La Vanguardia

Gasto fiscal

- TRIBUNA Antonio Durán-Sindreu Buxadé Profesor de la UPF y socio director de DS

Si aceptamos que el destino de los impuestos es sufragar el importe del gasto, coincidirá­n conmigo en que, antes de afrontar su redistribu­ción, hay que centrarse en su gestión. Sin embargo, la acción política no parece regirse por aquello de lo de un “ordenado padre de familia”, sino por un grotesco clientelis­mo fiscal. Por ello, la mayoría de los políticos focalizan sus políticas en los ingresos y, muy pocos, en el gasto. Poco parece importar su gestión y si su cuantía es asumible y sostenible. Nada tampoco contribuye a ello que vivamos consciente­mente inconscien­tes, esto es, que desconozca­mos el verdadero esfuerzo fiscal que cada uno de nosotros estamos realmente asumiendo. Nos quejamos de lo que pagamos directamen­te, para entenderno­s, del IBI, de la plusvalía municipal, o del impuesto sobre sucesiones, pero no de la ingente cantidad de impuestos que, debidament­e troceados, y a través de intermedia­rios, pasan desapercib­idos frente a nuestros ojos.

Por ello, lo prioritari­o no es subir o bajar impuestos, sino algo más elemental: priorizar el gasto. Esto quiere decir que bajo la premisa de la austeridad, hay que eliminar lo superfluo y lo innecesari­o así como evitar las duplicidad­es. Priorizar es también centrar el esfuerzo en su control por parte del Parlamento y en el de sus desviacion­es presupuest­arias, que aunque pasen desapercib­idas y sorprenden­temente carezcan de consecuenc­ias, no son menores. Priorizar es igualmente evaluar y cuantifica­r la eficacia de la desorbitan­te cifra de ingresos que se dejan de recaudar en concepto de ayudas,

Lo prioritari­o no es subir o bajar impuestos, sino algo más elemental: priorizar el gasto

prestacion­es, incentivos, reduccione­s, exenciones, bonificaci­ones, regímenes especiales y un largo etcétera. Es pues necesario evaluar las políticas públicas y priorizar todo aquello que permita obtener mayores recursos por una vía distinta a la de aumentar los impuestos. Es por tanto imprescind­ible una política de ejemplarid­ad en la austeridad, la eficiencia y la eficacia. En definitiva, e igual que se incide en el fraude en los ingresos, hay que incidir también en el fraude en el gasto, esto es, en la asignación ineficient­e e irresponsa­ble de recursos públicos. Todo céntimo de euro que por tal motivo se cobra de más al ciudadano, es un fraude al mismo. De ahí la importanci­a de una necesaria política de transparen­cia basada en tal ejemplarid­ad. Y todo, claro está, sin olvidar la imperiosa necesidad de luchar contra el fraude fiscal, esto es, contra la ocultación intenciona­da de ingresos a la hacienda pública.

Finalizada esta tarea es cuando hay que hincar el diente a la necesidad de mayores ingresos, al diseño del sistema tributario, a los problemas que su aplicación plantea, y a replantear cómo redistribu­ir el gasto público entre los ciudadanos en un modelo de sociedad en el que el Estado presta cada vez más servicios “individual­izables” a quienes los utilizan, cuestión que tampoco es menor. Pero antes, prioricemo­s el gasto.

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