Gestos populistas
CUANDO Macron proporcionó trabajo como bombero al inmigrante que escaló un edificio para salvar a un niño de caer al vacío, rentabilizaba la empatía que suscitó la actitud desprendida del joven. Las historias de héroes deben tener final feliz. Pero muchos le reprocharon la hipocresía de atender un caso y olvidarse de los miles que cada día llaman a las puertas de Europa. Acusaron a Macron de comportarse como un perfecto populista.
Cuando Pedro Sánchez acogió a los inmigrantes del Aquarius rechazados por Italia, se le reprochó su populismo: no transcurriría mucho tiempo antes de que otro barco lanzara una nueva llamada de socorro... y entonces ya se vería dónde quedaba la generosidad del presidente. Ya ha ocurrido y, en efecto, su reacción ha sido mucho más tibia.
¿Son los de Macron o Sánchez gestos populistas? Quizá sean guiños hipócritas, aunque no más que sus propias sociedades, que se escandalizan al contemplar el desamparo de personas aferradas a precarios botes a la deriva y, al mismo tiempo, rechazan más ayuda para su atención y recursos para los países de origen. Quizá pecan de impostura, pero esos gestos también nos reconcilian con unos mínimos de humanidad que nos recuerdan que los primeros refugiados fueron los europeos que huían de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial.
No hay recetas mágicas ante la inmigración. Hay que admitirlo. Cuando se tapona una ruta, se abre otra. Se financia a los regímenes de Marruecos o Turquía para que levanten un muro invisible, pero zarpan desde Libia, donde no hay ni gobierno al que comprar. Atender a los inmigrantes implica gastos, aunque también los necesitamos. Más que efecto llamada, lo que hay es un irrefrenable efecto huida de la miseria. Pese a quienes avistan invasiones, la sociedad española es bastante tolerante con la inmigración. Aun así, a la pregunta de cuál es el porcentaje de extranjeros, la respuesta promedio es del 23%, cuando no llega al
10%. Jugar políticamente con esas percepciones sí que es populismo.