Sobre lo inimaginable
Todo acto terrorista es para la mayoría de los ciudadanos una acción inimaginable, no por considerarla imposible sino inhumana. Los actos terroristas de Barcelona y Cambrils siguen presentes entre nosotros al mostrarnos que somos vulnerables ante un acto de violencia que escapa a la razón. Los terroristas que acabaron con la vida de quince personas y sembraron pánico en las calles partían de una premisa cuando pensaron, prepararon y ejecutaron su acto terrorista: considerar que no hay inocentes y que su fuerza intimidatoria se basa en perpetrar asesinatos indiscriminados para cumplir unos objetivos que ni los propios asesinos llegarán jamás a comprender. Asesinos que, como en los asesinatos de Niza, sólo persiguen reafirmar sus creencias mostrando su poder de destrucción. Una creencia que, como apunta Nicolás Grimaldi en su ensayo Los nuevos sonámbulos, “por muy absurda que pueda ser, persuade, convence, se comunica, arrastra. Cuanto más extiende, más contagiosa es. Y afecta incluso a los que se resisten a ella, que acaban por dudar de su propia lucidez: hasta ese punto aísla a la propia razón”.
Un año después de los atentados las imágenes de dolor, desconcierto y repulsa siguen presentes, si cabe más claras y definidas, para advertirnos que tras toda víctima hay una persona que ha visto truncada su vida. Nadie podía imaginar que asistiríamos al horror de muertes indiscriminadas, aunque se hubiera extendido el temor en toda Europa de un nuevo posible atentado, como ocurrió en Alemania, Francia o el Reino Unido; nadie podía imaginar tener que enfrentarnos al resbaladizo terreno de intentar comprender las razones que llevan a perpetrar atentados terroristas. ¿Cómo imaginar comprender unos actos que tienen como objetivo acabar indiscriminadamente con vidas humanas en aras de unas creencias que se fortalecen a través del fanatismo y la intolerancia? Inimaginable la crudeza con que pueden llegar a perpetrarse en la vida real unos actos que se proyectan fuera de ella, contra ella, para hacerla claudicar a merced de una fantasía justiciera insensible al dolor humano. Los atentados de Barcelona y Cambrils nos llevaron a todos a dar forma a lo inimaginable, a descubrir que la fuerza aniquiladora de un atentado es capaz de hacer saltar por los aires la vida que hasta entonces teníamos. Sin embargo, pudimos comprobar que nuestro futuro depende de luchar contra aquellos que asesinan apelando a sus mortíferas creencias.