Amores cincuentones
Cecilia Atán y Valeria Pivato estrenan ‘La novia del desierto’ tras Cannes y San Sebastián
Los dos protagonistas de La novia del desierto, ópera prima de las argentinas Cecilia Atán y Valeria Pivato, son personajes sencillos que viven con naturalidad una historia que para los espectadores puede resultar sorprendente.
Es la edad un obstáculo para la aventura? ¿Se puede soñar y hasta volver a empezar a los cincuenta y pico? Los dos protagonistas de La
novia del desierto, opera prima de las argentinas Cecilia Atán y Valeria Pivato, no son conscientes de estar ante una segunda oportunidad porque en realidad nunca tuvieron una primera. Son personajes sencillos que viven con naturalidad una historia que sin embargo puede sorprendernos. Como a ellos mismos.
El encuentro entre Teresa y el Gringo, interpretados por Paulina García y Claudio Rissi, ocurre en mitad de la Pampa argentina. Ella es una niñera que a sus 54 años tiene que abandonar el hogar cuando el chico al que ella ha criado como si fuera su hijo eleva el vuelo hacia su vida de hombre hecho y derecho. La familia para la que trabaja le ofrece una alternativa en una nueva casa vinculada indirectamente con el chico pero situada a mil kilómetros de distancia, en la provincia de San Juan. La acción principal se desarrolla tras una parada accidental durante el viaje.
“Lo que nos interesaba de la vida concreta del personaje de Teresa, bastante común, era la situación de estas mujeres de servicio que en determinados momentos y por decisiones que ellas nunca hubieran tomado quedan varadas como en un limbo, con la sensación de ser parte de algo –en este caso una familiay al mismo tiempo de no serlo ya”, explica Cecilia Atán. “De tanto servir a los demás, es como si hubieran perdido su voz interior y su deseo; han vivido siempre en función de otros y en principio no tienen una vida propia”, añade Valeria Pivato.
Después de la forzosa parada en su periplo, Teresa se encuentra desolada. Se aferra al pasado y a su deseo de mantener los lazos con el joven al que ha cuidado siempre. Luego, de la desolación pasa al miedo al verse perdida y en apuros. Entonces aparece en escena el Gringo, en principio no como un tipo honesto y un posible amigo sino como “un tipo dudoso y una opción amenazante”, describe Atán.
El Gringo y Teresa van “deshojándose las capas” uno a otro, descubriéndose de manera recíproca e incluso ante sí mismos. Con el pausado relato de la relación que se crea entre ellos, lleno de intriga hasta su culminación, las directoras quisieron “dar valor a esas historias de dos solitarios que en principio parecen opuestos y al final resultan tener mucho en común”. Es una deliberada “toma de posición” contra la tendencia a las presuposiciones y los prejuicios, así como frente a “la idea impuesta de que la felicidad de las mujeres se corresponde únicamente con aquellas que son jóvenes, delgadas, sonrientes y tienen una familia formada”, de forma que “todo lo que salga de ese estereotipo no es ni placentero ni exitoso”, señalan las realizadoras.
Pero tan importante o más que lo anterior es la intención de ambas cineastas de subrayar “la posibilidad de desafiarse cuando se tiene ya una cierta edad”. Porque no es lo mismo preguntarse adónde quiere ir uno cuando tiene 20 años que cuando ya ha dejado atrás los 40. “Y una road movie de viaje iniciático de personajes con casi 60 nos parecía más provocador y sugerente como narración”, indican.
La ópera prima de las cineastas argentinas narra el viaje iniciático de dos personas con casi sesenta años