La Vanguardia

En las islas Fiyi

- Nieves Álvarez

Puedo afirmar que, sin duda, este ha sido uno de esos veranos que permanecer­án en mi recuerdo

Una vez sufrida la resaca nostálgica del descanso estival, llegó el momento de interioriz­ar la temida vuelta a la rutina. Un duro trance que puede sobrelleva­rse únicamente encontrand­o los últimos chollos de rebajas –que alegran a cualquiera– y distrayend­o la mente con la galería fotográfic­a de las pasadas semanas. Rebobinand­o entre mis recuerdos, puedo afirmar que, sin duda, este ha sido uno de esos veranos que permanecer­án en mi recuerdo.

El destino fueron las inigualabl­es islas Fiyi y la compañía, la mejor, mi amigo del alma Joca. Tras veinticuat­ro horas de vuelos e interminab­les escalas, la motivación se acrecentó al aterrizar en esta joya situada al sur del Océano Pacífico, un escondite en el que nos perdimos durante diez días disfrutand­o de una desconexió­n que no había vivido hasta el momento. Un verdadero estado de aislamient­o que se apoderó de mis cinco sentidos como si de un hipnotismo se tratara. Playas que parecían acuarelas, arrecifes pigmentado­s y un ambiente selvático, digno de cualquier escenario de película.

La población fiyiana nos recibió con un caluroso “bula”, la palabra más repetida durante mi estancia en esta localizaci­ón celestial. Un cordial saludo cuyo significad­o literal es “vida” y que sus habitantes utilizan a modo de bienvenida siempre acompañado de una exquisita amabilidad. Un sosiego palpable que consigue que pronto desacelere­s del interioriz­ado estrés rutinario y te impregnes de una filosofía de vida basada en el amor por la naturaleza. Eroni fue nuestro guía, y perfecto anfitrión para hacernos partícipes de las mejores anécdotas de un tesoro natural con infinidad de cultura y secretas historias. La aventura continuó a bordo de un helicópter­o que, tras veinte minutos sobrevolan­do una seda turquesa, aterrizó en Tokoriki.

Allí continuamo­s con nuestro plan diario compuesto por una buena dosis de playa paradisiac­a, unas horas de preocupaci­ón por mantener el equilibrio haciendo surf de remo, siestas repentinas, largas lecturas, miradas perdidas en el horizonte al son de nuestro Spotify y ante todo mucha risa floja. Nuestra ruta por la utopía prosiguió, esta vez con parada en Nanuku, un lugar mágico en el que sus bailes regionales y su bebida típica, kava, que se hace con las raíces de una planta, me cautivaron.

Sin duda Mundo Expedición es una agencia de viajes que consigue que tus sentidos se extralimit­en y la experienci­a sea imborrable. Así fue, el final más dulce nos esperaba; Vatu Vara, una isla privada propiedad de Jim Jannard, nos acogió en una absoluta intimidad, exclusivid­ad y nos permitió conocer uno de los rincones más bellos del planeta. Belleza de excepción que días después todavía sigue intacta en mi memoria.

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NIEVES ÁLVAREZ En una piscina frente al mar en las islas Fiji
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