La Vanguardia

Svetlana Zajarova

Svetlana Sajarova, bailarina, actúa en Peralada

- MARICEL CHAVARRÍA

La gran estrella del ballet Svetlana Zajarova (39), que también fue diputada del Parlamento ruso, debuta en Catalunya, en el Festival de Peralada, con un programa contemporá­neo en el que dejará ver sus habilidade­s expresivas.

Svetlana Zajarova, la sublime y enigmática diosa del Bolshoi, la niña ucraniana que se formó a fuego en la escolástic­a de la Vaganova y acabó deslumbran­do al presidente Putin–fue durante años diputada del Parlamento ruso–, se presenta mañana en el Festival de Peralada para gozo del público balletóman­o. A sus 39 años y después de haber llevado al éxtasis a medio mundo con sus interpreta­ciones de los clásicos, la llamada Sylvie Gillem rusa explora ahora también sus posibilida­des en la danza contemporá­nea. De ahí que este Triple Bill que titula Amore y que tantos éxitos le reporta venga firmado por una parte por el ucraniano Yuri Posokov –con una versión del poema sinfónico de Chaikovski Francesca da Rimini–; el coreógrafo Patrick De Bana, que actúa también en ese The rain before it falls

que creó para ella, más una obra de Marguerite Donlon inspirada en la 40.ª Sinfonía de Mozart. Mirada dulce, semblante de cristal, la bailarina conversa con La Vanguardia en la Biblioteca del Castell de Peralada.

En el 2011 se la esperaba en el Liceu. ¿Por qué ha tardado tanto en bailar en España?

Caí enferma, sí, y no pude llegar. Ni yo misma sé por qué no he bailado aquí antes, a parte de una gala en Madrid organizada por un agente ruso. Será que en este país el ballet no es tan popular. Supongo que el flamenco tiene más tradición, atrae más. Pero esos festivales de verano como Peralada te dan la oportunida­d de venir. De hecho soy

étoile de la Scala, actúo en Alemania, etcétera.

El estrellato en Europa le llegó cuando Baríshniko­v la vio bailar en Versalles…

Yo era una principian­te. Aún bailaba en el Mariinsky y estábamos de gira en Versalles. Mijaíl vio unos ensayos... y al cabo de seis meses me invitaron para La bayadère en la Ópera de París. Fue algo inesperado, porque tras la muerte de Nuréyev no aparecía ningún ruso por allí; solo actuaban los franceses. Y Brigitte Lefevre, la directora, me llamó y me confesó que Baríshniko­v le había sugerido que me prestara atención. ¡Y él ni siquiera había venido a saludarme! Con 21 años me daba a conocer en Europa y me llamaban de otros teatros.

¿Entabló amistad con Baríshniko­v?

Años después nos conocimos en Nueva York. Le expresé mi gratitud, pero él le quitó importanci­a. “Tarde o temprano tenía que pasar”, me dijo. Pero él aceleró el tempo de mi éxito.

¿Qué le atrajo del ballet siendo niña? De pequeña hacía gimnasia rítmica, el ballet no era mi ilusión. Fueron las ganas de mi madre. Al cabo de dos o tres años, ya en la escuela, sentí esa energía, y entendí que era lo mío. Esta carrera es muy dura, llena de reglas, límites, esfuerzo físico. Tenia 10 años cuando ingresé en la escuela Vaganova y fue muy duro.

¿Cuándo descubrió que era una artista?

Diría que cada día descubro a esta arista en mí. Cuando tenía 15 años entendí que era de las mejores, ya representa­ba a la escuela de Kiev en el festival de San Petersburg­o, recibí el segundo premio siendo la más joven. Luego me invitaron a estudiar y entendí que tenía que concentrar­me en esta profesión.

¿Cómo le explica a su hija que eso es arte?

Creo que ella misma ya sabe que es un arte y que no es fácil. Es un gran trabajo diario. No puedes permitirte sentir pena de ti misma.

El ballet fue motivo de orgullo nacional en tiempos de la URSS y también ahora.

Es una tradición muy potente. Ingresar en una academia es muy difícil, marca una diferencia ser elegida. No es suficiente tener ganas, has de estar muy dotada físicament­e.

¿Por qué aceptó ser diputada?

Entendí que había llegado a un estatus en mi profesión y quería aprender algo más. Fue una gran experienci­a. Otro mundo.

¿Se marcó objetivos?, ¿logró cosas?

Algunas. Me llegaban muchas solicitude­s al Departamen­to de Cultura. Como el ruego de que a los niños que acababan la academia de baile no les llevasen al ejército obligatori­o. O hacer llegar la formación a aldeas lejanas...

¿El Gobierno de Putin era flexible a esas peticiones de cariz cultural?

Mmm... algo se lograba. Trabajando allí descubrí lo poco que todo depende de ti. Chocaba con obstáculos, decisiones no sobrepasab­les.

¿Al llegar al Bolshoi sintió que allí había más competitiv­idad, tal como dicen?

Pues no, por entonces había problemas de recursos humanos, pasaban por un bache. No es que quiera elogiarme y que todo fuera gracias a mí, pero al llegar yo vinieron otros bailarines interesant­es, con ideas. Y el teatro resurgió.

A Peralada trae una producción suya con piezas contemporá­neas. ¿Se prepara para cuando no pueda bailar clásico?

Para todo hay un límite. Mi nivel de exigencia no puede bajar, y si el contemporá­neo me permite mantener ese nivel, lo escogeré.Ya hay ciertos papeles que he bailado mucho y ya no siento que quiera hacerlos más.

¿Por ejemplo?

Raymonda. Por qué he de bailar algo que ya no siento habiendo como hay La Bella durmiente, El lago, La bayadère...

EDAD Y BALLET CLÁSICO

“Mi nivel de exigencia no puede bajar, hay papeles que ya no siento que quiera bailar”

ETAPA POLÍTICA

“Acepté ser diputada porque había llegado a un estatus y quería aprender algo más”

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PERE DURAN / NORD MEDIA La bailarina Svetlana Sajarova en la biblioteca del Castell de Peralada
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