El pecado original

El pecado original de la república estadounidense es la esclavitud y nunca se ha superado. La guerra civil sigue librándose en las calles donde los policías blancos matan a jóvenes negros desarmados, en los tribunales que condenan a los negros a penas de cárcel que un blanco nunca afrontaría y en la Casa Blanca, ocupada hoy por un presidente racista que gobierna sobre la base del supremacismo blanco. Es evidente la devastación moral de los blancos que apoyan a Trump y, de paso, sienten nostalgia por la Confederación, cuando el hombre blanco dominaba el país y tenía la ley de su parte. Gran parte del apartheid no se suprimió hasta la década de los sesenta. Hace 40 años, sin embargo, el racismo blanco estaba contra las cuerdas. Malcolm X y Mohamed Ali fueron de los primeros en arrinconarlo. Hoy, sin embargo, ha vuelto con fuerza. El supremacismo se ha erigido en el único defensor del orden establecido. Después de un presidente negro al que durante ocho años se le exigió un comportamiento ejemplar, hoy hay un presidente que miente al grito de “América primero”. Los republicanos le apoyan porque en el 2016 probó con éxito una nueva fórmula para alcanzar el poder. Sólo tiene dos ingredientes: populismo económico y polarización racial, es decir, proteccionismo y racismo, dos ideas políticas que, en un contexto de analfabetismo cultural, germinan muy bien. Trump ganó las elecciones gracias al voto, sobre todo, de los blancos sin estudios universitarios, que representan el 44% del electorado. Muchos son, además, trabajadores con un poder adquisitivo menguante. Trump gobierna para ellos y mientras siga haciéndolo, habrá violencia contra los negros y, de paso, contra los judíos, los gays y otras minorías, señal, todo ello, de una patología social que huele a fascismo.