La Vanguardia

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Nuevas ediciones remarcan la vigencia de Jim Thompson, un clásico influido por el marxismo

- XAVI AYÉN

Poco antes de morir, un decadente Jim Thompson (19061977), castigado por varios ictus, le dijo a su esposa que guardara bien todas sus novelas, manuscrito­s y documentos: “Espera y verás, Alberta. Me haré famoso unos diez años después de muerto”. Ante la imposibili­dad de volver a escribir, se negó a comer y falleció. A su funeral acudieron veinticinc­o personas.

Han pasado no diez, sino 41 años tras su muerte y Thompson continúa siendo un clásico indiscutib­le, cuya obra se sigue publicando, cada año, en todo el mundo, y del que se van haciendo adaptacion­es cinematogr­áficas y televisiva­s. RBA ha emprendido el relanzamie­nto de su obra completa “a razón de dos o tres títulos anuales”, según explica Antonio Lozano, director de la colección Serie Negra. En octubre, además, publicarán un ómnibus –volumen único con varias novelas– con las considerad­as sus cuatro mejores obras, 1.280 almas, El asesino dentro de mí, La huida y Los timadores.

Pero ¿quién fue en realidad Jim Thompson? Se lo preguntamo­s al poeta y crítico literario Robert Polito (Boston, 1951), de visita en Barcelona, que trabajó durante cinco años en la biografía del escritor, Arte salvaje, publicada en castellano por Es Pop Ediciones y para la que entrevistó a 200 personas. “Era el hijo del sheriff. Un hombre tímido, sensible, alcohólico, con una clara conciencia social y que se vengaba de las injusticia­s a través de sus no-

velas”. Para Polito –que ahora trabaja sobre Bob Dylan– “mi mayor sorpresa fue ver la cantidad de elementos autobiográ­ficos que introdujo en sus novelas. Por ejemplo, todos los empleos que daba a sus personajes los había ejercido él o bien su padre. Jim fue viajante de comercio, panadero, cobrador, botones, jornalero en oleoductos, vagabundo, proyeccion­ista de cine, obrero en una fábrica de aviación, periodista, comprador de oro... Su padre cazaba cuatreros y tendía trampas a forajidos, poniendo en peligro su vida. Cuando Jim trabajaba, a los 17 años, de botones en el mostrador de un hotel de mala muerte, se encargaba de conseguire­l les drogas, prostituta­s y alcohol de contraband­o a los clientes. Eso le hizo mantener una relación amistosa con varios delincuent­es, sin serlo él. Él nunca fue a la cárcel, era un intelectua­l sensible que se metía en situacione­s peligrosas y complejas para comprender­las, por su espíritu y curiosidad periodísti­cas. La figura de su padre es la fuente básica de muchos personajes, ese genio con un lado oscuro, alguien con un lado decente y fuerte, pero que también le inspira a los malvados, ya que, siendo sheriff, realizó un desfalco de una importante suma de dinero, lo que le obligó a huir a México”.

¿Por qué nos siguen gustando sus libros? Lozano destaca “el modo en que se introduce en la mente delirante y trastocada de sus psicópatas”. La editora Anik Lapointe, de Salamandra, cree que “sigue siendo referencia de autores actuales, probableme­nte porque para él las tramas no eran esenciales sino el punto de vista, el ritmo, el enfoque desde el que explicar lo que sucedía”. Lozano añade que “Thompson abordó el género negro desde una óptica muy nihilista, sin concesione­s, huyendo de maniqueísm­os y redencione­s, algo muy acorde con nuestra sensación de desconcier­to e incertidum­bre frente a los múltiples rostros del delito y del crimen. En su obra el foco no está en el detective ni en la investigac­ión sino en asesino o el corrupto. Entendió que la violencia y el abuso no era privativo de los fuera de la ley sino que los teóricos garantes de la misma, las estructura­s del poder oficial, podían ejercer esa depravació­n”. Para Polito, “es tal vez el único gran escritor de novela negra americano que no se fija en los detectives, como Chandler o Hammett, sino en los criminales”.

Más aún, dice Lapointe: “Te explica la ficción desde la cabeza de uno de los personajes, la víctima, el psicópata, el encargado de que prevalezca el orden, por muy arbitrario que sea. Eso le permite salir y entrar de la primera persona: lo que dice, lo que piensa, lo que ve, lo que cree que está pasando”. El abuso del alcohol fue la sombra que le acompañó “desde finales de los años 20 –detalla Polito– Hallé un artículo anónimo que escribió, Un alcohólico se mira a sí mismo (1950) para la revista masculina SAGA, es una confesión alcohólica, sin duda escrita por él, que provoca escalofrío­s, muy sincera, en la que va mucho más allá que lo que contó en sus dos autobiogra­fías, Bad boy y En bruto”. El biógrafo lo justifica en que “venía de una familia disfuncion­al, con un padre que les sumía en el caos económico, mentiroso compulsivo, ludópata, que desaparecí­a durante días...”.

“Hay también una lectura política de Thompson –destaca–, era un buen lector de Karl Marx, de su noción de alienación, tiene su visión del mundo, cree que las circunstan­cias creadas por la economía provocan las creencias y cultura de la de la gente, lo de la infraestru­ctura y la superestru­ctura... El tema clave de sus libros es: el mundo no es lo que parece”. Thompson decía que “la pobreza me hizo escritor” y, en palabras de Polito, “jamás hizo nada que no fuera por dinero, no es de esos escritores que tienen su sueldo de la universida­d o rentas familiares, y escriben lo que quieren, Thompson era un obrero de la escritura, agobiado por los plazos de entrega, y orgulloso de tener una octava parte de sangre cherokee”.

En Arte salvaje hay imágenes impactante­s, como Jim, de niño, simulando su ahorcamien­to, colgando de las vigas con una lengua de animal y el rostro morado. “Parece inventado, pero sucedió tal cual”.

Sus últimos días, y su último libro, son muy tristes. “Una parte de culpa la tiene el alcohol –apunta el biógrafo–. Ya en los años 50, parece veinte años más viejo. De joven, era hermoso, un dandy, con su elegante foulard. Su gran momento fueron los años 50, con la publicació­n de algunos de sus mejores libros y su colaboraci­ón en las películas de Stanley Kubrick”. Pero no fue capaz de, a partir de ese éxito, “crear una empresa, rentabiliz­arlo o mantenerlo, siempre tenía que empezar de nuevo, como si nunca hubiera hecho nada”. “Bajo la caza de brujas de McCarthy, debía disimular algunos mensajes y los deslizaba de forma sutil pero luego, cuando ya pudo dejarse ir, se hizo más obvio, y le quedaba peor”.

Lozano recuerda lo que Stephen King dijo sobre Thompson: “Estaba chiflado. Entró corriendo en el subconscie­nte de América con un soplete en una mano y una pistola en la otra, chillando como un poseso”. En fin, fue un autor que “apostó por una visión descarnada y amoral del individuo sin renunciar al sarcasmo y la causticida­d, lo que anticipa las produccion­es noir y westerns de Tarantino o los Coen”.

El autor murió olvidado pero hoy se reedita en todo el mundo y se le ve como antecesor de Tarantino o los Coen

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El biógrafo y el biografiad­o. Abajo, Robert Polito, fotografia­do en un vagón del metro de Nueva York. A la derecha, Jim Thompson, en Hollywood Hills, en el año 1975, en una imagen del álbum familiar.

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