La Vanguardia

UN PORTERO ATÍPICO

Víctor Valdés, un portero atípico que lo ganó todo y que siempre huyó de la fama, entrena al juvenil del Moratalaz

- DOMINGO MARCHENA

El huidizo Víctor Valdés entrena al juvenil del Moratalaz.

Víctor Valdés, de 36 años, uno de los mejores porteros de España y el más laureado del Barça, es el nuevo entrenador del juvenil A de la Escuela Deportiva Moratalaz. De la élite a la primera división autonómica. De icono culé a trabajar indirectam­ente para el Real Madrid, con el que su nuevo club tiene un convenio de colaboraci­ón. Otro triple salto mortal. Y, como siempre, huyendo del circo mediático e imponiendo un férreo control de puertas afuera.

Los porteros son peculiares. Él es un caso extremo. Indescifra­ble y solitario. Su esposa y sus tres hijos, de entre cinco y nueve años, son su debilidad. El nombre del mayor, Dylan, delata su pasión por Bob Dylan, el bardo que quería viajar “like a complete unknown, like a rolling stone”. Y eso querría él. Vivir sin que le molesten, “como un completo desconocid­o, como un canto rodado”.

“Vine a Moratalaz para ver a alguien que no me quería ver”, podría decir en esta historia el protagonis­ta de Beltenebro­s, de Antonio Muñoz Molina. “Nos dejó claro desde el primer día que no quería saber nada de la prensa”, explica el portavoz de la Escuela Deportiva Moratalaz. Pero la alusión a Muñoz Molina no es la más idónea. La actitud de Víctor Valdés se parece más a la de otro genio, J. D. Salinger (1919-2010), también obsesionad­o por escapar de la exposición pública.

El autor de El guardián entre el centeno se aisló en una burbuja en Cornish, New Hampshire, para dedicarse a lo único que le gustaba: escribir. “El anonimato –dijo– es una joya”. Sin duda, así piensa Víctor Valdés, que tiene su Cornish cerca de Pozuelo de Alarcón. Ha roto amarras con Barcelona y ha vendido sus propiedade­s en Gavà, incluida la impresiona­nte casa del paseo marítimo.

Mucho se ha escrito sobre los problemas financiero­s que atravesó y las tensas relaciones con algunos familiares a raíz de malas inversione­s. En su libro #Método V confiesa que su vida “no ha sido un camino de rosas” y que nunca le gustó “jugar de portero”, pero... Pero ya de muy joven era un baluarte económico para los suyos.

Algunos han traducido su aversión a la portería como una aversión al fútbol. No es cierto. Le encanta el fútbol, el deporte, aunque no la presión ni muchas de las cosas que rodean el negocio. Desde la avenida del doctor García Nieto, al lado del campo de la Dehesa, donde entrena al juvenil A, se oyen sus gritos y se le ve enamorado de lo que hace. “¡Eso es! ¡Así, así! ¡Gol al primer toque! ¡Ritmo, ritmo! ¡Bien, Dani!”. Dani es Daniel García Barroso, uno de sus jugadores, como Álvaro, Choaid, David, Héctor, Iker, Javier, Luis, Omar o los dos Pablos.

“Señores, señores”. Se dirige a los chicos como Luis Aragonés. Y, como él, juguetea con un silbato en la mano. Su llegada a una escuela deportiva de barrio, aunque sea una escuela muy importante, con 39 equipos y 748 pupilos, ha convulsion­ado el vecindario. Los alumnos están encantados. ¡Les entrena un campeón del mundo!

Gafas de sol, rapado al cero y un pendiente en la oreja izquierda. Sólo el costurón de la rodilla derecha recuerda la pesadilla. Sufrió una rotura de ligamentos el 26 de marzo del 2014, cuando ya había anunciado que dejaba el Barça. Quería ir al Mónaco, que se echó para atrás ante la gravedad de la lesión. Se operó en la ciudad alemana de Augsburgo. Viajó solo e iba a la recuperaci­ón en tranvía, “like a complete unknown”, feliz de que nadie lo reconocier­a. Regresó al fútbol “like a rolling stone”, como alguien que no quisiera estar demasiado tiempo en el mismo sitio. Nada fue igual. Primero el Manchester United, donde volvió a chocar con Van Gaal. Luego el Standard de Lieja y por último el Middlesbro­ugh, el club que le vio colgar las botas el año pasado.

El niño de equipos infantiles como el de las Cinc Copes o el de Los Cristianos, de Tenerife, donde vivió con su familia un año, ha regresado a los orígenes. Al fútbol base, el ilusionant­e. Era un alevín que quería meter goles. Para su desgracia una vez se ofreció para suplir a un compañero bajo los palos y su actuación deslumbró. Otros decidieron por él que estaba predestina­do para este puesto. Su palmarés incluye seis Ligas. dos Copas, seis Supercopas, tres Champions, dos Mundiales de clubs y dos Supercopas de Europa. Pero si volviera a nacer, no sería portero de fútbol. Lo aseguró en una de sus cada vez más infrecuent­es entrevista­s, porque aquel niño podría decir ahora lo mismo que el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno: “No cuenten nunca nada a nadie”.

Rotas las amarras con Barcelona y Gavà, ha puesto en Madrid el cuentakiló­metros a cero

Dicen que no le gusta el fútbol, pero se le ve enamorado de su trabajo en un campo de barrio

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DANI DUCH El equipo. Víctor Valdés, junto a algunos de los jugadores del juvenil A, esta semana en las instalacio­nes deportivas de Moratalaz
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DANI DUCH

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