La herida abierta de la Rambla
Esta semana se cumple un año del trágico atentado de la Rambla de Barcelona. Sólo han pasado doce meses desde que un joven de Ripoll matara a quince personas en el paseo barcelonés por excelencia, pero la sensación generalizada es que ocurrió hace mucho más tiempo. Han pasado tantas cosas desde entonces. Nos hemos acostumbrado a vivir en una excepcionalidad permanente de días históricos que el 17-A se antoja muy lejano, sepultado por todo tipo de acontecimientos transcendentales para los catalanes.
Poco después de los atentados, la alcaldesa Ada Colau aseguró en una entrevista a La Vanguardia que vivía con la impresión de que las horas eran días y los días, semanas enteras. Y así seguimos. Barcelona ha olvidado demasiado deprisa lo que ocurrió en la Rambla. La herida está abierta, aunque la ciudad se afanó rápidamente a colocar una tirita para mitigar el dolor, sin que haya cicatrizado del todo. Y no me refiero a la velocidad con la que los barceloneses recuperaron la calle. Esa fue una catarsis necesaria. Sin embargo, en estos meses, la ciudad y todos nos hemos olvidado de las víctimas –ahora por fin vuelven a recuperar relevancia–, perdidos en la vorágine política en la que hemos vivido inmersos. Y eso mientras todavía hay comerciantes de la Boqueria que no se atreven a pisar el paseo por el que han transitado toda la vida y personas que presenciaron la tragedia con crisis de ansiedad continuas y que, doce meses después, siguen paralizadas por el miedo.
En su libro Ciudad Princesa, la filósofa Marina Garcés se pregunta con motivo de los atentados de Atocha en los que murieron 191 personas: “¿Quiénes han sido los afectados del atentado? ¿Sólo las víctimas directas? ¿O lo eran también todos aquellos que habían sentido cómo a partir de ese día se transformaba radicalmente su condición humana y política?”. Todos nos vimos interpelados por lo ocurrido en Madrid y Barcelona. De la sorpresa inicial pasamos al estupor y el dolor por el hecho de que la guerra global se instalase en nuestras calles. No eran ni Londres, ni París, Barcelona era la afectada, pero aquí hemos olvidado rápido, demasiado rápido.
Esta semana se llevarán a cabo actos para recuperar la memoria de las víctimas. Más allá de las convocatorias oficiales, la sociedad civil será la que marque una vez más el sincero homenaje a los que murieron en la Rambla. No es cuestión de banderas, como ocurrió en la manifestación de repulsa a los atentados, tampoco de partidos políticos. Es hora de poner a las víctimas en el eje central de los tributos que se celebrarán a lo largo de esta semana. Para no olvidar, para tenerlas siempre presentes y ser conscientes de que, a pesar de estar expuestos al horror y la tragedia y de ser vulnerables, estamos unidos en la defensa de la memoria de los que murieron demasiado pronto y en preguntarnos como sociedad por qué unos jóvenes con una vida aparentemente normal tuvieron el impulso y la desazón vital de convertirse en asesinos.
No eran ni Londres, ni París, Barcelona era la afectada, pero aquí hemos olvidado rápido, demasiado rápido