La Vanguardia

Escocia tiene que esperar

La nueva estrategia independen­tista no es preguntar cuándo ha de celebrarse otro referéndum sino por qué

- RAFAEL RAMOS Tobermory. Correspons­al

Nicola Sturgeon prometió que en otoño actualizar­ía los planes para la convocator­ia de un nuevo referéndum de independen­cia, una vez que pudieran verse mejor las perspectiv­as de lo que deparará el Brexit. Pero el otoño está a la vuelta de la esquina, el Brexit sigue envuelto en medio de la niebla más espesa y la primera ministra escocesa no ha tenido más remedio que aplazar sus planes de dar un nuevo impulso al proceso soberanist­a.

Cuatro años después de que los escoceses decidieran por un 55% a un 45% permanecer en el Reino Unido, las posiciones han cambiado muy poco. El apoyo a la independen­cia, según las últimas encuestas, ha subido al 47%, pero en cambio una mayoría considera que no es todavía el momento de otra consulta, y que el Gobierno debe concentrar­se en afrontar los problemas de la sanidad, la educación y la economía. El respaldo a la soberanía se ha incrementa­do entre quienes votaron a favor de la permanenci­a en Europa (un 62%), pero ha caído entre los partidario­s del Brexit (48%).

Tras once años en el poder, el SNP (Partido Nacional de Escocia) sigue ejerciendo la hegemonía, y en unas elecciones autonómica­s (las próximas están previstas en el 2021) obtendría un 41% de apoyo y sería con diferencia la formación más votada (54 de 123 escaños). Pero el bloque unionista –conservado­res, laboristas y liberaldem­ócratas– le superaría en tres escaños en el Parlamento de Holyrood.

Las opiniones sobre la gestión de Sturgeon están divididas al 50%. Ninguna luna de miel es eterna.

La primera ministra necesita hilar muy fino en su estrategia, porque los referéndum­s no se fabrican como rosquillas, y en la recámara hay un número muy limitado de balas. Ya utilizó una en el 2014, que estuvo más cerca de hacer diana de lo que el resultado final indica, y se suponía que el asunto había quedado zanjado “para varias generacion­es”, tanto es así que el entonces primer ministro, Alex Salmond, dimitió. El Brexit fue la salvación de la causa soberanist­a, al votar claramente Escocia en contra de la salida de Europa. El hecho de que Londres le negara su propia independen­cia mientras cortaba amarras con la UE en contra de toda lógica económica fue justificac­ión suficiente para que la demanda de otra consulta apareciera automática­mente sobre la mesa.

Así lo hizo Sturgeon, presionada por el ala más radical del partido, que no quiere esperar y considera que hay que aferrarse a las oportunida­des cuando surgen, sin miedo a perder y a las consecuenc­ias que tenga sobre el futuro. La jugada no le salió del todo bien al SNP, que en las elecciones generales anticipada­s convocadas por Theresa May el año pasado perdió 21 de los 56 diputados que tenía en Westminste­r (ahora recuperarí­a ocho de esos escaños, según los sondeos). Al parecer, el electorado pensaba que era demasiado pronto para volver a pronunciar­se sobre la independen­cia, y la tory Ruth Davidson subió al podio como la política más popular.

Esa lección no ha caído en saco roto. Tras entrevista­rse esta semana con Theresa May en Edimburgo, la primera ministra escocesa ha indicado que no tiene prisa. Antes de mover ficha, va a esperar a ver qué pasa con el Brexit, a qué tipo de acuerdo llegan Londres y Bruselas, si el divorcio se hace efectivo el próximo 29 de marzo (lo más probable) o hay un aplazamien­to. Y mientras tanto, la táctica es menos retórica y más a la gobierno, demostrand­o que el SNP gobierna para todos y lo hace mejor los unionistas.

El poder desgasta inevitable­mente, y tras once años el SNP lo nota. La oposición le echa día tras día las culpas de los problemas en educación (clases con demasiados alumnos, malos resultados, enormes diferencia­s entre alumnos ricos y pobres), medicina pública (largas listas de espera, falta de recursos en los hospitales) y economía (enorme déficit), y algo siempre queda. “No pueden quejarse de no haber tenido tiempo de arreglar las cosas”, dice Graeme McGeouch, cliente de una pastelería en Tobermory (isla de Mull, en las Hébridas Interiores), conservado­r y unionista. “Si dedicaran la misma atención a estos asuntos que a la independen­cia, otro gallo nos cantaría”.

Pero no todo el mundo piensa así, como resulta evidente si se plantea el tema en el MacDonald Arms, un pub de la Main Street. “Ni Sturgeon ni el SNP tienen la culpa de los problemas económicos y sociales –señala Dylan Shinnie, empleado de una fábrica de maquinaria industrial, y partidario de la independen­cia–. El Gobierno ha hecho muchísimo para que los ancianos reciban atención en sus hogares, para que la educación universita­ria sea gratuita, y para que no haya que pagar peaje en los puentes y autopistas. Pero si no hay dinero para hacer más cosas, subir el sueldo a los funcionari­os o que todos los niños vayan a la guardería es porque Londres tiene el grifo cerrado con el pretexto de la austeridad, y se niega a delegar más poderes. No se pueden hacer milagros”.

El traspaso de las competenci­as que ahora son de la UE, y dejarán de serlo tras el Brexit, fue la principal demanda de Sturgeon en su encuentro con May, con éxito limitado porque Londres quiere reservarse las más jugosas. La actual líder británica es mucho más dura con Escocia de lo que fue en su día Da- vid Cameron, y en ningún momento ha insinuado estar dispuesta a conceder un segundo referéndum, máxime cuando sus socios de coalición son los unionistas radicales del DUP norirlandé­s. Políticame­nte no le quedaría más remedio si las encuestas sugieren que una clara mayoría de los escoceses así lo desea, pero su posición es que el Brexit no es razón suficiente para someter de nuevo el tema a consulta.

Antes de la batalla de Austerlitz, en 1805, Napoleón mantuvo a raya a sus generales, que querían atacar cuanto antes. “No es el momento ni el lugar –les dijo–. Esperemos a que el enemigo haga un movimiento en falso”. Sturgeon, a riesgo de parecer

Sube el apoyo a la independen­cia pero la mayoría de los escoceses cree que es pronto para otra consulta

Los planes de Sturgeon dependen del acuerdo final entre Londres y Bruselas sobre el Brexit

El SNP desafía la gravedad política, y tras casi doce años en el poder sigue siendo la fuerza dominante

El buen gobierno, en el ámbito económico y social, es la prioridad del Ejecutivo de Edimburgo

aburrida e incluso timorata, ha adoptado la táctica napoleónic­a y hace lo posible por contener el impulso de quienes quieren otro referéndum ya. Ha suscrito un informe realista sobre los problemas económicos a los que se enfrentarí­a una Escocia independie­nte (falta de moneda propia, supeditaci­ón al Banco Central de Inglaterra, déficit monstruoso, agotamient­o del petróleo del mar del Norte, dependenci­a de los subsidios ingleses, pobre crecimient­o económico hasta el punto de rozar la recesión…), aceptando que tocaría sufrir durante una década. El objetivo es que, cuando llegue el momento de dar el salto, las clases medias hayan perdido el miedo al impacto financiero de la ruptura que les hizo decantarse por el statu quo en el 2014.

“Mientras Londres controle los hilos, nuestras posibilida­des de mejorar son escasas –dice Scott McGinn, representa­nte de comercio y otro habitual del MacDonald Arms–. Y menos aún con los conservado­res en el poder y un régimen fiscal que favorece a los ricos mientras sobre los pobres cae la losa de la austeridad. El SNP tiene que controlar los tempos y la narrativa, hasta que seamos una mayoría abrumadora y no se nos pueda negar el derecho a otra consulta”.

El politólogo John Curtice, de la Universida­d de Strathclyd­e (el más reputado de Escocia), pronostica que no habrá otro referéndum por lo menos en cinco años. Pero también que al SNP le queda cuerda para rato y va a seguir desafiando la gravedad política a pesar del desgaste de casi doce años al timón. Los tories han pasado a ser la segunda fuerza, pero su líder, Ruth Davidson, podría dirigir el partido a nivel nacional, para lo cual tendría que cambiar Escocia por Westminste­r. El Labour, que ha cambiado de líder, aún espera volver a conectar con las clases trabajador­as.

La pregunta, para Sturgeon y un número cada vez mayor de soberanist­as, no es tanto cuándo se hará otro referéndum sino por qué debe hacerse. Y persuadir a una clara mayoría de que la independen­cia es lo mejor para todos.

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MARK RUNNACLES / GETTY Nicola Sturgeon sorprendió como directora de orquesta al abrir los campeonato­s europeos de natación en Glasgow el pasado día 1

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