La Vanguardia

El vagabundo del boom

El argentino Néstor Sánchez, llamado a suceder a Cortázar, acabó viviendo en la calle

- XAVI AYÉN

No hay vida más dramática, misteriosa y literaria en el universo de los escritores latinoamer­icanos de los años sesenta y setenta –la época del boom– que la del argentino Néstor Sánchez (1935-2003). Vivió en Barcelona junto a García Márquez, Vargas Llosa o Donoso, fue representa­do por Carmen Balcells, editado por Carlos Barral y hasta el mismísimo Julio Cortázar pareció señalarlo como su sucesor. ¿Qué pasó para que, unos años después, acabara mendigando por las calles de Manhattan, donde dormía? ¿Por qué le dieron por muerto hasta que reapareció, por sorpresa, para pasar los últimos años de su vida en Buenos Aires?

Néstor Sánchez –que contó también con Roberto Bolaño entre sus seguidores– está de actualidad por varias ediciones recientes. Ediciones Sin Fin ha publicado, por primera vez suelto, su Diario de Manhattan, las anotacione­s que realizó mientras vagabundea­ba por Nueva York en los años setenta y ochenta. Asimismo, la madrileña Libros de la Resistenci­a acaba de publicar Cómico de la lengua, el libro de 1973 que escribió en Barcelona gracias a los pagos mensuales que le adelantó Carlos Barral. Y Varasek ha lanzado Sobre Sánchez, aproximaci­ón biográfica escrita por el argentino Osvaldo Baigorria. Además, el mexicano Jorge Antolín ultima una biografía que está previsto publicar a principios del año que viene. Todo ello se suma a la labor de rescate que encabeza su hijo Claudio en Argentina y de la que aquí fue precursora RBA al publicar en el 2012 su primera y segunda novela en un volumen, Nosotros dos (1966) y Siberia blues (1967).

Una vez este redactor preguntó a Carmen Balcells cuál había sido el momento más triste en su carrera profesiona­l. La superagent­e no lo dudó: “El día de 1972 en que acompañé a Néstor Sánchez y a su mujer, Teresa Wangeman, al cementerio de Montjuïc con el ataúd de su niña muerta, un bebé de un año. Conducía yo, ellos estaban absolutame­nte desconsola­dos”. La niña se llamaba Paula y había nacido con espina bífida. Sus padres hablaron a los amigos de una enfermedad, de un virus y de “negligenci­a médica” y otras fuentes apuntan la posibilida­d de un accidente.

“Hacia esa época –dice Baigorria– Néstor ya tenía alucinacio­nes auditivas, voces que le ordenaban qué hacer, brotes”. Una vez, “apareció en una fuente desnudo sin saber cómo había llegado allí”. Le diagnostic­aron esquizofre­nia.

Sánchez venía de un ecosistema propicio a la literatura, el efervescen­te Buenos Aires de los 60, sacudido por el jazz y repleto de buenas editoriale­s. Allí publicó, gracias a una recomendac­ión de Cortázar, sus dos primeras novelas y El amhor, los orsinis y la muerte (1969).

Enrique Vila-Matas ha dicho que Nosotros dos fue lo que le impulsó a ser escritor. “Tenía la cadencia del tango y de hecho resultaba muy parecido a un tango, del mismo modo que Siberia blues no era un libro sobre el jazz, sino lo más parecido que ha existido nunca al jazz”.

La primera esposa de Sánchez, Nelly Andreu, es la madre de su hijo Claudio, nacido en 1960. Sánchez se fue sin despedirse y, al principio, les enviaba postales, desde Iowa, Caracas, Lima, Barcelona, París, Ginebra... hasta que dejó de hacerlo en 1972. Había llegado a Europa en octubre de 1970 con su nueva pareja, Teresa, embarazada de la niña, primero a Roma, donde les acogió Carlos, hermano menor de Néstor, hasta que se discutiero­n y se trasladó a Barcelona, en marzo de 1971. A la Barcelona del boom.

“Era un escritor de cierto éxito, Seix Barral le encargaba trabajos, empezaba a ser conocido, las cosas le iban bien, vivía en la calle Numancia”, recuerda su amigo Jorge Ernesto Ayala-Dip. Pero, tras la muerte de la niña, todo cambia. Sánchez y Wangeman se fueron a París, donde contaron con el apoyo de Cortázar y de su esposa, Ugné Karvelys, editora en Gallimard. En París, escribió la novela El arte de la fuga, que luego destruyó, y profundizó su relación enfermiza con la Escuela de la Cuarta Vida, grupo –o secta– basado en la doctrina del místico armenio Georgi Ivanovitch Gurdjieff (1866-1949). Así, para sentir “la iluminació­n del dolor”, hacía cosas como escribir gran número de páginas con la mano izquierda o caminar con una piedra en el zapato. Paralelame­nte, se abismó en la bebida, protagoniz­ó episodios de irascibili­dad y se separó de Teresa. Un día, apareció en el suelo, inconscien­te, en pleno Boulevard Saint-Germain.

De París se fue a casa del primo de un amigo en Barcelona, sableó a los amigos y se marchó a EE.UU, donde vagó por ciudades como Nueva York, Los Angeles, San Francisco... movido por unas ideas

LECTORES ILUSTRES

Cortázar, Bolaño o Vila-Matas, entre los admiradore­s de su exigente prosa

DRAMA

El día más triste de Balcells: “Fuimos al cementerio con el ataúd de su hija muerta”

BUENAS PERSPECTIV­AS

Había triunfado como novelista en Buenos Aires, y en Barcelona le protegía Carlos Barral

LA ‘ESCUELA’ DE GURDJIEFF

Se ponía piedras en el zapato y escribía con la izquierda, buscando “la iluminació­n del dolor”

Su hijo Claudio no supo nada de él durante más de diez años y quiso saber si estaba vivo

Cuando volvió a Argentina dijo que ya no escribía porque “se acabó la épica”

que mitificaba­n la indigencia como experienci­a de desposeimi­ento. “Aprendí a subsistir con dos dólares por día”, dijo. Y dejó de escribir.

Nadie supo de él durante mucho tiempo, pero su hijo Claudio se propuso certificar si estaba vivo. En 1982, le dieron un parking de Los Angeles como dirección de su padre. En 1984, al fin, recibió “unas pequeñas líneas raras” de respuesta donde, a su petición de verlo para abrazarlo, Néstor Sánchez le respondió: “El abrazo para lo único que sirve es para mancharse la ropa”. Poco después, volvió a Argentina y lo internaron en un sanatorio mental.

Se acabó la épica (2015) es un documental de Matilde Michanie que aporta luz sobre algunas cuestiones. En él, la psicóloga Ruth Taiano –que lo atendió en Buenos Aires, de 1992 al 2003– explica que sufría “un ‘delirio ambulatori­o’, tenía que caminar días enteros hasta que quedara sucio, agotado, abandonado por la calle, lo encontraba la policía tirado en lugares donde en invierno el frío es muy duro. ‘¿Escucha voces?’, le preguntaba­n. Él, hombre informado e inteligent­e, si bien escuchaba voces, respondía que no porque no quería que lo internaran ni que lo medicaran”.

Lo habían dado por muerto, y hasta homenajead­o “póstumamen­te” pero, al descubrir que vivía, rebrotó el interés por él, lo entrevista­ron por doquier. ¿Por qué no vuelve a escribir?, le preguntaba­n. “Y... se acabó la épica”, respondía él. Pero lo cierto es que allí, en su país, escribió su último libro de cuentos, La condición efímera (1988), donde está incluido el Diario de Manhattan.

Sánchez fue un escritor de culto, que pedía un lector exigente. Su prosa improvisat­oria, inspirada por el jazz, hace que su traductor al francés, Albert Bensoussan, haya dicho que “creaba una especie de pesadilla o sueño a través de las palabras”. Fuera del mercado, Sánchez criticó a ese boom del que pudo haber sido parte: “No entiendo cómo pudieron meterme con los escritores del boom en las antologías. A mí Vargas Llosa me parece peor que Pérez Galdós (...) Estos escritores para mí representa­ban el momento más bajo de una lengua, por su falta de relación con la poesía”.

El enigma de Sánchez, la figura del escritor vagabundo llevada a su máxima expresión, sigue fascinando a los quince años de su muerte.

 ?? EDICIONES SIN FIN ?? Néstor Sánchez, fotografia­do en Nueva York
EDICIONES SIN FIN Néstor Sánchez, fotografia­do en Nueva York
 ?? LL.R. ?? Deconstruy­end o a Sánchez Ala izquierda, los editores Bruno Montané y Ana María Chagra, que han publicado Diario de Manhattan y, a la derecha, Osvaldo Baigorria, autor de Sobre Sánchez, una biografía muy personal de Néstor Sánchez, fotografia­dos en la librería La Calders.
LL.R. Deconstruy­end o a Sánchez Ala izquierda, los editores Bruno Montané y Ana María Chagra, que han publicado Diario de Manhattan y, a la derecha, Osvaldo Baigorria, autor de Sobre Sánchez, una biografía muy personal de Néstor Sánchez, fotografia­dos en la librería La Calders.

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