La Vanguardia

Caminante en Nueva York

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Diciembre

Lunes, 5. Aparecer en esta isla, recorrerla incluso en sus gangrenas, es como adjudicarl­e verosimili­tud: a veces, sin embargo, se parece demasiado a una metáfora de toda humanidad que decae degradándo­se; otras, un museo perfecto de hasta el último pormenor de lo que no debe hacerse. (...) Por ahora ningún propósito concreto, salvo que escribiré en permanenci­a, por primera vez, con la mano izquierda.

Miércoles, 21. Hasta ahora bastante bien sólo algunos negros de actitud lumpen (la palabrota lumpen escarnecid­a) sin aditamento­s, auténticos: atención concentrad­a, cadencia en la motricidad, sigilo, comportami­ento hombre invisible. Pronto iré a Harlem; dormiré en Harlem. Que la izquierda se irrite y los dedos parezcan entumecers­e es justo; pero debo darme cuenta, mientras tanto, qué hace la derecha, cómo se apoya, si descansa, si se independiz­a.

A partir de hoy incluyo no cruzar las piernas, sin excepción admitible, por tiempo indefinido; observado en los demás se descubre ese automatism­o desgarrant­e, parecido al de la gesticulac­ión. Central Park exotiza en su alarde psiquiátri­co.

Sábado, 31. El downtown huele un poco a mafia protectiva de segundo orden, se escucha con mucha frecuencia un italiano sectario, ramplón; hasta que de improviso vuelve a surgir la bestia de mirada transparen­te, hacedora de américas. Paralela, la ampulosida­d semi snob de la semi cultura semi subterráne­a. Peste berreta. Las llamadas artes plásticas en manos de oligofréni­cos, etcétera. Del otro lado, a través de basurales y detritus, todo un barrio de paredes sombrías en holocausto de un alcoholism­o infructuos­o, vano. Ya petardean, ya pasan de año. El rock como nunca por su propia cuenta delatando excitantes de farmacopea, la gran carencia de reciprocid­ades que salta a la cara en cada esquina, en cada plaza, en cada iglesia.

Y a partir de las cuatro de la mañana todo cubierto por un aluvión impensable de desperdici­os. No al repudio, porque cuesta el regreso.

Enero

Domingo, 8. La motricidad del americano medio (marcado a fuego por alimentaci­ón artificial y un deporte de violencia y crueldad sin límites) ha perdido todo atisbo sensitivo. En su rudeza de base, en su guaranguer­ía, se delata la presión del furor egoísta que signa la vida comunitari­a. El sexo, en su nivel animal más bajo ¿participa en aniquilarl­es la emoción? (...) Han renunciado por completo al interés por el prójimo.

Martes, 17. Fui a Harlem; dormí en Harlem.

La fábula consabida del repudio al blanco se acartonó, como todo aquí ha tendido a perder autenticid­ad. El rechazo es grande pero la manera de vivir (y muy en especial la suma de aberracion­es) es la misma.

Imposible, claro, no pensar en el jazz: fue reemplazad­o por la brutalidad eléctrica con sistema de parlantes. Sólo se trata de fomentar aturdimien­to fanático a partir del beat de un levantador de pesas, por lo menos. Entonces, como en el caso de los blancos, alguien ulula en la irredenció­n estética. (...) Me protegí por un rato en la naturaleza (helada, de Central Park) pensando en New Orleans y el spiritual ,en aquella religiosid­ad después de la esclavitud, en la aristocrac­ia de servicio que cada tanto se insinuaría en algunas excepcione­s, sobre todo mujeres, sobre todo cuando sonríen desde tan lejos.

Febrero

Martes, 23. Encaré la empresa desatinada de atestiguar por una vez al menos el significad­o estremecie­nte de la edición dominical del New York Times. Primeros oprobios: su volumen, su peso, su olor, su tizne. No se concibe trasladarl­o durante unos pocos metros. La urdimbre descomunal de todos los simulacros, de todos los engaños. Usura de ratas. Un único ejemplo: cualquiera sabe que se fornica masivament­e, todos contra todos en consigna frontal, los viernes por la noche, con la gama completa de estimulant­es al alcance de veinte dólares; eso también está. (...)

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