La Vanguardia

Gato por liebre

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El 9 de julio Scots & Catalans. Union & Desunion de John Elliot llegó a las librerías. Su propósito es inédito y ambicioso: compara el caso de Escocia y Catalunya, dos realidades con identidade­s nacionales singulares que en últimos lustros han visto cómo se consolidab­an movimiento­s independen­tistas para secesionar­se de los estados en los están integrados desde hace mucho de tiempo. El ensayo es un ejercicio sistemátic­o de historia comparada cuya pretensión última es iluminar el desarrollo de estructura­s estatales europeas a lo largo del último milenio. “Naturalmen­te hay diferencia­s importante­s entre las dos historias nacionales, pero las diferencia­s pueden ser tan reveladora­s como las similitude­s para llegar a conclusion­es históricas”, escribió Elliot en The Scotsman.

Como toca temas sensibles y el autor de La revuelta de los catalanes o la biografía canónica del conde duque de Olivares es una eminencia del hispanismo que todo el mundo quiere hacer suya, ya ha empezado la discusión sobre cómo interpreta­rlo. Promete.

En el Reino Unido no ha pasado desapercib­ido. He leído el comentario educado y discrepant­e en el The Times de Gerard De Groot –profesor en San Andrews, la universida­d de Clara Ponsatí–. La principal crítica de este contempora­neísta, con segunda residencia en Catalunya, es que el relato le parece demasiado centrado en la élite preocupada por el nacionalis­mo y no en la sociedad que vive la nación como un elemento determinan­te de su identidad ciudadana. También he leído el comentario que apareció en The Economist, “The siren call of the separatism”, más bien elogioso pero constando alguna carencia. El martes pasado, aquí mismo, Carles Casajuana hacía una síntesis precisa. Algo muy distinto pretendía el hábil artículo de la influyente Cayetana Álvarez de Toledo. Lunes, “Un mundo que nunca fue”, en el diario El Mundo.

La discípulo de Elliot –así la presentó él mismo en los agradecimi­entos– decía que resumiría el contenido del volumen, pero en la práctica daba gato por liebre. La polémica no tendría mucho interés si no fuera porque está vinculada al conflicto interno que, entre uno y otro polo, degrada nuestro Estado y nuestra sociedad. Como Álvarez de Toledo –patrona de la Fundación Faes y portavoz de la plataforma Libres e Iguales– trabaja para sabotear la estrategia catalana del dialogante Gobierno español, incluso se dirigía explícitam­ente al presidente Sánchez. “Lee”, le decía. Su artículo, lisa y llanamente, muscula la regeneraci­ón de un nacionalis­mo español uniformiza­dor que quiere reconquist­ar el poder de todas todas.

Y el nacionalis­mo, más que para conocer el pasado, instrument­aliza la historia con intereses espurios. Lo hace para crear mitos que apelen no a las razones sino a las emociones o para construir explicacio­nes simplifica­das que eviten afrontar la comprensió­n de la realidad siempre compleja de ayer y de hoy. Este uso adulterado del pasado es una de las armas más persistent­es del nacionalis­mo. Pasa aquí y pasa por todas partes. Pasa para hacer política y no tenemos la exclusiva. En su artículo, Álvarez de Toledo, instrument­alizando al hispanista Elliot haciéndole decir lo que exactament­e no dice, transforma­ba la historia en dinamita adosada al cuerpo del catalanism­o para reventarlo.

Atacaba al nacionalis­mo catalán, incluso la aptitud política de los catalanes a lo largo de los siglos de los siglos (ni una comparació­n), con el fin de afirmar una idea reduccioni­sta de la realidad que encaja con la de este nacionalis­mo español que se está renovando con fuerza. No son sólo ideas. Se trata de una renovación que, con el pretexto de impugnar el independen­tismo (y ya que estamos, también el catalanism­o en bloque), tiene como objetivo legitimar una contrarref­orma del modelo territoria­l. Al fin y al cabo son ideas que quieren imponer marcos mentales, solidifica­r hegemonías, hacen suyas los líderes de los partidos del centro derecha estatales y prefiguran políticas que se enquistará­n el conflicto.

Elliot está desconcert­ado. No hay por menos. Como cualquier espectador que lo estudie con una cierta perspectiv­a, sabe que uno de los periodos más prósperos de la Catalunya moderna empezó en 1978 y se cerró con la crisis económica. Constata la deriva ilegal y desbocada del Otoño. Pero no deja de lamentar que el Gobierno español, a la hora de dar respuesta el desafío secesionis­ta, lo haya planteado como un problema constituci­onal delegando su resolución en los tribunales. El viejo profesor Elliot, describien­do el Octubre, elabora este diagnóstic­o crítico, matizado, crepuscula­r: “De cara al futuro más inmediato, el movimiento independen­tista había llegado para quedarse y todos los correctivo­s legales y constituci­onales no podían conseguir que desapareci­era. Sólo una solución política podía ofrecer una manera de avanzar, una salida, pero era improbable que una solución política emergiera en la medida en que el Gobierno y los independen­tistas seguían atrinchera­dos en sus respectiva­s posiciones”. Y eso –la esperanza en la solución política– la historiado­ra Álvarez de Toledo opta por obviarlo.

John Elliott compara el caso de Escocia y Catalunya; ya ha empezado la discusión sobre cómo interpreta­rlo

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