Gente a la que echo de menos (2)
Hoy se cumplen quince años de la muerte de Josep Maria Carandell. Oficialmente fue periodista, escritor, dramaturgo, poeta y profesor en el Institut del Teatre. Extraoficialmente era un tipo divertido, hospitalario, erudito (pero no pedante), acostumbrado a vivir en una especie de caos bohemio controlado por Christa, malabarista de la paciencia, el talento y la intendencia. También fue un fumador con memorables brotes coléricos cuando sus hijos (y los amigos de sus hijos) le impedían trabajar en paz, en un despacho con vistas a la plaza Letamendi, parapetado tras una Lexicon80 que parecía un tanque y con la que escribió guías secretas, ensayos sobre literatura o comunas, infinidad de artículos, prólogos y epílogos, libretos de ópera, poemas, historias informales, novelas (uno de los personajes es la encarnación de su hermano Joan de Sagarra), guiones de televisión y biografías.
Carandell también era un conversador formado en una familia en la que las sobremesas eran un ritual iniciático, la oportunidad de aprenderlo todo rodeado por una tribu que lo sabía todo (empezando por sus padres) y en la que tenías que decidir si te limitabas a callar y a escuchar o si eras capaz de meter baza sin hacer el ridículo en aquel tipo de examen rotativo. En una misma tarde podían confluir anécdotas brillantes de una cuñada de Adelaida, un debate sobre La balada de Narayama o la inminencia de un cursillo de acrobacias para un hijo, todo aliñado con un potentísimo caudal de teorías y disquisiciones sobre las diferencias de carácter entre alemanes y japoneses, propuestas de colaboración con artistas de todo tipo o comentarios tan inspiradores como cuando, al referirse a su nombre compuesto, decía: “José (pausa) Maria, ¿en qué quedamos?”.
Los que tenían el privilegio de ser adoptados por aquella familia actuaban como esponjas, aprovechando la generosidad de quien tenía la paciencia de sugerir lecturas (Mishima, Weiss, Hesse, Irving, Mendoza), regalar excedentes de libros y dar consejos tan útiles como: “De vez en cuando es bueno leer un libro que no entiendes”. El espíritu tribal de los Carandell te regalaba la oportunidad de unirte a la caravana, hacia Sant Pere de Ribes o hacia Reus, en una casa de película y futuro tempestuosamente incierto en la que las amistades se certificaban con pactos de sangre, correspondencias con letra muy pequeña y miradas de lealtad para toda la vida. Cuando murió, y con su prodigiosa precisión, Manuel Vázquez Montalbán (otro al que echamos de menos) escribió: “Su obra recoge todas las curiosidades y códigos de una etapa en la que el crecimiento parecía continuo, tanto el material como el del espíritu, en plena postrimería del vanguardismo, a la espera de la regresión que significaron los años ochenta, el sida, el papa polaco y todas las guerras de las galaxias”.
Los que tenían el privilegio de ser adoptados por la familia Carandell actuaban como esponjas