La Vanguardia

El silencio de las cigarras

- Quim Monzó

Durante años, en los diarios, las secciones de cartas de los lectores acogían muchas de urbanitas que compraban una casita en un pueblo y descubrían –oh, sorpresa– que las campanas de las iglesias repican cada cuarto de hora. Se lamentaban de que esos sonidos les impedían dormir con la paz necesaria, sobre todo en verano, que hace calor y a menudo las ventanas están abiertas. Esas cartas eran sistemátic­amente contestada­s por personas que, con toda lógica, les decían que quizás antes de decidir comprar una casa deberían haberse preocupado por saber cuáles son las costumbres del lugar. La cosa llegó al punto culminante cuando, en el Barri Vell de Girona, el hotel Històric apeló a la ley de Contaminac­ión Acústica y consiguió que las campanas de la catedral dejaran de sonar desde medianoche hasta las siete menos cuarto. Según decían, los huéspedes se quejaban. Pero los vecinos del barrio no estuvieron de acuerdo y consiguier­on que el Ayuntamien­to revocara la decisión ya que, según una ley del 2009, las campanas son “un atributo tradiciona­l”; de forma que ahora repican sin problema.

Cuando estoy en Maçanet de Cabrenys

Turistas en la Provenza: ahora resulta que les molestan los cantos de las cigarras

oigo cada cuarto las campanas de la iglesia de San Martín, y no solo no me incomodan a la hora de dormir sino que me permiten, incluso entre sueños, saber qué hora es sin necesidad de mirar el despertado­r. Estoy convencido de que, si no las oyera, las echaría de menos, me inquietarí­a y me desvelaría.

Este agosto, en la Provenza, han ido un paso más allá. En el departamen­to del Var –que con la llegada del árbitro asistente de vídeo al fútbol ha visto cómo su topónimo se revaloriza– hay turistas que han iniciado una campaña contra las cigarras. ¡Contra las cigarras, que son uno de los símbolos de la Provenza! (Hay camisetas y faldas con cigarras, cerámicas y llaveros en forma de cigarra... Lo que quieras y más, todo con la omnipresen­te cigarra.) Lo explicaron hace unos días en la emisora France Bleu. Los turistas molestos se han dedicado este agosto a rociar los árboles con insecticid­as, a ver si así las mataban. Como a pesar de los insecticid­as seguían con su canto, los que estaban en un pueblo cerca de Toulon fueron a la alcaldía a quejarse. Explica el alcalde que le dijeron que el famoso canto de la cigarra no es ningún canto: “Hacen crac-crac-crac... ¡Eso no tiene nada que ver con un canto!”. Para mear y no echar gota.

Esopo escribió una fábula aleccionad­ora –que después adaptó La Fontaine– en la que una hormiga pasa el verano reuniendo provisione­s para el invierno, mientras la cigarra no hace otra cosa que cantar. Cuando llega el frío, la hormiga tiene alimento para pasar los meses duros y la cigarra no tiene nada para comer. Si el delirio de los turistas de enmudecer a las cigarras se hiciera realidad, habría que adaptar enseguida la fábula a la nueva realidad. Pero afortunada­mente eso no pasará. Yo, que hace sólo cuatro días que vuelvo a estar en Barcelona, echo ya de menos el rumor del cortasetos del vecino, que cada día me adormece durante mis siestas en Maçanet.

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