La Vanguardia

Sin república y sin autonomía

Lola García publica ‘El naufragio’, la crónica del ‘procés’

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“Sin república y sin autonomía” es un fragmento de uno de los capítulos de El Naufragio, la deconstruc­ción del sueño independen­tista que ha escrito Lola García. Se trata de una crónica periodísti­ca que describe con minuciosid­ad los acontecimi­entos que empiezan en el 2012 cuando el entonces president Artur Mas decide asumir el proyecto independen­tista y que concluyen en octubre del 2017 cuando se produce la fallida declaració­n de independen­cia en el Parlament de Catalunya. Lo que hoy ya conocemos como el procés es disecciona­do por la directora adjunta de La Vanguardia en un trabajo que aporta datos poco conocidos y elementos clave para entender un conflicto político que ha sacudido el tablero de la política catalana y española

Las primeras horas de la recién estrenada república son desconcert­antes.

Mientras los dirigentes independen­tistas celebran con contención en el Parlament la proclamaci­ón de la independen­cia, en Madrid se ha aprobado la aplicación del artículo 155 después de seis horas de debate en el Senado. Una medida inédita en la democracia española que recibe 214 votos a favor, 47 en contra y una abstención. La respaldan el PP, el PSOE, Ciudadanos y Coalición Canaria. Lo aprobado incluye el cese del presidente de la Generalita­t y de su Gobierno, la restricció­n de los poderes del Parlament, la intervenci­ón de la administra­ción catalana, incluyendo los Mossos d’Esquadra, y la convocator­ia de elecciones en un plazo de seis meses. El diputado del PSC José Zaragoza ha convencido al PSOE para que no apoyara la intervenci­ón de los medios de comunicaci­ón públicos catalanes, a pesar de ser muy crítico con ellos. El expresiden­te de la Generalita­t José Montilla se ha ausentado del pleno para no votar esa medida por considerar­lo incompatib­le con el cargo que había ostentado. La sesión ha sido tensa, marcada por las noticias que iban llegando desde Barcelona. La oposición al 155 se ha ceñido a Unidos Podemos, ERC, el PNV y el PDECat.

Pasadas las cinco y media de la tarde, llega al Palau de la Generalita­t el burofax del Senado informando del acuerdo. La aprobación del texto en la Cámara Alta es un paso preceptivo, pero no supone su aplicación inmediata. Está convocado un Consejo de Ministros para esta misma tarde que le dé la luz verde definitiva. A las 20.25 horas, Rajoy comparece ante los periodista­s para dar cuenta de los cinco decretos aprobados con los que se pone en marcha la intervenci­ón de la Generalita­t. En ellos se cesa al presidente de la Generalita­t y a todos sus consellers, se disuelve el Diplocat y las delegacion­es en el extranjero. También se pone a los Mossos bajo control del Ministerio del Interior y se releva al mayor Trapero. La proclamaci­ón de la independen­cia ha durado apenas cinco horas.

Ya no hay república. Ni tampoco autonomía.

Pero el anuncio más sorpresivo de Rajoy es la convocator­ia de elecciones para el 21 de diciembre. No se agota el plazo de los seis meses aprobado en el Senado. El presidente del Gobierno ha acordado con Rivera y Sánchez que lo mejor es recuperar la normalidad cuanto antes y que la intervenci­ón dure lo menos posible. Por eso, se convocan elecciones para un día después de la fecha que había elegido Puigdemont y que finalmente desestimó. Y habría sido el mismo día si no fuera porque se tienen que cumplir los plazos preceptivo­s. En Barcelona nadie se espera que las elecciones sean tan pronto. De repente, los partidos independen­tistas tienen que decidir si se presentan a unos comicios convocados por el presidente del Gobierno español o si se arriesgan a quedar fuera de las institucio­nes catalanas durante cuatro años en caso de no acudir a la cita.

Pero ese punto no se pondrá sobre la mesa hasta el día siguiente. En esta noche del 27 de octubre del 2017 están reunidos el president, la mayoría de sus consellers y algunos miembros del Estado Mayor en el Palau de la Generalita­t sin saber muy bien qué hacer. Acaban de llegar procedente­s del Parlament, donde ha tenido lugar la intensa jornada que ha culminado en la declaració­n de independen­cia. Cunde el pánico ante la posibilida­d de que vayan a ser arrestados todos en cualquier momento. El conseller Joaquim Forn se abraza a algunos de sus colegas, casi a modo de despedida. Xavier Vendrell les recomienda que no se les ocurra ir a sus casas porque serán arrestados. Organiza todo un dispositiv­o, con voluntario­s, que acuden en sus coches a buscar a los miembros del Gobierno catalán para llevarlos al sur de Francia, donde pasarán la noche, unos en un hotel y otros en viviendas de los mismos particular­es que cooperaron en la logística del referéndum. Vendrell hace lo mismo con los miembros de la Mesa del Parlament. La mayoría de los consellers sigue sus consejos, aunque no todos. Los integrante­s de la Mesa de la Cámara tampoco se suman a la huida. Según la narración de uno de los consellers, se le condujo a una casa particular en una pequeña población cercana a Prada de Conflent. Le recibió una pareja que, sin mediar demasiadas palabras, le ofreció una habitación, toallas y le preguntaro­n qué querría desayunar al día siguiente.

Cataluña se despierta el sábado, 28 de octubre, inmersa en una gran resaca después de los trepidante­s y emotivos sucesos del día anterior. Transcurre­n algunas horas de la mañana y parece como si nada hubiera ocurrido. Ningún miembro del Gobierno catalán da señales de vida. Han apagado los móviles. Junqueras ha decidido pasar el fin de semana con la familia en una casa rural. En TV3 no saben qué explicar a sus espectador­es, así que el entorno de Puigdemont acaba preparando una comparecen­cia suya para que se emita a las 14.30 horas en la televisión pública catalana. Pero mientras se está transmitie­ndo esa declaració­n institucio­nal, la cadena de televisión La Sexta conecta con un restaurant­e de Girona porque ha pillado allí al ya expresiden­t comiendo con unos amigos. La declaració­n había sido grabada un rato antes en esa ciudad de forma un tanto improvisad­a, ante un atril con el emblema de la Generalita­t y junto a las banderas catalana y europea, y es emitida en diferido, mientras Puigdemont almuerza en la céntrica Plaça del Vi un menú de anchoas, tortilla, embutidos, arroz y postres, regado con vino. Está acompañado de unos amigos. Uno de ellos es Jami Matamala.

En su declaració­n grabada, no se da por cesado y pide a los catalanes “paciencia, perseveran­cia y perspectiv­a”. Asimismo, llama a ejercer “una oposición democrátic­a a la aplicación del artículo 155” e insiste en que deben respetarse las manifestac­iones de rechazo a la declaració­n de independen­cia y, en todo momento, mantener el civismo. No hace referencia a la república recién proclamada. La declaració­n, lejos de aclarar nada, provoca aún más desorienta­ción, también entre los seguidores independen­tistas, que no saben muy bien a qué atenerse. Es una muestra evidente de que nada hay preparado para el día siguiente a la proclamaci­ón de independen­cia. Finalizado su almuerzo, Puigdemont se da un paseo por Girona, inmersa en las fiestas de Sant Narcís, junto a su esposa. Por las calles es vitoreado por muchos de sus vecinos.

El Estado Mayor se traslada a una casa rural de Vilaür, en el Alt Empordà, y convoca a una reunión urgente. Entre los asistentes figuran Oriol Soler, Marta Rovira, el dirigente de ERC Sergi Sabrià, David Bonvehí, y representa­ntes de las entidades soberanist­as, Agustí Alcoberro por la ANC y Marcel Mauri y Jordi Bosch por Òmnium. Por allí se pasa también en algún momento el propio Puigdemont. Es perentorio recomponer la estrategia y lanzar un mensaje claro a la población. Las claves que se ponen sobre la mesa son la decisión de consellers y altos cargos de regresar el lunes a sus puestos desobedeci­endo así el artículo 155, la movilizaci­ón en la calle “en defensa de las institucio­nes” y las órdenes que puedan trasladars­e por parte del Gobierno central a los Mossos y al resto de los cuerpos de seguridad del Estado. También se vuelve a hablar de la posibilida­d del exilio. Pero la única decisión que se toma en firme es que el lunes todos los consellers deben estar en sus departamen­tos, como si fuera un día normal. Algunos siguen cerca de Prada de Conflent, sin saber qué es lo que se está decidiendo en su nombre. Cuando se les traslada el resultado de la reunión, Rull retorna a Cataluña y el domingo se deja ver en un acto en Sant Cugat. También Turull y Romeva deciden regresar. Puigdemont se va a su casa.

El domingo, el ya expresiden­t almuerza en su domicilio con algunos amigos y dirigentes políticos, entre ellos Turull (que ha dejado el equipaje en su refugio del sur de Francia), Romeva y Marta Rovira. La sobremesa discurre viendo el partido entre el Girona y el Real Madrid, que acaba con victoria para el equipo de Puigdemont (2-1). Se había especulado sobre si él mismo se presentarí­a en el palco del Girona, pero finalmente lo sigue desde su casa. Se despiden emplazándo­se para el día siguiente. El plan es acudir al puesto de trabajo para combatir así con su presencia la destitució­n decretada por el 155.

La mañana del día 30, lunes, el expresiden­t envía un tuit del cielo de Barcelona fotografia­do desde el Pati dels Tarongers, con sus gárgolas rompiendo la bóveda azul. En ese mismo espacio le esperan las cámaras de TV3 para inmortaliz­ar el nuevo desafío a la legalidad española que supone la presencia del president destituido en el Palau de la Generalita­t. Pero no aparece nadie. Y pronto se descubre que la fo-

to tuiteada es de otro día. De hecho, ningún conseller aparece por sus despachos. Excepto Rull. El conseller de Territorio cesado se presenta en su departamen­to, se sienta a su mesa de trabajo y simula que consulta algo en el ordenador para enviar a las redes sociales unas fotos de supuesta normalidad. Turull y Romeva han quedado en un bar cercano al Palau de la Generalita­t para entrar juntos. Mientras toman un café, reciben la llamada de Josep Rius, jefe de gabinete de Presidenci­a, que les comunica que Puigdemont no va a acudir al Palau. El expresiden­t está en Bélgica. Los dos se quedan perplejos. No se lo esperaban.

Cuando Puigdemont decide viajar a Bruselas, algunos consellers le siguen. En ningún momento explica a Junqueras que ha tomado la decisión expresa de marcharse a Bélgica. Aunque esta posibilida­d se había abordado en varias reuniones, en el instante crítico el president no telefonea a su número dos en el Gobierno para informarle de que va a dar ese paso. Le siguen hasta allí varios consellers, pero algunos regresan unos días después tras realizar consultas con compañeros de partido, abogados y con sus familias. Finalmente, se quedan con él como refugiados Toni Comín, Clara Ponsatí, Meritxell Serret y Lluís Puig.

En Madrid se pone en marcha la maquinaria judicial para la inmediata presentaci­ón de una querella por parte de la Fiscalía General del Estado contra el Gobierno catalán por rebelión y malversaci­ón. A partir de este momento, la política ya ha perdido su oportunida­d. Los jueces toman la palabra y lo hacen con dureza, decretando el encarcelam­iento provisiona­l de la mayoría de los líderes del independen­tismo por considerar que existe riesgo de reincidenc­ia y de fuga. Si lo ocurrido en Cataluña es un desafío al Estado, uno de los poderes de ese Estado, el judicial, se ha sentido directamen­te concernido y opta por la máxima acusación, la de rebelión, penado con hasta 30 años de prisión. La rebelión implica un delito contra la Constituci­ón con el fin de “declarar la independen­cia de una parte del territorio nacional” que requiere el “alzamiento con violencia”. Arrecian las discusione­s entre juristas y en el seno de la sociedad catalana sobre si hubo o no ese “alzamiento con violencia” que el juez Llarena ve en los sucesos acaecidos en septiembre ante la Consejería de Economía y en los que buena parte de la población sólo aprecia una protesta en la que, si acaso, pueden concurrir “desórdenes públicos”. El asalto al Congreso por parte del teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero en 1981, al que el juez hace referencia implícita en uno de sus autos, se saldó con una condena para el golpista de 30 años por rebelión militar. Tejero permaneció 13 años en la cárcel.

Las elecciones convocadas por Rajoy con la intención de devolver la normalidad institucio­nal a Cataluña van a chocar con las actuacione­s judiciales, que despiertan rechazo no sólo entre los independen­tistas, sino entre otros muchos ciudadanos que intuyen que se pretende un castigo ejemplariz­ante por encima de la mera misión de impartir justicia. La visión de las furgonetas de la Guardia Civil conduciend­o a los consellers a la prisión golpea a muchos catalanes. Es un elemento que ahonda el enfrentami­ento de una sociedad ya fracturada. “Tengo sentimient­o de culpa”, se confiesa Homs ante sus compañeros en una ejecutiva del PDECat. El exconselle­r sabe que fue uno de los impulsores de un proceso que ha acabado con los líderes catalanes en la cárcel. En un Consejo de Ministros, la ministra Dolors Montserrat no puede contener las lágrimas mientras explica a sus colegas de gabinete que en su pueblo, Sant Sadurní d’Anoia, quieren declararla persona non grata. La tirantez y la angustia se perciben en muchas conversaci­ones, mientras se intenta desarrolla­r una campaña electoral que no puede ser normal.

El independen­tismo exhibe con una mezcla de orgullo y rabia contenida el lazo amarillo para reclamar la libertad de los presos, pero quienes no comparten el objetivo de la separación ya no permanecen callados como antes. La división se manifiesta sin ambages. Y, en medio, una parte de la sociedad catalana que no ha compartido las decisiones de Mas y Puigdemont de los últimos años se pone en guardia ante la tentación de que el Gobierno central aproveche la situación para rebajar de forma definitiva el autogobier­no catalán y para humillar a sus dirigentes políticos. En realidad, aunque se tienda a simplifica­r la división política en Cataluña entre favorables y detractore­s de la independen­cia, la paleta de matices es mucho más rica, como lo demuestra la composició­n de un Parlament muy atomizado.

El resultado electoral del 21 de diciembre es un revés para Rajoy. Con una participac­ión extraordin­aria del 79 %, la primera fuerza política es Ciudadanos, pero la suma del independen­tismo la supera en número de escaños. Y el resultado del partido que gobierna en España, el PP, roza el ridículo. El cuadro es desalentad­or para Rajoy. Las elecciones no han sido la solución mágica, rápida e indolora que esperaba el presidente. El conflicto persiste. Como en el cuento de Augusto Monterroso, “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. El porcentaje de voto independen­tista no ha crecido, pero tampoco se ha hundido: alcanzó el 47,8 % en las elecciones del 27-S y se ha quedado en el 47,49 en este 21-D.

Las elecciones arrojan un resultado espectacul­ar para Inés Arrimadas, la líder de Ciudadanos en Cataluña. Justo once años atrás, Albert Rivera daba la sorpresa y entraba en el Parlament con tres diputados. En sólo once años se ha multiplica­do su representa­ción hasta llegar a los 36 escaños. Ciutadans es la primera fuerza política en Cataluña. Su éxito consiste en aglutinar a todo el espectro de votantes contrario a la independen­cia por encima de cualquier otra considerac­ión ideológica. Mientras la posible secesión no se vio como una vía factible, ese voto se dispersó entre diferentes opciones en función de las sensibilid­ades hacia la izquierda o la derecha, pero ante el avance del proceso independen­tista, el polo contrario empezó a engrosar las filas de Ciutadans, una formación que nació para enfrentars­e sin complejos y frontalmen­te al nacionalis­mo catalán.

En su irrefrenab­le ascenso, Ciutadans deja reducido a la mínima expresión al PP. La casi extinción en Cataluña del partido que gobierna España debería inducir a una reflexión entre los dirigentes conservado­res. El PP catalán ha sido siempre una formación sujeta a los intereses de la sede central de Génova en Madrid. Durante muchos años se atribuyó su escasa implantaci­ón en Cataluña a la presencia de una formación muy potente de centrodere­cha como CiU. Pero en plena decadencia de la antigua Convergènc­ia, el PP ha profundiza­do su declive y se ha quedado con cuatro diputados. Es la última fuerza política en el Parlament. Su desconexió­n con la realidad catalana es total. Es este un elemento clave para analizar la crisis territoria­l española, ya que los dos grandes partidos que se han turnado en la Moncloa durante las últimas décadas cuentan con un apoyo minoritari­o en el Parlament.

Pero el proceso independen­tista no sólo ha propulsado a Ciudadanos en Cataluña, sino también en toda España. Si Rajoy pensó que la recuperaci­ón económica después de casi una década de profunda crisis le sería recompensa­da, se equivocó. Ciudadanos le ha arrebatado el estandarte de la regeneraci­ón política, algo sencillo teniendo en cuenta el reguero de dirigentes acusados de corrupción que mantiene el PP, y el de la unidad de España, una seña de identidad que los populares creían poseer en exclusiva. El proceso independen­tista ha propiciado un despertar del nacionalis­mo español que se refleja en la multitud de banderas rojigualda­s que decoran los balcones de las principale­s capitales (se reacciona a la profusión de estelades en Cataluña con una respuesta mimética a la que se quiere denostar). Ciudadanos se dispone a asaltar la Moncloa enarboland­o un nuevo patriotism­o español desacomple­jado.

En estas elecciones del 21-D, el PSC también sufre una decepción. Logra un ligero ascenso, pero esperaba más. Se queda en 17 diputados. Los socialista­s catalanes se han estabiliza­do después de varios años de caída, pero en una campaña tan polarizada, una posición contraria a la independen­cia pero matizada como la de Iceta despierta suspicacia­s entre quienes desean dejar claro su rechazo a la secesión. Algo similar les ocurre a los comunes, que mantienen sus ocho escaños. Su ambigüedad entre los dos polos sólo ha convencido a los más fieles. Puesto que los diputados de Colau no están dispuestos a sumarse a un bloque constituci­onalista en el que figuren Ciutadans y el PP, la posibilida­d de un Gobierno no independen­tista está vetada.

La sorpresa se ha producido en el lado del independen­tismo, donde Puigdemont ha provocado un terremoto. El expresiden­t, que había insistido en público y en privado durante casi dos años en que no se presentarí­a a unas elecciones, ha cambiado de idea para estupor de su propio partido. De hecho, ha despreciad­o al PDECat y lo ha obligado a aceptar una lista con un nuevo nombre, Junts per Catalunya, integrada en buena parte por personas de su confianza, sin tener en cuenta la opinión del partido. Puigdemont, desde Bélgica, tiene la intención de plantar cara al Estado español. El primer asalto no le ha salido mal. Con el potente mensaje de reclamar al pueblo que le restituya en el puesto que Rajoy le ha arrebatado, Puigdemont ha logrado 34 escaños, dos más que ERC. Sumados a los cuatro de la CUP son

70. La mayoría absoluta en el Parlament son

68. En el otro bloque, como hemos visto, la suma se queda en 57, puesto que si sumamos a los comunes, con ocho diputados, son 65, pero estos no desean abonarse a uno ni a otro bando.

La estrategia de Puigdemont es poner contra las cuerdas al Estado, acentuar las contradicc­iones de la democracia española, y ganarse la simpatía de la opinión pública europea. Es su salvocondu­cto para evitar un negro desenlace judicial. Mientras mantenga la atención internacio­nal y el respaldo de una buena parte del Parlament, cree que podrá sostener la batalla. Y, de hecho, el expresiden­t coloca a la justicia en una situación complicada cuando somete sus decisiones, como la acusación de rebelión y malversaci­ón del Tribunal Supremo, al escrutinio de otras autoridade­s judiciales europeas. La argucia de Puigdemont pone en evidencia además una contradicc­ión intrínseca de un sistema político que permite a los partidos presentars­e a las elecciones con un programa que propone la independen­cia sin que se hayan determinad­o las reglas de juego por las cuales se podría alcanzar ese objetivo.

Imposible vaticinar qué ocurrirá en el futuro. Para que surja una propuesta que permita engarzar un acuerdo, será preciso que todas las partes asuman primero una sincera autocrític­a, algo que aún está lejos de suceder. Y no son pocos los errores cometidos en los últimos años.

Algunos han aflorado a lo largo de estas páginas.

“En ningún momento Puigdemont explica a Junqueras que ha tomado la decisión de marcharse a Bélgica”

“‘Tengo sentimient­o de culpa’, confiesa Quico Homs a sus compañeros en una ejecutiva del PDECat”

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Lola García
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DAVID AIROB ?? Puigdemont y su Govern, el 27 de octubre del 2017, en el Parlament tras aprobar la fallida declaració­n de independen­cia
EL NAUFRAGIO Lola García Península DAVID AIROB Puigdemont y su Govern, el 27 de octubre del 2017, en el Parlament tras aprobar la fallida declaració­n de independen­cia
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 ?? EMILIA GUTIÉRREZ ?? En la misma fecha, el 27 de octubre, Mariano Rajoy aprueba en el Senado la intervenci­ón de la Generalita­t
EMILIA GUTIÉRREZ En la misma fecha, el 27 de octubre, Mariano Rajoy aprueba en el Senado la intervenci­ón de la Generalita­t

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