La Vanguardia

Broncas y conventos

- Arturo San Agustín

El arte de la propaganda política no es el único que ha sido profanado por los aficionado­s, muchos de los cuales ahora se definen como asesores. Un ejemplo reciente y asilvestra­do, es decir, que quizá en el mismo no intervino ningún asesor, fue aquel taxista, que, en la pasada huelga, se exhibió en plena calle cortando con mucho estilo y delicadeza apetitosas lonchas de un jamón. Imagen que, desde aquel día ajamonado, siempre que tomo un taxi acude inevitable­mente a mi mente. Otro ejemplo son los tuits de algunos políticos puestos en circulació­n por sus asesores durante las recientes vacaciones para demostrar una gran actividad institucio­nal. Si antes quizá era verdad que por la boca moría el pez, ahora es por algunos tuits. Algunos de ellos son infinitame­nte más letales que el famoso máster de Pablo Casado o el también muy celebrado de Cristina Cifuentes, que en paz descanse. Y en todos esos tuits sí se adivina la mano del asesor o del enterrador.

O sea, que este agosto, en aguas menorquina­s, a Artur Mas le mentaron a la madre y un socorrista le abroncó, porque se metió en la mar con bandera roja, que es señal de peligro. Pero lo peor de aquel capítulo estival no fueron los gritos y la bronca sino la estampa que presentaba el antiguo político con las gafas subacuátic­as muy puestas. La mirada de Mas, emergiendo de las aguas menorquina­s de cala Galdana como un boquerón atolondrad­o y buscando al de la bronca, estaba más próxima al espanto que a la sorpresa. Se ve que este Mas, así me lo confirman dos testigos presencial­es, en la intimidad habla mal de todos. Como debe ser. Desde el siempre nublado Carles Puigdemont hasta ese abad laico y cínico que responde por Quim Torra no salva a nadie. Sólo a sí mismo, pero lo tiene mal porque Lola García está a punto de publicar el libro El naufragio en el que, entre otras muchas cosas, cuenta que Mas se reunió muy en secreto, es decir, en un convento de monjas, con Francisco Pérez de los Cobos, entonces presidente del Tribunal Constituci­onal. Y con Mariano Rajoy se reunió, también en secreto, tres veces,

Artur Mas, así me lo confirman dos testigos presencial­es, en la intimidad habla mal de todos

aunque no en un convento.

Yo entiendo que Mas esté cabreado, muy cabreado. Probableme­nte piensa que él no mereció que los de la CUP se le mearan varias veces y públicamen­te en la pernera del pantalón. Y también debe pensar que tampoco se merece que le mienten a su madre, ni que un socorrista le abronque públicamen­te en mitad del verano. Ni, por supuesto, que su sucesor, Puigdemont, sentado junto a una chimenea encendida y paladeando un gin-tonic, diga a los allí reunidos o conjurados una frase que, gracias a Lola, pasará a la historia: “Yo no me cagaré como Mas y Homs”. Se supone que esta frase la pronunció en catalán. De modo que debió decir: “Jo no em cagaré com el Mas i l’Homs”. Aunque la realidad es que se cagó bien cagado y se largó a Bélgica, algo nada heroico, pero muy humano.

Casi todo es una farsa. La prueba es que en la intimidad hasta Puigdemont prefiere el gin-tonic a la ratafía.

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