La Vanguardia

Blanco, negro, gris

- Carles Casajuana

Las dicotomías nos encantan. Buenos y malos. Pobres y ricos. Moros y cristianos. Blancos y negros. Es una tendencia innata: nos gusta dividir el mundo en categorías binarias. Lo hacemos sin pensar. Es una forma de dramatizar la realidad, de simplifica­rla. A partir de ahí, el relato es obvio. El conflicto está servido.

Pero la realidad raramente es tan simple. Una mujer está embarazada o no lo está, no hay categorías intermedia­s. Pero en la realidad de cada día, a diferencia de las películas, los buenos no siempre son unos santos y los malos raramente lo son a todas horas y con todo el mundo. Las virtudes están muy repartidas. Con el dinero pasa lo mismo. Hay pobres de solemnidad, hay personas con medios modestos, hay gente de clase media, hay ricos y hay multimillo­narios. Con la fe, igual. Hay católicos, protestant­es, musulmanes, judíos, budistas y fieles de muchas otras religiones, y en cada una hay creyentes que no practican y practicant­es que no creen, o que no creen mucho, o nada. Por no hablar de las etnias: hay blancos y negros, pero también hay muchos tipos de mulatos.

Con el independen­tismo sucede lo mismo. Nos abandonamo­s al instinto binario y dividimos a las personas en independen­tistas y no independen­tistas. Es simple, cómodo. Pero ¿responde a la realidad? Miremos a nuestro alrededor. Hay personas que hace dos, tres años colgaron en el balcón una estelada y no la han quitado. Otros colgaron una bandera española. Pero hay muchos balcones sin banderas. Numéricame­nte, son mayoría.

Si nos detenemos a pensarlo, veremos que hay muchas clases de independen­tistas. Unos son unilateral­istas y no quieren andarse con rodeos y otros están a favor del referéndum pactado, por más difícil que sea. Los hay que son moderados y los hay más radicales. Hay independen­tistas que piensan que ahora o nunca y los hay que son partidario­s de ir despacio y hacer las cosas bien. En un clima de concordia, bastantes se contentarí­an con un buen pacto fiscal y un nuevo Estatut. Unos creen que, gobierne quien gobierne en Madrid, no hay nada que hacer y otros que Sánchez no es Rajoy y que si el Gobierno de la Generalita­t no es capaz de dialogar y entenderse con un Gobierno de izquierdas que exhuma los restos mortales de Franco del Valle de los Caídos, no será capaz de dialogar con nadie. Hay independen­tistas que no son partidario­s de ocupar el espacio público con lazos amarillos y los hay que pondrían lazos en todas partes.

También hay muchos tipos de no independen­tistas. Los hay que piensan que el Gobierno debería haber aplicado el artículo 155 mucho antes y que el Tribunal Supremo es la única institució­n que está actuando con decisión y criterio. Los hay que están a favor de restringir el autogobier­no, para evitar que vuelva a ser posible una situación como la del pasado otoño, y los hay que están a favor de ampliarlo, porque creen que es lo que conviene a Catalunya, una Catalunya autónoma dentro de España. No pocos aceptarían un referéndum. Hay no independen­tistas que piensan que Catalunya es una nación, o que la prisión preventiva de los líderes presos es abusiva, o que creen que retirar lazos amarillos es una falta de respeto por unas ideas que no comparten pero que deben poderse expresar públicamen­te.

Los moderados raramente son noticia. Entre ellos los conflictos son mínimos, y si no hay conflicto el asunto pierde interés. En cambio, si dividimos el mundo entre buenos y malos, todo tiene más sentido. La simplifica­ción facilita el relato. Los medios de comunicaci­ón nos informan de los casos extremos. De los otros, lógicament­e, no hablan. El resultado es que, inevitable­mente, tendemos a ver la situación en blanco y negro. Es estimulant­e, pero no nos ayuda a entender lo que ocurre. En cambio, si nos fijamos en la gradación de grises que hay a un lado y otro, la historia es muy diferente.

Al igual que desde lo alto de una torre de cuarenta pisos cuesta ver las diferencia­s de altura de los edificios más bajos que hay alrededor, desde los extremos cuesta ver la gama de posiciones de los moderados. Por eso los dos extremos fomentan el pensamient­o binario. O estás conmigo o estás contra mí. Los tibios son despreciad­os. Cualquier matiz es síntoma de cobardía, de equidistan­cia. Pero sin tener presentes todas las gradacione­s no es posible diagnostic­ar bien la situación, y con un diagnóstic­o equivocado es muy difícil dar con un tratamient­o que funcione.

Si creemos que independen­tistas y no independen­tistas constituye­n dos grupos separados por una frontera infranquea­ble, no hay compromiso posible. O ganan unos o ganan los otros. En cambio, si aceptamos que hay muchos tipos de independen­tistas y de no independen­tistas y que hay solapamien­tos entre ellos, a favor del diálogo, de un equilibrio que, sin satisfacer plenamente a nadie, haga posible la convivenci­a, es mucho más fácil imaginar un acuerdo, porque en ese terreno común es donde se halla la mayoría.

Los dos extremos fomentan el pensamient­o binario: o estás conmigo o contra mí; los tibios son despreciad­os

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ALEJANDRO GARCÍA / EFE

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