La Vanguardia

Mansfield y la pereza

- Màrius Serra

Sergi Pàmies reincide en el arte de la brevedad narrativa (también dicha L’art de portar gavardina, Quaderns Crema) con un aliento poético desposeído de la pretensión de serlo y una extensión tan frugal que desarticul­a cualquier pretexto basado en la falta de tiempo. El último libro de Sergi Pàmies (no pun intended) me recuerda los mejores cuentos de Katherine Mansfield. Este verano he tenido el privilegio de visitar la casa (reconstruí­da y museizada) donde nació Mansfield, en Wellington. Había leído el volumazo Tots els contes (Proa) que reúne las ochenta y ocho narracione­s de la neozelande­sa en las traduccion­es de Pep Julià, Anna Llisterri y Marta Pera, y me llevé en la maleta los Diaris que L’Avenç publica en traducción de Marta Pera. Inciso: el espesor acumulado de los esbeltos volúmenes de narrativa breve de Pàmies ya empieza a reclamar un volumen al estilo del de Mansfield (88) o de los Vuitanta-sis contes de Monzó. Los diarios de Mansfield contienen textos de aquellos que justifican el uso del adjetivo dispersos: anotacione­s, escritos y cartas. También son íntimos, ásperos y, en ocasiones, desolados. Aflora el dolor, la insegurida­d y la desazón de una escritora muy exigente capaz de abordar la intimidad de modo elusivo. Entre las preocupaci­ones recurrente­s destaca su conflicto permanente con la pereza, que le genera reflexione­s a medio camino entre la acedía de Bartleby y la procrastin­ación inherente a la era digital. Sostiene Mansfield: “Busco excusas, me invento pretextos para no trabajar. ¿Tal vez mi deseo de vagancia es más fuerte que mi deseo de trabajar? ¿Tal vez mi amor a la rêverie es mayor que mi amor a la acción? (...) Después de cenar tengo que empezar el diario y escribir cada día. Pero, ¿puedo ser sincera? Si miento, no sirve de nada”. De hecho, los textos dispersos que componen el diario en cuestión los acabó editando John Middelton Murry, su segundo marido, tras la muerte de Masfield por tuberculos­is a los 34 años.

La enfermedad, omnipresen­te en sus textos de no ficción, carga hasta el sobrepeso el platillo de la inacción por prescripci­ón facultativ­a, pero Mansfield enmarca sus reflexione­s en el ámbito de la voluntad. A menudo habla de autoengaño, se critica por fingir que trabaja y se propone cambiar de hábitos, en pos de una liberación que sólo se hace efectiva durante el proceso de escritura de una historia, aunque luego una lectura reposada le haga concluir que no consiguió lo que quería. “Estoy aquí prostrada, fingiendo —como sólo Dios sabe cuántas veces he fingido— que escribo. ¿Y si dejase la comedia y lo intentase de veras?”.KatherineM­ansfieldpr­ocrastinac­omo una posesa, se desespera al constatar que dedica el tiempo a asuntos secundario­s y lo inmortaliz­a en anotacione­s desesperan­zadas. “Pierdo el tiempo (...) Mi deseo más profundo es ser escritora, tener un buen volumen de obra. Y el trabajo ahí está, las historias me esperan, se cansan, se marchitan, se consumen, porque no respondo. Las escucho y las reconozco, pero sigo sentada a la ventana jugando con la madeja de lana. ¿Qué debo hacer?” Hacer o no hacer.

El espesor acumulado de la narrativa de Pàmies ya reclama un volumen al estilo del de Mansfield (88)

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