La mala salud de hierro del EI
El pasado mes de mayo informábamos en esta misma sección de que el terrorismo yihadista se mantenía fuerte pese a que la atención mediática que despertaba era cada vez menor en función a la divulgada derrota del Estado Islámico (EI) en Siria e Irak. Ciertamente, pasados los meses, el repliegue e incluso el descalabro del EI en aquel territorio es un hecho, como también lo es que su actividad terrorista sigue siendo muy activa.
Los autodenominados soldados del califato continúan matando en Siria e Irak, asociando su violencia a las variantes de la guerra global en la que estamos inmersos y que en el caso sirio se ha convenido denominar “guerra civil Siria”, como si fuera posible fragmentar quirúrgicamente lo que sucede y desligarlo del complejo escenario mundial dibujado por el fanatismo yihadista.
La ofensiva califal universal que abandera el EI sobrevuela todos los conflictos locales sustentada en premisas fanático-religiosas sólidas, bien elaboradas y muy estables que son la guía de los decenas de miles de muyahidines del califato que derraman su sangre y la de los demás por escenarios de todo el mundo. Este pasado julio, para referirnos a sucesos recientes, los soldados del EI han matado, además de en Canadá; en Irak, Siria, Pakistán, Indonesia, Afganistán, Arabia Saudí, Nigeria, Malí, Rusia, Chad y Libia; mientras sus grupos satélites han asesinado en Filipinas, Camerún y también en Nigeria, donde Boko Haram y Estado Islámico se confunde, pues el primero rinde pleitesía ideológica al segundo de tal suerte que la matanza causada por unos es el éxito del otro. En total,
En julio hubo más de 130 atentados mortíferos de un yihadismo en apariencia disperso, pero muy unido por el fervor
más de 130 atentados masivamente mortales, obra de un yihadismo aparentemente disperso y sin embargo muy unido por un estrecho lazo de fervor ultra religioso.
Si se observa la sangrienta obra del EI en conjunto, es fácil concluir que su derrota real está lejos. Gracias al despliegue del antiterrorismo en todas sus facetas es cierto que la actividad terrorista del EI en Europa se ve mermada y que evidentemente le cuesta más que hace unos años operar en ciertos países de la UE. Pero la realidad es tozuda y las aparentes calmas terroristas no esconden que los seguidores de Al Bagdadi siguen al acecho.
Hay muchos datos que avalan una mala salud de hierro del EI. Sostener un tiroteo en Arabia Saudí, como sucedió el 8 de julio, es un síntoma a valorar pues, además de evidenciar un reto al reino de La Meca, con todo lo que ese desafío conlleva, subraya el enfrentamiento ideológico entre los postulados yihadistas del EI y los del país epicentro de la fe musulmana y las familias reinantes que lo gobiernan. Lo mismo sucede en Afganistán, donde los muyahidines del EI matan a las fuerzas de seguridad afganas y también a los talibanes (asimismo fanáticos, pero nacionalistas y por lo tanto localistas y no universales) mientras que los talibanes matan a las fuerzas de seguridad afganas y se protegen o pactan con los del EI.
Para Afganistán el resultado de tanto extremismo es que no pasa ni un solo día sin sangre, ni una semana sin atentado suicida, sin secuestros, sin degüellos y sin que se cometan todo tipo de atrocidades. Si Afganistán no estuviera tan lejos en todos los sentidos los medios de Occidente hablaríamos a diario de lo que allí sucede.
En Pakistán, también padecen a los seguidores de la doctrina de Al Bagdadi. Por ejemplo, el 14 de julio unos soldados del califato se volaron a sí mismos y con sus bombas mataron a 150 personas, entre ellas al candidato del nacionalista Partido Awami de Beluchistán.
Ese poderío internacional demostrado por el EI podría conducir a un error de apreciación: que Al Qaeda se ha desvanecido. En absoluto. La organización creada por Bin Laden sigue activa siguiendo su propia iniciativa que últimamente se centra algo más en su rama magrebí, o sea en Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Su objetivo y terreno de operaciones es el Sahel con el foco puesto en Mali y la muy estratégica e importante Túnez, nación a la que acosan para desestabilizarla con ataques a sus guarniciones cercanas a Argelia.
Gran parte de la fuerza que muestra el EI reside en que no está solo. Muy cerca de su doctrina encontramos a otras doce organizaciones terroristas que no dejan de ser variaciones locales de una misma idea acerca de un modelo de vida excluyente. Es el caso de los grupos extremos islámicos que operan en Filipinas, Somalia, Mozambique, Indonesia e incluso en el Cáucaso. Grupos que siguen los postulados del EI y que además tienen en común su feroz antisemitismo.
Sin embargo, ese intenso nexo ideológico basado en el odio no evita que el extremismo que propugna el EI considere enemigo a destruir a cualquier organización musulmana yihadista que se declare nacionalista y por lo tanto un freno para el califato universal. Ante tal escenario, Europa, o mejor dicho, la OTAN, está atenta mientras estos días se filtran datos sobre una gran actividad iraní en favor de Hamas tendente a radicalizar Oriente Medio hasta la catástrofe aún a costa de propiciar con ello en la región la expansión hegemónica del discurso que alimenta el EI.