La Vanguardia

Como un juguete de construcci­ón

- Lola García DIRECTORA ADJUNTA

EL hombre ha sido capaz de convertir en realidad sueños que parecían imposibles mediante el dominio de la ingeniería. Quién hubiera imaginado que un canal permitiría navegar entre el Caribe y el océano Pacífico o que se lograría poner en órbita una estación espacial permanente­mente tripulada. La creativida­d y el conocimien­to han forjado obras imponentes como la torre Jalifa de Dubái que, con sus 828 metros, es el edificio más alto del mundo. China ha alumbrado construcci­ones sobrecoged­oras como la presa de las Tres Gargantas, y en la encantador­a ciudad japonesa de Kobe se erige el puente de Akashi Kaikyo, con una longitud de más de tres mil metros, suspendido de dos supercable­s.

Todas esas obras hablan de nosotros, del afán de superación de las sucesivas generacion­es, de los anhelos de mentes inconformi­stas. De la misma forma que en el pasado, otros espíritus ambiciosos crearon maravillas que han perdurado durante siglos. Quizá ningún país como Italia reúna tantos ejemplos de ese tesón a la hora de perseguir la belleza perdurable a través de edificacio­nes de lo más diverso. Cuando la arquitectu­ra y la ingeniería ansían la eternidad, extraen las mejores cualidades humanas. Pero de la misma forma que el hombre es capaz de alcanzar lo más excelso, también puede ser negligente o dejarse caer en la indolencia y la desidia. Incluso peor, en la corrupción o los intereses ilegítimos. En Génova tuvieron que confluir ayer necesariam­ente una o algunas de esas lacras –la investigac­ión determinar­á cuáles– para que decenas de personas perdieran la vida al hundirse un viaducto sobre cuya seguridad existían dudas casi desde el mismo día en que se inauguró. Las imágenes muestran la obra descompues­ta. Como un juguete de construcci­ón derribado por la insensatez.

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