La Liga de Campeones, sin VAR
HOY se celebra en Mónaco uno de los ritos deportivos más consolidados en Europa de los últimos tiempos: el sorteo de la edición 2018-19 de la Liga de Campeones, que permitirá conocer –previa dosis de exagerado suspense– la composición de los ochos grupos de cuatro equipos. Uno de ellos alzará el trofeo más valioso –y lucrativo– del fútbol mundial en lo que a clubs se refiere, gracias al negocio televisivo que genera, cada año mayor. La final de esta edición se disputará en el Wanda Metropolitano de Madrid el próximo 1 de junio.
Junto a la novedad de la desaparición de los partidos a las 20.45 horas (salvo los que se disputaban en determinadas zonas horarias de Rusia) en favor de su desdoblamiento (18.55 horas y, preferentemente, las 21 horas), llama la atención que la UEFA se haya negado a utilizar en la competición más vanguardista el sistema del videoarbitraje (VAR), activo en el pasado Mundial y presente en la mayoría de grandes ligas nacionales, entre ellas la española, con mayoritaria y creciente aprobación. El organismo que domina el fútbol europeo alega que el VAR acarrea “incertidumbres” en lo que a su aplicación se refiere, una prevención que la experiencia contrarresta: son mayores los beneficios del videoarbitraje que los inconvenientes. Es sorprendente que, en consecuencia, la tan televisiva Liga de Campeones se cierre en banda a un sistema que parece hecho, además, a medida de las retransmisiones audiovisuales ya que es frente al televisor y no en los estadios dónde mejor se siguen estas decisiones, justicia deportiva aparte. No es ajena a esta extraña negativa del VAR en la Liga de Campeones el hecho de que haya habido un relevo en la dirección arbitral de la competición –ha cesado el italiano Pierluigi Collina, sustituído por su compatriota Roberto Rosetti–. A la vista de los polémicos arbitrajes en las últimas ediciones de la Champions, con errores decisivos, aún resulta más incomprensible la negativa.
El fútbol sigue siendo uno de los negocios más particulares de la globalización, acaso porque el aficionado tiene una pasión deliberadamente juvenil y lo disculpa casi todo con la confianza de que el espectáculo retribuirá su ilusión. Algo de esto hay cuando la legión de jugadores comunitarios en la Premier League inglesa se están rebelando ante la pérdida salarial inherente a la depreciación de la libra esterlina tras el Brexit, cuyas consecuencias hacen temer una particular “fuga de talentos”. Y sin esos jugadores extranjeros, difícilmente la Premier podría mantener la categoría de competición nacional más lucrativa y potente del mundo.