300 curas, acusados de abusar de mil menores en Pensilvania
“Nosotros, miembros del jurado, necesitamos que escuchen esto”, arranca el informe más exhaustivo elaborado hasta la fecha sobre los abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia en Estados Unidos. Además de llamativas cifras y relatos abominables, el documento incluye una conclusión demoledora: “Los curas violaban a pequeños niños y niñas, mientras los hombres de la Iglesia que eran responsables de ellos no sólo no hicieron nada sino que lo ocultaron todo durante décadas”, concluye el informe del Tribunal Supremo de Pensilvania publicado ayer después de examinar durante dos años los abusos cometidos en seis de sus diócesis en 54 condados del estado.
El documento, de casi 900 páginas, identifica a más de 300 sacerdotes acusados de cometer abusos sexuales y reconoce a un millar de víctimas, aunque indica que la cifra real es probablemente de “varios miles”. Los hechos investigados –violaciones anales, vaginales, tocamientos, entre otros abusos; embarazos, abortos...– ocurrieron entre 1940 y el año 2000 y componen un auténtico catálogo de horrores elaborado en buena parte gracias a los “archivos secretos” de las propias diócesis. A menudo guardaban registros de los incidentes y la eventual rotación de los curas, obispos o seminaristas implicados. Son documentos, asegura el tribunal, llenos de eufemismos (no hablan de violación sino de “contactos inadecuados” o “problemas de relación”) que corroboran las acusaciones.
“En medio de tantas historias odiosas, algunas destacan”, afirma el gran jurado antes de relatar que un cura violó a una niña de siete años en el hospital, donde acababan de extraerle las amígdalas; no fue la única vez que abusó de ella (y otros menores) entre los años 1961 y 1973. Los denunció en 1991, después de pensar en el suicidio. Otro sacerdote obligó a un niño de nueve años a practicarle sexo oral “y luego le lavó la boca con agua bendita para purificarle”. Algunos menores “fueron manipulados con alcohol o pornografía” o mediante la hipnosis. Un chico se despertó un día con un desgarro anal después de haber tomado un zumo con un sacerdote la tarde anterior. Cada página es un episodio de terror. “No tienen pene”, respondió otro cura que negó las acusaciones de haber abusado de dos chicas pero admitió haberlo hecho con chicos. Un sacerdote de Harrisburg “abusó de cinco hermanas de una sola familia” y recolectó “muestras” de líquidos y pelos de las chicas, material que fue encontrado en su casa “y aun así la diócesis se negó a ponerse del lado de los menores”, relata el informe. La lista sigue.
Casos como el del sacerdote que después de años siendo acusado de abusos a menores aceptó dejar la Iglesia pero “pidió –y recibió– una carta de recomendación para su próximo trabajo... en Disneylandia” ilustran el desinterés por las víctimas del que se acusa a la Iglesia de Pensilvania. “Este tipo es uno de los peores”, dijeron a los investigadores en varias parroquias, que, sin embargo, nunca habían tomado cartas en el asunto o trataron de frenar las denuncias y pesquisas policiales. “Los encubrimientos eran sofisticados”, relató el fiscal general de Pensilvania, el demócrata Josh Spahiro. Lo principal “no era ayudar a los niños, sino evitar el escándalo”. Es el caso de un cura que confesó haber abusado de un chico y que se resolvió diciendo que quizá la experiencia “no fue necesariamente un trauma horrible” y que bastaba con “dejar que su familia se desahogara”.
Víctimas de los abusos expresaron ayer entre lágrimas su alivio porque la justicia haya indagado en sus casos, aunque la mayoría hayan prescrito o los curas acusados hayan muerto. La mayor parte de los nombres y datos que ayudarían a identificar a los protagonistas en vida han sido de momento ocultados en el texto a petición de los implicados.
El extenso informe del Supremo de Pensilvania se basa en denuncias y registros de las propias diócesis