La Vanguardia

Las granadinas de Junqueras

La división entre bandos crece en el municipio del que fue alcalde el líder de ERC

- DAVID GUERRERO

Cuando Jaime el facha se cruza con Maxi, le pide que le dé recuerdos de su parte a Oriol cuando vaya a visitarlo a la cárcel. Ese Oriol no es otro que Junqueras y Jaime, cuyo apodo se justifica con la simbología que luce en el llavero, se lo transmite de corazón, con la estima personal que guarda de alguien con quien se encuentra a años luz políticame­nte hablando pero a quien tiene un gran aprecio. Es uno de los matices humanos que adquiere la situación política cuando se llega al lugar donde Oriol Junqueras no es sólo el líder de ERC, también es exalcalde y vecino.

Sant Vicenç dels Horts no es el pueblo de inmigrante­s del sur que se han convertido en masa al independen­tismo, como a veces quieren hacer creer algunos. Ni mucho menos. Tampoco es un lugar antiindepe­ndentista en el que Junqueras fue alcalde de carambola como quieren hacer ver otros. La sociedad vicentina es plural y diversa. O al menos lo era hasta hace poco. En el centro viven y se relacionan los catalufos; en los barrios, los de Tabarnia (antes, charnegos), según las definicion­es cruzadas dependiend­o de la zona en la que se pregunte. Así ha sido desde hace décadas, aunque parece que desde el pasado otoño cada vez más se dan la espalda los unos a los otros.

Sucede incluso dentro de los círculos más íntimos. Loreto Ríos nació en Alcolea del Río pero lleva desde 1963 en Sant Vicenç, donde conoció y se casó con el Nitu, uno de los fundadores de la agrupación local de ERC en el pueblo. Siempre habían hablado de política en la familia aunque pensaran diferente, ahora, en cambio, se refiere a su hermana como alguien “del otro bando” tanto cuando habla a nivel político como geográfico dentro de la población.

Esa diferencia la vive en carne propia cada día Paco García, vendedor de cupones de la ONCE. Por la mañana está delante de la iglesia, en pleno casco histórico, “donde todo el mundo ve mal que Junqueras esté en la cárcel”. Por la tarde instala su paradita en Can Ros, uno de los barrios más populares de la ciudad, “y la mayoría de gente está contenta de que lo hayan encarcelad­o” porque, en realidad, concluye Paco, “si la cagas, te meten en la cárcel”.

El éxito de Junqueras para conquistar la alcaldía fue precisamen­te el tener aliados en todas las partes de la ciudad. Tiene adeptos entre los que se toman un café en el céntrico Cal Nitu y los que lo hacen en el chino Miguel de la rambla de Can Ros, donde las granadinas (cerveza Alhambra en botella verde) se acumulan en la barra y la bebida se sirve acompañada de una tapa.

En este paseo con los bancos a rebosar de jubilados que buscan una sombra, se habla de la vida. No hay esteladas a la vista, tampoco lazos amarillos. La última visita al ambulatori­o, la nieta que ha encontrado un trabajo mal pagado durante los meses de verano, el sobrino que quiere independiz­arse pero no le dan una hipoteca, los alquileres que cada vez están más caros… ¿y del procés no se trata aquí? “Es un tema que hay que procurar evitar, aunque la mayoría somos contrarios a la independen­cia según con quien hables se pueden calentar mucho los ánimos, así que mejor que cada uno que piense lo que quiera”, zanja Tomás Ávila.

Lo dice tras abrazar amistosame­nte a Maxi Calero, que cuando vaya a la cárcel a visitar a Oriol Junqueras le dará recuerdos de Jaime el facha. Nacido en el pequeño pueblo extremeño de Malcocinad­o, Calero fue concejal del Partido Comunista en Sant Vicenç, luego lideró la Asocia- ción de Parados del municipio y ahora cuelga pancartas pidiendo la libertad del líder de ERC. La conversaci­ón entre Tomás y Maxi deriva rápidament­e en temas locales como la construcci­ón de un nuevo centro cívico en un parque, algo que no convence a todo el mundo.

Pese a ser ese tipo de debates los que realmente levantan pasiones, lo que interesa es saber si en San Vicente (como le llaman una gran parte de sus vecinos) la gente se acuerda de Junqueras, a quien el chino Miguel servía sus granadinas cuando era alcalde e iba allí a tomar algo. Miguel (o Michael, como le llaman una gran parte de sus clientes aunque sea de Hangzhou) le pone una a Maxi Calero y otra a su hermano Lolo, que se ha granjeado cierta fama en las típicas contracrón­icas de las campañas electorale­s al asistir a mítines de los republican­os con una camiseta del Real Madrid.

Bregado como entrenador en los campos de fútbol de regional cuando aún no había césped artificial, su corpulenci­a se desmorona cuando empieza a hablar de la familia de Oriol Junqueras. El otro día anduvo con un centenar de garrafas de agua arriba y abajo para llenar una piscina hinchable en un terreno que tienen a las afueras del municipio, en uno de esos huertos que dan apellido al pueblo. Las lágrimas se le escapan cuando enseña las fotos en las que se le ve tratando de hacer más llevadero el verano de los hijos del amigo encarcelad­o. Esas lágrimas de hoy son risas en la cárcel cuando van de visita. “Se lo pasa bomba con nosotros”, confiesa Lolo en cuanto se repone, “nada que ver con las visitas aburridas de abogados y políticos”.

Con las garrafas llenas de agua arriba y abajo le ayudó Domingo Alfonso, propietari­o de un taller mecánico en cuya trastienda se acumulan los carteles pidiendo la libertad de Junqueras. “Hay gente que ha dejado de traer el coche por el tema político”, reconoce tratando de quitarle peso al asunto aunque a su mujer le quite el sueño. En el bar de al lado de su taller en lugar de granadinas sirven Estrella Galicia pero la sensación es la misma. “Yo de política no entiendo” es una respuesta que se repite varias veces cuando los ciudadanos son abordados por la calle. Parece que sólo Domingo, Maxi y Lolo quieran hablar de política, el resto prefieren seguir a sus cosas. Aun así, los tres mosquetero­s de Junqueras prometen que no descansará­n hasta que su amigo salga de la cárcel.

“En el centro ven mal que esté en la cárcel, en el barrio se alegran de ello”, resume Paco, vendedor de cupones

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XAVIER CERVERA La plaza del Ayuntamien­to tiene lazos amarillos y pancartas que piden la libertad del exalcalde

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