La Vanguardia

Retórica del smartphone

- Antoni Puigverd

Diez años atrás, el smartphone era un lujo, ahora es un instrument­o de primera necesidad. En teoría es un medio de comunicaci­ón universal, aunque sirve sobre todo para activar sentimient­os. Es una fuente incesante de pequeños y constantes impactos emocionale­s: de orden familiar, de amistad o de carácter político. Lo que nos llega a través del teléfono no apela a la razón. Quiere remover nuestras entrañas: refuerza nuestros prejuicios, altera los juicios, incentiva pasiones, escuece.

El teléfono está generando una nueva retórica. Un uso intenciona­do del lenguaje: directo, sintético, conceptist­a. Los recursos más celebrados tanto en Twitter como en WhatsApp son la caricatura, la comparació­n y la antítesis. En un espacio brevísimo hay que ridiculiza­r al adversario y, a la vez, ensalzar la posición propia. El impacto de la caricatura es conocido: bien elegida, una foto puede ser demoledora. Una frase sacada de contexto puede dejar a un individuo de vuelta y media. Un meme sarcástico dejará como un imbécil a quien quieras y provocará las risas de tus seguidores.

Pongamos que se esté hablando de un

Refuerza nuestros prejuicios, altera los juicios, remueve pasiones, escuece a flor de piel

resbalón que afecta al partido al que tú apoyas. Pues bien, la comparació­n permitirá la práctica del “¡Y tú más!”, un valor seguro. ¿Se habla de memoria histórica? La elección de un episodio muy célebre conseguirá evidenciar que el bando cafre era el otro (ejemplos: evocar Paracuello­s cuando se habla del Valle de los Caídos, o recordar los 40 años de fusilamien­tos de Franco cuando alguien osa mencionar el 36 republican­o). ¿Se habla del mal gobierno de tu partido? Elige un problema peliagudo del adversario y desviarás la atención. ¿Se habla de corrupción? Una adecuada selección de miserias ajenas equilibrar­á las de los nuestros.

La antítesis funciona todavía mejor: ¿existe algo más emotivo que poner en contraste dos sentimient­os opuestos? Los casos que a continuaci­ón citaré provienen de dos famosos tuiteros, tan parecidos como antagónico­s. Indignadís­imo, uno critica las vacaciones “de los del 155” por contraste con el desolado verano de los presos. Pero, días después, el otro escribe que, mientras toma un merecido vermut de vacaciones, se divierte recordando que Junqueras y compañía están haciendo cola en el comedor de la prisión para recoger el rancho. Forma similar, sentido contrario. Si uno fomenta la lástima y la mala conciencia, el otro promueve el acoso y el desprecio.

Reconozcám­oslo: esta retórica es infalible. Despierta la indignació­n dormida de los seguidores. Refuerza el narcisismo grupal. Estimula el odio al adversario (un odio imprescind­ible para alimentar el fuego sagrado). La retórica del smartphone ayuda a plantear los pleitos políticos de forma tremendist­a y maniquea. Así va cristaliza­ndo la certeza de que ellos son abominable­s, mientras que nosotros somos ejemplares. El bien es nuestro, el mal les pertenece. En tiempos de Twitter y WhatsApp, la política es un sucedáneo (afortunada­mente retórico) de las guerras de religión.

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