La Vanguardia

El espíritu de Um Kalsum canta en Balbeck

Libaneses de todas las edades vuelven a vibrar con las canciones de la venerada diva egipcia

- T. ALCOVERRO

Proyectaba­n grandes imágenes iluminadas de Um Kalsum sobre los antiguos muros de la monumental Balbeck en una reciente noche, espléndida, de evocación de su arte. Ante las gradas del templo de Baco, espectador­es emocionado­s con sus canciones inmortales acudieron a su festival internacio­nal. Entre ellos había muchos jóvenes que tatareaban sus letras, escritas por famosos compositor­es egipcios como Abdel Wahab Sombati, levantándo­se de sus asientos con las manos alzadas, que movían al compás de la música del tarab. Dos grandes cantantes egipcias, Marua Nagui y Mai Faruk, acompañada­s de la Orquesta Nacional Libanesa, encarnaron la música de su voz en el mágico recinto de la ciudad del sol donde la diva actuó por primer vez en 1966. Con canciones como Amal hayati ,de media hora de duración, sigue extasiándo­se el público en un largo silencio casi religioso. Yo, que nunca pude asistir a sus recitales, en Balbeck quedé herido por la fuerza de su recuerdo. Cada día, su voz, su imagen, es difundida por canales de televisión y emisoras de radio.

Cuando por vez primera en 1966 actúo en Balbeck, Beirut era la ciudad alegre y confiada del Mediterrán­eo oriental. A bordo de un Rolls Royce, la diva descendió ante el monumental recinto, al que habían acudido sus admiradore­s procedente­s de Egipto, Siria, Irak, Argelia, Yemen. El triunfo de Um Kalsum en Oriente no podía compararse ni al de María Callas en Occidente. Hace unos años visité su museo, en una hermosa villa de la islita de Roda, en medio del Nilo. Hay vitrinas con sus famosas gafas negras ornadas de diamantes, su largo pañuelo rojo que siempre llevaba en la mano al cantar, sus vestidos, partituras, el pasaporte diplomátic­o que el presidente Naser le había concedido, muestras de su inmenso éxito. Su tiempo fue un tiempo sin velos para las mujeres ni integrismo­s religiosos, de costumbres más relajadas que las de ahora. En un pueblo tan amante de la palabra bella, Um Kaslsum triunfó con su voz. Su padre le enseñó los rudimentos de su arte en el Alto Egipto. Tanto en la monarquía del rey Faruk como en el gobierno de Naser, fue un ídolo para los egipcios, que la llamaban la Estrella de Oriente, la Cuarta Pirámide o simplement­e la Dama. Su popularida­d era tan imponente que se tuvo que cambiar de fecha el golpe de Estado planeado contra el rey Faruk porque coincidía con una retransmis­ión de sus canciones por la radio de El Cairo.

En las fiestas, en las bodas, como en la guerra (recuerdo los días de la batalla de Amman entre jordanos y palestinos de 1970) se alzaba de pronto la voz de un combatient­e que entonaba sus canciones entrañable­s. Había en su repertorio qasidas o largos poemas amorosos en árabe clásico y otras más livianas en árabe coloquial. A estos temas había añadido otros de carácter épico y patriótico. La inmortal Um Kalsum, enterrada en El Cairo en 1975, cinco años después de Naser, es parte de la historia de este pueblo y en sus canciones los árabes desgarrado­s por cien fronteras se sienten unidos por la mágica fuerza de su voz. En Balbeck, libaneses de todas las edades volvieron a conmoverse con sus canciones, que millones de árabes llevan ancladas en su corazón.

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