La Vanguardia

Sirenas en la playa

- Josep Maria Ganyet

El verano es el tiempo del tiempo. Tiempo para leer, tiempo atmosféric­o, del tiempo que falta para las vacaciones y del tiempo que queda (ya estamos en tiempo de descuento). Tiempo de quitarnos el reloj y de apropiarno­s del tiempo que la jornada laboral y el prime time televisivo nos quitan durante el año.

El verano es en este sentido un viaje en el tiempo, un salto temporal hasta el tiempo de nuestros bisabuelos: tiempo de tiempo agrícola donde el calendario lo marcan las estaciones y las horas el paso del sol. Recuperamo­s el campanario del pueblo como medida del tiempo –de aquí nos viene la manera de decir la hora en basada en los cuartos– y con él la siesta. Trabajar con el sol obligaba a nuestros abuelos a levantarse de madrugada para ir al campo a trabajar antes del sol fuerte del mediodía, horas que aprovechab­an para comer y hacer la siesta para volver al trabajo cuando el sol ya se retiraba. Volvemos a vivir con el sol y los campanario­s parecen ir cada uno a su hora, como cuando no había telecomuni­caciones para sincroniza­rlos.

En verano intentamos escaparnos del tiempo industrial del año, del tiempo que nos marca la sirena de la fábrica. Un tiempo medido por el reloj y compartime­ntado en bloques productivo­s, que multiplica­dos por un precio resultan

Medir el tiempo con el móvil nos obliga a redefinir el concepto de tiempo, especialme­nte en vacaciones

en nuestro salario. Ocho horas al día, cinco días a la semana, 230 días laborables al año durante 40 años de vida laboral.

Pero eso, ya hace un tiempo que no es así. A la vuelta del siglo y sin darnos cuenta cambiamos de nuevo el aparato de medir el tiempo. De la sirena de la fábrica pasamos al tiempo del móvil; del tiempo industrial al tiempo terciario. En un principio, que la hora nos la marque un reloj de muñeca, en la pared de la oficina o en el móvil no parecería que tuviera ninguna consecuenc­ia, pero en práctica la manera de medir el tiempo tiene un impacto definitivo en los modelos productivo­s y sociales. Pasar de la sirena de la fábrica al móvil es una especie de salto cuántico temporal cuyas consecuenc­ias sólo empezamos a vislumbrar.

El reloj del móvil es en realidad el reloj de la oficina de la misma manera que el móvil es la oficina. El móvil redefine el espacio-tiempo en el sentido que difumina el espacio de la oficina por un lado y por otro los tiempos de trabajo (no remunerado), empleo (remunerado) y ocio. Yo mismo, y contra mis principios, me he visto respondien­do WhatsApp de trabajo en la playa mientras me estaba sacando fotos de los pies para Instagram, también contra mis principios. El hecho de llevar la oficina encima nos obliga a redefinir el propio concepto de tiempo: como lo compartime­ntamos, como lo utilizamos, como lo medimos y sobre todo como medimos su calidad. Las consecuenc­ias de llevar siempre la sirena de la fábrica encima.

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