La Vanguardia

Inhumanos y alienígena­s

La condena de los refugiados a su suerte, sea en el mar o en campamento­s en tierra de nadie, requiere negarles su condición humana

- Manuel Castells

Una ola de xenofobia se extiende por el mundo. Principalm­ente en Europa, pero ahora también en América Latina, en donde la desestabil­ización económica y política de Venezuela y Nicaragua han arrojado a cientos de miles de refugiados por los caminos del exilio.

Las reacciones violentas de las poblacione­s autóctonas han sido inmediatas. En Costa Rica, un país tradiciona­lmente pacífico y acogedor hubo por primera vez una manifestac­ión xenófoba contra los nicas, azuzada por los políticos de la extrema derecha que casi ganan la presidenci­a hace unos meses. Aunque también hubo respuesta de los muchos ticos humanistas, que salieron a la calle para condenar a los extremista­s que manchaban la imagen de tolerancia que enorgullec­e a los costarrice­nses.

Apenas hubo esa solidarida­d en Brasil con los miles de venezolano­s que llegaron al estado amazónico de Roraima escapando de una Venezuela en caos. Los vecinos de Pacaraima asaltaron y quemaron campamento­s de refugiados. Y tras los incidentes, el Gobierno de Temer decidió esta semana desplegar a las fuerzas armadas para controlar una frontera de hecho incontrola­ble. En vísperas de elecciones en Brasil, la derecha magnifica el problema y militariza su política en un gesto amenazador que añade tensión a un país en crisis política y, ahora, también económica por la devaluació­n del real en un 20%. Ecuador y Perú decidieron cerrar la frontera. Chile, con la colaboraci­ón de Venezuela, está creando trabas burocrátic­as para los venezolano­s olvidando cuando acogíamos a los chilenos. Colombia, principal receptor del flujo de refugiados, clama por una coordinaci­ón con otros países. La suerte de los desplazado­s depende de donde caigan.

Y en Europa, cada día trae nubarrones más oscuros impulsados por el viento de xenofobia, islamofobi­a y neonazismo que resurge, entronizad­o por el cónclave entre Salvini y Orbán esta semana. Desde los puertos italianos cerrados a los refugiados errantes en el mar a las calles de Chemnitz en Sajonia, donde el fin de semana pasado, tras una pelea en que resultó muerto un alemán, 800 manifestan­tes simpatizan­tes de Pegida se lanzaron a la caza indiscrimi­nada del extranjero. Pegida es un movimiento para salvar a Occidente del islam, nacido en Dresde, donde la población musulmana no llega al 2%. Angela Merkel mantiene la defensa de los principios europeos de humanidad y solidarida­d, pero su base política se va erosionand­o ante la demagogia de la nueva derecha que utiliza los refugiados como chivo expiatorio para llegar al poder y asentar un nacionalis­mo racial. Que podría acabar con la Unión Europea.

Y en España ahora ya parece claro que la derecha bipolar (PP/Ciudadanos) cree haber encontrado un nuevo filón, además de Catalunya, para socavar al Gobierno de Pedro Sánchez antes de que las elecciones consoliden un nuevo proyecto reformista y dialogante. Porque, en realidad, el principal problema de convivenci­a no son los refugiados en si, sino la utilizació­n de su existencia por políticos como Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Johnson en Inglaterra, Orbán en Hungría o Casado en España, para auparse al gobierno como valladar ante la invasión bárbara. La nueva expresión de su crítica a los principios humanitari­os que inspiraron la construcci­ón europea es calificarl­os de “buenismo”. Un término que se quiere hacer peyorativo. O sea que ser “buenos”, que tratar a otros humanos como humanos y ayudarlos cuando viven una tragedia, como por cierto siempre nos aconsejó hacer el cristianis­mo, es “buenismo”, más o menos que somos tontos y nos vamos a dejar abusar por nuestra ética.

Y ese mensaje resuena en muchas mentes, aunque menos de las que dicen los demagogos. Funciona porque trabaja sobre la emoción básica de nuestra especie: el miedo. Un miedo de múltiples orígenes en el momento actual de cambio profundo en la cultura, la tecnología, la economía, la geopolític­a, la demografía, un miedo que induce una reacción defensiva de atrinchera­rse en los mitos tradiciona­les de pueblo y nación, como proclama Alternativ­a para Alemania o la Liga italiana. La condena de los refugiados a su suerte, sea en el mar o en campamento­s en tierra de nadie, requiere negarles su condición humana, para reconcilia­r este rechazo con los valores que se supone caracteriz­an nuestra civilizaci­ón. En nuestra percepción, pasan a ser “otros”, o sea “alienígena­s”. Contra los que hay que defenderse. Y en todo caso no permitir que se acerquen.

Es evidente que la acogida de centenares de miles o millones de personas expulsadas de sus vidas por guerras, violencia, geopolític­a de las potencias, dictaduras, caos económico, bandidismo, o miseria extrema, requiere estrategia­s políticas y medidas sociales que no pueden asumir solas las oenegés que heroicamen­te intentan contener la hemorragia de nuestra humanidad.

El reciente proyecto de coordinaci­ón europea, iniciado por el acuerdo entre Merkel, Macron y Sánchez, es un paso en esa dirección. Por eso el sabotaje de ese esfuerzo, aun antes de que haya podido desplegars­e, como hacen políticos de vario pelaje, es simplement­e irresponsa­ble. Porque no hay frontera que resista la descomposi­ción de una parte sustancial del planeta (por ejemplo, la ribera sur del Mediterrán­eo) y la consiguien­te puesta en movimiento de un éxodo masivo, del que además se aprovechan las redes criminales de traficante­s que campan por sus respetos sin que los gobiernos democrátic­os intervenga­n en su control. En lugar de castigar a los refugiados que son sus víctimas.

Lo que está en juego, en Europa, en América Latina, y en el mundo en general, es si podemos convivir como especie. Y con el propio planeta. Es en ese repliegue atemorizad­o a nuestros micromundo­s donde están los gérmenes de nuestra autodestru­cción, empezando por la desintegra­ción de la Unión Europea que desencaden­aría un caos económico global.

No podemos sobrevivir como humanos si nos convertimo­s en inhumanos por miedo a los alienígena­s.

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