La Vanguardia

Una pasarela entre dos mundos

- David Guerrero

La terminal de cruceros del puerto es como una frontera que da acceso a una

realidad paralela

Aun lado de la pasarela, Barcelona. No necesita presentaci­ones. Al otro, una micronació­n de 333 metros de eslora y 137.936 toneladas. Lleva por nombre MSC Fantasía y tiene espacio para 3.274 habitantes cuyo permiso de residencia en el lugar dura una semana. De lejos, llama la atención. De cerca, impresiona.

La frontera para cruzar de un mundo a otro es la terminal de cruceros del puerto de Barcelona, el punto intermedio en el que es necesario superar un control de seguridad, similar al de los aeropuerto­s y posteriorm­ente realizar el correspond­iente check-in. Como si fuera la espera del ambulatori­o o de la carnicería en este mundano lado de la tierra, los viajeros que están a punto de empezar el viaje aguardan su turno con un número en la mano. Pedro es un jubilado de València que viaja con su mujer y otras dos parejas de amigos. Probaron un crucero por el norte de Europa hace unos años y esta vez han apostado por repetir en el Mediterrán­eo. Pedro destaca “la libertad que da despertars­e cada día en un lugar diferente, los espectácul­os dentro del barco…”. Mientras realiza una larga enumeració­n llaman a los pasajeros que llevan el número 8 y abandona a toda prisa la conversaci­ón para no quedarse atrás.

Los nuevos inquilinos del crucero, antes de embarcar, pasan el trámite de ser retratados. Tienen derecho a salir con mejor cara que en la foto del DNI o el carnet de conducir. Ante el fotógrafo de la compañía hay quien lo da todo y se cree el capitán con un timón de juguete entre las manos y otros que no se quitan el rostro circunspec­to de encima. En una foto con 13 personas hay de todo. Quim, que celebra 50 años de casado con su mujer, ha embarcado en un viaje de celebració­n a toda la familia y él se pone al timón en la foto. Alrededor suyo se apelotonan hijos y nietos, “una tribu” según Quim, que ha visto en el crucero la mejor opción para pasar unos días todos juntos.

Un cartel indica que a las cinco y media de la tarde todo el mundo tiene que estar a bordo pero antes de la una del mediodía gran parte del pasaje ya está a punto para embarcar. “¡Es que tenemos la comida de hoy ya incluida!”, justifica un padre de familia, mientras carga con un pequeño en brazos y otro de la mano. No todos tienen los mismos privilegio­s.

En el crucero, como en las ciudades de tierra firme, hay clases y clases. Así que mientras unos corren para estrenar un restaurant­e, otros sacan el bocadillo que llevan preparado y se lo comen antes de subir bajo una foto enorme de la azotea de la Pedrera. A pocos metros, los que tendrán las mejores suites con vistas a bordo, pasan el rato en una zona acotada en la que brindan con cava. Media hora después, el camino hacia el barco lo hacen todos juntos. Lo que pasa ahí dentro, una vez superada la pasarela, ya lo contó Jordi Basté hace unas semanas en estas mismas páginas de un verano que ya acaba.

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