer y en ocasiones a convertirse en auténticos edificios para instalar tiendas o bares de comida rápida de dudosa seguridad sanitaria. El actual alcalde, Serguéi Sobianin, llegó en el 2010 decidido a dar la vuelta a la situación. Aunque le costó años, el Ayuntamiento derribó estas construcciones, despejando el espacio público, metiendo en ocasiones excavadoras sin ninguna contemplación, lo que tampoco le ha ahorrado críticas.
La policía también ha ido apartando del espacio público a los vendedores ambulantes más o menos organizados detrás de un pequeño empresario o grupo que pretendía vender sus productos sin pagar al fisco. Y ha evitado que la salida del metro siga siendo una aventura diaria. Existen multas por la venta sin permisos en las calles de Moscú, pero, por otra parte, la autoridad es permisiva con los mayores que se sientan en cualquier esquina a vender las primeras bayas del verano, los tomates de su dacha o las setas que dan los bosques. Es una forma de aumentar las bajas pensiones del país. De media, un jubilado ruso cobró el año pasado alrededor de 175 euros. /