La Vanguardia

“Barra libre para calmar los nervios”

- Rosa M. Bosch

Desde los atentados evito las calles principale­s y nunca cojo el metro. Sólo me permito cruzar la Rambla, es mi ruta habitual para ir de casa al Boadas, pero siempre miro hacia arriba”. Ese 17 de agosto de hace un año, Adal Márquez, jefe de coctelería del célebre bar de la calle Tallers, pasó cuatro, cinco horas de angustia, hubo momentos en que pensó que también le matarían. Esa tarde el Boadas fue el refugio de una veintena de turistas y barcelones­es que huyeron del terror de la vía más popular de la ciudad.

“Yo hago el mismo horario que hacía María Dolores (propietari­a del Boadas hasta su fallecimie­nto, el año pasado). Entro a las nueve y salgo a las cinco de la tarde. A mí me salvó que los camareros que me relevan siempre llegan tarde y ese día también”, cuenta en la terraza del Zurich pues el Boadas ha cerrado por obras hasta septiembre.

Bendita impuntuali­dad. En el momento del atentado había cinco personas, una pareja con su hija que celebraba el aniversari­o de bodas, y dos chicas italianas. Faltaban pocos minutos para las cinco y Adal esperaba la llegada de sus compañeros. “Oí un estruendo terrible, salí y vi una marea humana. Entraron unas 20 personas. Filipinos, indonesios, italianos, franceses, belgas, americanos, catalanes... Entraban llorando, chillando. Me asusté y abrí botellas de cava y de champán, preparé gintonics y combinados. Barra libre para calmar los nervios”, relata Márquez, canario de 37 años que ha recorrido el mundo preparando cócteles. Nueva Orleans, Miami, Salvador de Bahía, Amsterdam, Eivissa, Platja d’Aro y el Boadas desde hace cuatro .

“Entre los que entraron había un francés que había estado en la sala Bataclan de París la noche del ataque, ya había visto morir a muchas personas, y en la Rambla cuando entró el furgón pudo apartar a su novia pero una mujer falleció en sus brazos. Imagínate cómo estaba ese hombre”.

Durante las cerca de cuatro horas que el grupo permaneció en el bar no paró de sonar el teléfono. “Llamaban de todo el mundo, quizás porque colgué en Facebook la única foto, la de la gente cogida de las manos rezando, como en las películas. Curioso pues este bar es conocido como la catedral del cóctel”, cuenta Adal con desparpajo, gesticulan­do. En su tarjeta, junto a su nombre, figura “The Bishop” (el arzobispo).

Avanzaba la tarde y Adal seguía aterroriza­do, convencido de que su vida estaba en peligro, “Me asomé un momento, vi una persona muerta, tapada, y la Rambla que parecía un desierto”. Más tarde llamó a su madre, que vive en Tenerife, para tranquiliz­arla y pasadas las ocho se dirigieron a instancias de la policía a la plaza Universita­t.

“Eramos alrededor de cien personas y cuando nos estaban identifica­ndo se oyó algo que parecían dos disparos. Los policías sacaron las pistolas y nos dijeron: ‘Corred, corred’. Yo regresé al Boadas. Llamé otra vez a mi madre para decirle que la quería. Entonces pensaba que de esa no salía”.

Más tarde, cuando la situación empezó a calmarse, sólo deseaba ir a su casa, al otro lado de la Rambla, junto a la calle Canuda. “Llorando como un bebé dos mossos me acompañaro­n hasta el portal. Todavía me emociono cuando recuerdo lo humanos que fueron”.

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LLIBERT TEIXIDÓ Adal Márquez, jefe de coctelería del Boadas, posa delante del bar
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