Un año después del terror
El 17 de agosto se cumplirá un año desde el ataque terrorista en Barcelona, donde mi padre, Ian Wilson, fue asesinado y su esposa durante 53 años, Valerie Wilson, resultó gravemente herida. Mi madre ha pasado el año pasado tratando de recuperarse de sus lesiones físicas; sin embargo, después de dos cirugías y otras intervenciones médicas, está muy claro que su cuerpo nunca volverá a ser igual ni tampoco su corazón. Junto con su recuperación física, la pérdida de su mejor amigo ha dejado a mamá con un vacío en su espíritu con el que debe acostumbrarse a vivir. Mi padre era una persona amable y generosa que ayudaría a cualquiera que lo necesitara; fue un maravilloso padre, esposo, hermano y abuelo, y es profundamente añorado.
La próxima semana, mi familia y yo volveremos a Barcelona para recordar a mi padre y regresar al lugar donde él respiró por última vez. Nos reuniremos con personas que nos ayudaron a raíz de la tragedia y que ahora forman parte de nuestra familia. Caminaremos por las calles de su hermosa e histórica ciudad y nos consolaremos entre la gente de España que nos mostró tanto amor, compasión y apoyo. Este último año no ha sido fácil para nosotros, y somos conscientes de que tampoco ha sido fácil para los ciudadanos de España y Catalunya. Antes del ataque, lamento admitir que estaba completamente desinformada sobre la situación política que existe en su país. No entendía la estructura del gobierno y no sabía casi nada sobre Catalunya o España. No hablo catalán o español, nunca había estado en Barcelona, y mi conocimiento de la ciudad se limitaba al amor de mi hijo por los dos equipos de fútbol de la Liga de la ciudad, el Barça y el Espanyol. Ahora estamos más informados. A través de amigos con quienes hemos estado en contacto durante este año, y los medios internacionales, hemos aprendido sobre la división política que existe en la península Ibérica.
El Ayuntamiento de Barcelona nos ha invitado al acto de conmemoración el 17 de agosto del 2018. Estamos muy agradecidos que nuestra familia haya sido incluida en este acto y tenemos la intención de participar. Tal vez haya algunas personas que deseen politizar el significado de este día, pero, por favor, sepan que para nuestra familia será un acto de recuerdo. Vamos a asistir para recordar a mi padre y apoyar a mi madre, así como a las otras víctimas del terror y nos sentimos honrados de que la gente de Barcelona nos permita estar a su lado en solidaridad.
Fiona Wilson siente que algo muy íntimo le unirá siempre a Barcelona. No sólo a ella, a toda su familia. Su padre, Ian Wilson, perdió la vida en la Rambla cuando paseaba con su esposa Valerie aquella calurosa tarde del 17 de agosto.
Los dolorosos recuerdos de un año muy duro para esta familia canadiense se combinan ahora con las ilusiones del futuro. Duncan Bates, el nieto de Ian, ha decidido pasar los próximos meses en Barcelona. Volvía de la playa e iba camino de la Rambla con su padre el día del atentado. Allí debía encontrarse con sus abuelos si no hubiera sido por la maldita furgoneta.
Duncan estaba muy unido a su abuelo y siente que una parte de él sigue aquí, así que ha llegado este fin de semana con una maleta bien grande, llena de ilusiones, para pasar una temporada aprendiendo español y perfeccionando su técnica futbolística. Su padre, Robert, se ha tomado un año sabático, se ha tatuado en el brazo el mosaico de Joan Miró de la Rambla y ya andan enzarzados en la búsqueda de un apartamento en el que vivir y un equipo de fútbol en el que jugar.
Con una maleta más pequeña, para volver a finales de agosto, ha llegado a Barcelona el resto de la familia. Valerie aún se recupera de las heridas de hace un año. Pasó cerca de un mes en el hospital Germans Trias i Pujol y ha tenido que ser operada del hombro dos veces aunque no podrá recuperar la movilidad en esa parte del cuerpo. Lo peor de todo es el dolor constante que sufre. Aun así, tenía claro que esta semana debía regresar a Barcelona. “Ha sido un año devastador para mi madre y muy duro para todos nosotros”, relata Fiona, policía en Vancouver. Parece que todo lo malo queda atrás y que las ilusiones de su hijo pueden ayudar a superar lo peor pero cuando rememora los meses posteriores al atentado se pierde su mirada, exactamente igual que cuando atendía a La Vanguardia pocos días después del 17 de agosto en el consulado canadiense. Cuando parece que se va a derrumbar, su marido, Skigh, la abraza con cariño. Exactamente igual que hace casi un año.
La primera cosa que hicieron el domingo, prácticamente recién aterrizados, fue irse a pasar el día a una casa de Sant Andreu de la Barca con Lourdes, Albert y Carlos. Son tres de esos tantos ciudadanos anónimos que en aquel momento de caos decidieron ayudar a la gente que tenían alrededor y se ha creado un vínculo entre ellos que han mantenido pese a la distancia. Igual que con Albert S., que subió en su moto a Robert y se pasaron la noche del 17 de agosto recorriendo todos los hospitales de Barcelona buscando infructuosamente a su suegro cuando aún no sabían que era uno de los fallecidos. Fue como un ángel aquella noche y ahora ya es uno más de la familia. “Perdí a mi padre pero he ganado grandes amigos”, resume Fiona, tratando de encontrar la parte positiva a tan traumática experiencia.
“Los terroristas no ganaron, no han conseguido evitar que dejemos de disfrutar de esta gran ciudad”, dice Fiona. Cuando recibieron la invitación al acto que el Ayuntamiento celebrará el viernes ya tenían todo planeado para estar aquí en la triste efeméride. “Queríamos volver porque una parte de mi padre está aquí y porque sentimos la necesidad de agradecer la solidaridad de toda la gente que nos ayudó durante aquellos días”, resume la hija de Ian, que pide, por favor, “que el 17 de agosto sea un día de homenaje centrado en la tragedia y en los actos de cariño que provocó y no se vea enturbiado por la política”.