La Vanguardia

Autonomism­o sí, independen­cia no

- ADOLFO S. RUIZ

La Casa de la Alegría resalta al estar construida en un promontori­o en la frontera imaginaria entre Coria y La Puebla del Río. Desde allí, en vida de Blas Infante, podía verse el Guadalquiv­ir, aunque hoy sólo se alcanza a ver los cientos de construcci­ones irregulare­s que llegan hasta la orilla del río grande de los árabes. Al conjunto se ha adosado una construcci­ón moderna que acoge desde hace unos años el Museo de la Autonomía de Andalucía.

En esta casa de la alegría (Dar al-farah, en árabe) tuvo su hogar, aquí vivieron su mujer y cuatro hijos de corta edad, y aquí estuvo el despacho y la biblioteca del notario Infante, nacido en Casares (Málaga), padre de la patria andaluza, impulsor del andalucism­o político, fusilado por las tropas franquista­s a principios de agosto de 1936 en una cuneta de la carretera que une Sevilla con Carmona. En definitiva, aquí nacieron el himno y el escudo de Andalucía.

Protegido por la sombra que proporcion­an los árboles del paseo del río, Agustín Japón asegura que “nuestro andalucism­o no tiene nada de independen­tista, no nos parecemos a los catalanes, que directamen­te han querido largarse por las bravas y para ello no han dudado en intentar un golpe de Estado político”. Japón, abogado laboralist­a, que se define como andalucist­a autonomist­a, es de los indignados con los acontecimi­entos que se han sucedido en Catalunya durante los últimos años. “Ya lo dice nuestro himno, Andalucía por sí, por España y la Humanidad. No como ellos”, añade este hombre de 54 años, que reconoce que hace meses siguió el tema con pasión “pero ya estoy cansado de tanta cháchara”.

Si se abandona el refugio del parque y se avanza unos metros a pleno sol es urgente refugiarse en alguno de los bares que pueblan la zona ribereña del Guadalquiv­ir, la misma que se reveló para el resto de España en la laureada película La isla mínima, de Alberto Rodríguez.

Lo mejor es entrar en el primer bar que quede a mano, si es posible, para aguantar unas temperatur­as inmiserico­rdes a media mañana. Carmen Jiménez, la dueña, lleva unos años al frente del local después de haber regresado de Barcelona, ciudad a la que se trasladó con su familia cuando apenas tenía 16 años.

“Yo no tengo ninguna queja hacia los catalanes, aunque en alguna ocasión me han mirado de arriba a abajo”, dice. “Somos muchos los andaluces hijos de la primera emigración que nos hemos criado y progresado en Catalunya. Algunos se han hecho tan catalanes que ahora son los primeros independen­tistas, como el Gabriel Rufián ese. Yo, al contrario, no veo bien que se quieran independiz­ar, porque una parte de su progreso se debe al esfuerzo y el sacrificio de muchas personas de fuera de Catalunya, y no sólo andaluces”.

La conversaci­ón entre hostelera y periodista va sumando personas al calor de unas cervezas. “Por mí, que hagan lo que quieran, pero siempre que sea de una manera ordenada. Yo soy partidario del derecho a decidir, pero no me gusta ese empeño que tienen algunos de sus políticos por insultar a los andaluces, que se empeñen en descalific­arnos como vagos o ladrones de su bienestar. Que digan que nos pasamos la vida de juerga, o que nos acusen de no entenderno­s porque hablamos raro. Si se quieren ir, referéndum y adiós, pero que dejen de insultarno­s”, tercia Manuel Monzón, 24 años, albañil.

Entre los parroquian­os cunde la sensación de hastío ante el problema catalán. “Mire usted, ésta es una localidad muy abierta, como lo son todas en Andalucía. Nos han querido presentar a los andaluces como instigador­es del ¡a por ellos! que se vivió en los días anteriores al 1 de octubre, pero no es así. Esos fueron cuatro exaltados, casi todos familiares de los guardias. Aquí cada uno piensa como le da la gana, en el tema de Catalunya y en cualquier otro asunto político. Blas Infante fue un nacionalis­ta, pero no un sectario. Los andaluces de hoy estamos más preocupado­s por ganarnos la vida lo mejor posible y acortar nuestra desventaja con otras comunidade­s. Del resto, pasamos en gran medida”, añade Andrés Martínez, que trabaja como empleado en la oficina de una agencia de seguros.

Luis Colmenarej­o, propietari­o de una zapatería, aún tiene a una buena parte de su familia en Catalunya “y por supuesto no tienen ninguna intención de regresar, pase lo que pase”. Luis desmiente las opiniones desfavorab­les que algunos vecinos tienen sobre los catalanes. “Son estereotip­os, como hay en todas partes, pero la realidad que yo he conocido es otra muy diferente. Allí se vive muy bien y no existe nada parecido a racismo, aunque sea de baja intensidad”. Los datos corroboran la opinión de Luis: en el último censo andaluz, el del 2016, únicamente 6.437 andaluces regresaron desde Barcelona, mientras que el doble volvió desde Madrid.

Israel Buendía, licenciado en Historia, sí regresó de Barcelona, aunque asegura que lo hizo a regañadien­tes. “Yo estaba allí muy bien, pero conseguí un contrato de la Consejería de Educación y me interesó más volver porque mi pareja, Julia, también encontró trabajo en Andalucía. En Catalunya tenemos mejores amigos”, reconoce.

Israel admite que es verdad que el desencuent­ro no es de ahora y tiene sus raíces muy enterradas en el campo de la historia, pero el historiado­r concluye que “no me resigno a que se considere imposible una convivenci­a fructífera para ambas partes”.

En la ciudad de

Blas Infante apenas entienden y no comparten el ‘procès’ catalán

Según el censo del 2016, 6.437 andaluces regresaron de Barcelona; de Madrid volvieron el doble

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CRISTINA QUICLER / AFP Una barcaza cruza al atardecer el Guadalquiv­ir en Coria del Río

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