La poderosa Merkel
Las piruetas de la historia son a veces entrañables. Invitó ayer Pedro Sánchez a Angela Merkel a visitar Doñana y la memoria saltó a aquel 1989, cuando Felipe González recibió a Helmut Kohl en el mismo paraje y ambos estrenaron una estrecha amistad. Por aquel tiempo, una joven Merkel hacía sus pinitos en la política y no tardó en colocarse como ministra de Mujer y Juventud, cargo por el que pasó sin pena ni gloria y al que accedió por cuota, no tanto femenina, sino ossi, mote despectivo hacia los alemanes del Este. Pero Merkel destacaba más por sus habilidades dentro del partido y Kohl la promocionó. Sánchez cursaba entonces sus primeros años de Económicas.
La figura de Merkel ha sido glosada como ángel o diablo según en qué aspecto de su gestión se ponga el acento. Es innegable su habilidad pactista y negociadora dentro y fuera de su país. Es capaz de incomodar a personajes intimidatorios como Putin o Trump, mientras entabla robustos lazos con un líder en las antípodas de su estilo como Sarkozy. A Rajoy le tocó aliarse con la Merkel intransigente, la que sacralizó la austeridad como receta para salvar el euro, la que impuso condiciones implacables a una Grecia exhausta. Sánchez recibe una Merkel preocupada por la inmigración y los refugiados y, sobre todo, por el populismo que utiliza esos fenómenos para intoxicar la política y amenazar el proyecto europeo. No hay por qué dudar de su sincera inquietud, aunque quizá de aquella polvareda provengan estos lodazales.
Los acuerdos entre Merkel y Sánchez no van a solucionar el complejo rompecabezas de la inmigración. Buscan más bien coartadas para combatir los discursos xenófobos e intolerantes que recorren su países y toda Europa. En esa pedagogía consiste también ejercer un liderazgo. Stefan Kornelius, biógrafo de Merkel, asegura que, tras doce años en el poder,
Merkel “ha aprendido a disfrutarlo”. A su lado, Sánchez acelera su instrucción.