Como un juguete de construcción
EL hombre ha sido capaz de convertir en realidad sueños que parecían imposibles mediante el dominio de la ingeniería. Quién hubiera imaginado que un canal permitiría navegar entre el Caribe y el océano Pacífico o que se lograría poner en órbita una estación espacial permanentemente tripulada. La creatividad y el conocimiento han forjado obras imponentes como la torre Jalifa de Dubái que, con sus 828 metros, es el edificio más alto del mundo. China ha alumbrado construcciones sobrecogedoras como la presa de las Tres Gargantas, y en la encantadora ciudad japonesa de Kobe se erige el puente de Akashi Kaikyo, con una longitud de más de tres mil metros, suspendido de dos supercables.
Todas esas obras hablan de nosotros, del afán de superación de las sucesivas generaciones, de los anhelos de mentes inconformistas. De la misma forma que en el pasado, otros espíritus ambiciosos crearon maravillas que han perdurado durante siglos. Quizá ningún país como Italia reúna tantos ejemplos de ese tesón a la hora de perseguir la belleza perdurable a través de edificaciones de lo más diverso. Cuando la arquitectura y la ingeniería ansían la eternidad, extraen las mejores cualidades humanas. Pero de la misma forma que el hombre es capaz de alcanzar lo más excelso, también puede ser negligente o dejarse caer en la indolencia y la desidia. Incluso peor, en la corrupción o los intereses ilegítimos. En Génova tuvieron que confluir ayer necesariamente una o algunas de esas lacras –la investigación determinará cuáles– para que decenas de personas perdieran la vida al hundirse un viaducto sobre cuya seguridad existían dudas casi desde el mismo día en que se inauguró. Las imágenes muestran la obra descompuesta. Como un juguete de construcción derribado por la insensatez.