Sirenas en la playa
El verano es el tiempo del tiempo. Tiempo para leer, tiempo atmosférico, del tiempo que falta para las vacaciones y del tiempo que queda (ya estamos en tiempo de descuento). Tiempo de quitarnos el reloj y de apropiarnos del tiempo que la jornada laboral y el prime time televisivo nos quitan durante el año.
El verano es en este sentido un viaje en el tiempo, un salto temporal hasta el tiempo de nuestros bisabuelos: tiempo de tiempo agrícola donde el calendario lo marcan las estaciones y las horas el paso del sol. Recuperamos el campanario del pueblo como medida del tiempo –de aquí nos viene la manera de decir la hora en basada en los cuartos– y con él la siesta. Trabajar con el sol obligaba a nuestros abuelos a levantarse de madrugada para ir al campo a trabajar antes del sol fuerte del mediodía, horas que aprovechaban para comer y hacer la siesta para volver al trabajo cuando el sol ya se retiraba. Volvemos a vivir con el sol y los campanarios parecen ir cada uno a su hora, como cuando no había telecomunicaciones para sincronizarlos.
En verano intentamos escaparnos del tiempo industrial del año, del tiempo que nos marca la sirena de la fábrica. Un tiempo medido por el reloj y compartimentado en bloques productivos, que multiplicados por un precio resultan
Medir el tiempo con el móvil nos obliga a redefinir el concepto de tiempo, especialmente en vacaciones
en nuestro salario. Ocho horas al día, cinco días a la semana, 230 días laborables al año durante 40 años de vida laboral.
Pero eso, ya hace un tiempo que no es así. A la vuelta del siglo y sin darnos cuenta cambiamos de nuevo el aparato de medir el tiempo. De la sirena de la fábrica pasamos al tiempo del móvil; del tiempo industrial al tiempo terciario. En un principio, que la hora nos la marque un reloj de muñeca, en la pared de la oficina o en el móvil no parecería que tuviera ninguna consecuencia, pero en práctica la manera de medir el tiempo tiene un impacto definitivo en los modelos productivos y sociales. Pasar de la sirena de la fábrica al móvil es una especie de salto cuántico temporal cuyas consecuencias sólo empezamos a vislumbrar.
El reloj del móvil es en realidad el reloj de la oficina de la misma manera que el móvil es la oficina. El móvil redefine el espacio-tiempo en el sentido que difumina el espacio de la oficina por un lado y por otro los tiempos de trabajo (no remunerado), empleo (remunerado) y ocio. Yo mismo, y contra mis principios, me he visto respondiendo WhatsApp de trabajo en la playa mientras me estaba sacando fotos de los pies para Instagram, también contra mis principios. El hecho de llevar la oficina encima nos obliga a redefinir el propio concepto de tiempo: como lo compartimentamos, como lo utilizamos, como lo medimos y sobre todo como medimos su calidad. Las consecuencias de llevar siempre la sirena de la fábrica encima.