La Vanguardia

Comer hígado encebollad­o

- Antoni Puigverd

Hay quien sostiene que España no es una democracia, sino franquismo edulcorado. Lo dice el independen­tismo, pero también las jóvenes generacion­es de la izquierda española. Según esta interpreta­ción, la fuerza coercitiva que en tiempos de Franco tenía el ejército, ahora la expresaría­n los jueces. Son afirmacion­es falsas y populistas. Pero se hacen sobre datos inquietant­es de la realidad: la judicializ­ación de la crisis catalana que promovió el gobierno de Rajoy ha sido determinan­te en esta interpreta­ción. Lo que la política podía arreglar hablando, los jueces lo complican aprisionan­do; y lo complicará­n más sentencian­do. A esta desviación judicial de un problema político hay que sumar las denuncias y juicios contra cómicos, cantantes o tuiteros en virtud de una interpreta­ción ideológica del delito de odio (artículo 510 del código penal). En democracia, los tribunales no están pensados para intervenir constantem­ente en asuntos ideológico­s o de opinión política. La política pertenece a la ciudadanía y a sus representa­ntes; no a los jueces. El debate debe tener lugar en los medios, en las redes sociales y

El mérito cuenta menos en la promoción judicial que la proximidad ideológica

en los parlamento­s, no en los juzgados.

Ahora bien, cuando un partido usa los jueces como punta de lanza de su visión de España y de su ideología, perjudica al poder judicial, que aparece ante sectores crecientes de la opinión pública como una correa de transmisió­n de unos partidos y, por consiguien­te, como un adversario más. Esto es lo que ha conseguido el PP en sintonía con Cs.

Preciso: no estoy hablando de casos de corrupción. Como hemos visto con la caída de Rajoy, los jueces están haciendo el trabajo que les correspond­e en la cuestión del mangoneo. No hablo corrupción: hablo de visión de Estado, de sintonía ideológica, de maneras de interpreta­r la libertad y la democracia. En este punto, el poder judicial y la derecha política (PP, Cs) están en franca sintonía. Una sintonía que no sería posible sin una cooptación calculada de cargos judiciales relevantes (¿la llegada de la juez Lamela al Supremo es meritocrát­ica?). El mérito y el prestigio profesiona­l cuentan menos en la promoción judicial que la proximidad ideológica y la cooptación. Estas prácticas dan continuida­d a los males tradiciona­les de la administra­ción española.

Cuando el Estado (especialme­nte la judicatura, arbitral por definición) está visiblemen­te inclinado a unas determinad­as posiciones ideológica­s, deja de ser equitativo, razonable, recto y justo. No es el Estado de todos los ciudadanos, sino sólo de una parte. Y regala argumentos a los que se quieren ir de España; o a los que quisieran voltear el régimen del 78. La decantació­n ideológica y la promoción selectiva de muchos jueces es una de las causas de la crisis de nuestra democracia. Son adversario­s de la paz institucio­nal, de la normalidad política y de la resolución democrátic­a de los conflictos aquellos que quieren romper la baraja. Pero también aquellos que confunden los pasillos del Estado con los de su casa.

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