La tempestad turca
LA crisis abierta entre Estados Unidos y Turquía, dos miembros clave de la OTAN, comporta serios riesgos geopolíticos y económicos. El presidente Recep Tayyip Erdogan ya ha amenazado con buscar nuevas alianzas, con un claro guiño hacia Rusia, mientras el hundimiento de la lira supone el problema económico más grave para Turquía desde la crisis financiera del 2001, con efectos colaterales en los mercados financieros internacionales, así como para los bancos y grupos empresariales que tienen allí intereses económicos, especialmente españoles, italianos y franceses. Turquía es un aliado fundamental para Occidente y su economía es la diecisiete del mundo en importancia.
La amenaza de Donald Trump de doblar los aranceles a las importaciones de aluminio y acero de Turquía, efectuada el viernes en un tuit, precipitó el descalabro de la lira turca, con una caída de cerca del 16% en un solo día. Los mercados financieros, además, han reaccionado con nerviosismo porque temen que las represalias comerciales agraven la situación de la economía del país. Turquía registra un fuerte crecimiento pero, al mismo tiempo, acumula importantes desajustes, como una alta inflación –superior al 16%– y un elevado desequilibrio de balanza de pagos que puede llevar al colapso. En lo que va de año, tras el descalabro del viernes, la devaluación de la lira roza ya el 40%. Existe una gran desconfianza, asimismo, en la capacidad de las autoridades turcas para reconducir la situación, ya que Erdogan ha prohibido subir los tipos de interés, que es la receta clásica para superar estos problemas.
Las tensiones diplomáticas y políticas con Estados Unidos no ayudan tampoco en nada a la estabilidad económica de Turquía ya que generan una preocupación adicional. Las malas relaciones entre ambos países tienen su origen en la negativa de Washington de extraditar al clérigo turco Fethullah Gülen, residente en Estados Unidos, a quien Erdogan culpa de ser el cerebro del fracasado golpe de Estado de julio del 2016, así como en sus discrepancias ante el conflicto de Siria. Pero ha sido el procesamiento por la justicia turca del pastor estadounidense Andrew Brunson a primeros de agosto, acusado de espionaje y terrorismo, después de haber estado un año y medio detenido, lo que ha envenenado la situación durante los últimos días. Como represalia, Estados Unidos, que exige la liberación inmediata del pastor, impuso sanciones contra dos ministros de Erdogan, en un marco de críticas y amenazas mutuas que han ido in crescendo –ahora con represalias comerciales– y que definen la peor crisis que han tenido ambos países.
Erdogan habla de complot contra Turquía. Pero, al igual que otros países emergentes fuertemente endeudados, su economía sufre también por la huida de capitales hacia el área del dólar atraídos por el alza de los tipos de interés en Estados Unidos. La crisis turca ha disparado el efecto dominó en otras divisas excesivamente dependientes de los mercados financieros, como son el rand sudafricano, el peso argentino, el real brasileño, la rupia indonesia o incluso el rublo ruso, que han caído en porcentajes elevados en los últimos días. Este fenómeno ya se esperaba pero no de forma tan coordinada como se ha producido ahora y puede tener su impacto con toda seguridad en un menor crecimiento mundial, que se ve agravado por el aumento del proteccionismo impulsado por Trump.
La tempestad turca, y su doble impacto político y económico, abre un escenario de graves incertidumbres internacionales que preocupa especialmente por la implicación que tenga para los intereses de la UE. Síntoma de ello es que el euro ha caído a su nivel más bajo en trece meses.