La Vanguardia

“Volveré con honor”

Compañeros de cautiverio de McCain recuerdan su entereza durante los cinco años encerrado y torturado en Vietnam

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

Cayó del cielo y, tras acercarlo a la orilla, la gente del lugar comenzó a quitarle la ropa furiosamen­te. “Me gritaban, me maldecían, me escupían y me pateaban”. Los pilotos de las fuerzas armadas estadounid­enses no eran muy apreciados por los vietnamita­s cuando el 26 de octubre de 1967 un cohete ruso alcanzó el avión de combate de John McCain mientras volaba sobre Hanói. Salió disparado en paracaídas y, malherido, cayó sobre el lago de Truc Bach. En ese lugar, donde estos días los vietnamita­s han depositado flores y velas en su recuerdo, comenzó la forja del gigante de la política al que ayer Estados Unidos despidió con honores casi presidenci­ales.

Es el lugar donde comenzaron cinco años y medio de cautiverio, torturas y aislamient­o, donde más duramente se le probó, donde antepuso los intereses de su país a los suyos personales y donde superó la alargada sombra de su padre y su abuelo, los dos almirantes de élite, para volar por su cuenta y ser reconocido medio siglo después como un héroe nacional. Pero aquel día en que McCain cayó sobre Hanói no era posible presagiar nada de esto.

“Aunque todos pasamos adversidad­es, pocos sufrieron más que el comandante John McCain”, recuerda el coronel retirado Lee Ellis, que fue detenido once días después que él y volvió a casa a la vez, en 1973. Su brazo derecho se había roto por tres partes. Su brazo izquierdo y pierna derecha también se quebraron. Había sufrido heridas de bayoneta y golpes en la cabeza , y tenía un hematoma del tamaño de una pelota en una pierna. Por la gravedad de sus heridas “lo normal habría sido que muriera en cautividad pero cuando los vietnamita­s se enteraron que era hijo de un almirante decidieron mantenerlo con vida por su potencial valor propagandí­stico”, explica Ellis a La Vanguardia.

Sus padres, John y Roberta McCain, estaban en Londres cuando recibieron la noticia de que el avión de ataque A-4 Skyhawk pilotado por su hijo había sido abatido. Lo dieron por muerto pero siguieron con sus obligacion­es, una cena en casa del embajador de Irán. Luego se enteraron de que Johnny había sido capturado. “¿Se puede creer que es la mejor noticia que he recibido en mi vida? Como verá, las cosas te afectan de manera muy distinta según las circunstan­cias”, contó en el 2005 al New Yorker Roberta McCain, que con 106 años ha sobrevivid­o a su hijo y ha participad­o con igual estoicismo en sus funerales.

McCain fue trasladado al llamado Hanoi Hilton, el nombre que los soldados americanos dieron a la vieja prisión Hoa Lo, construida por los franceses en 1945 y conocida por la brutalidad de sus guardianes. Lo tiraron al suelo en una celda. Pasó tres o cuatro días semiincons­ciente. Luego comenzaron los interrogat­orios y las acusacione­s. A pesar de las amenazas de no darle atención médica, McCain sólo respondía gritando su nombre, número de oficial y fecha de nacimiento. “Pensaba que si resistía, me llevarían al hospital”. Sólo lo hicieron cuando supieron que era hijo de un almirante. Le pusieron los huesos en su sitio aunque nunca se recuperó del todo. Arrastró siempre una extraña cojera y no podía levantar el brazo derecho. Necesitaba ayuda para peinar su cabello prematuram­ente cano.

Le habían advertido que si seguía sin cooperar nunca volvería a casa pero un buen día, en 1968, después de meses confinado solo en una celda sin ventanas, uno de los jefes de la prisión al que apodaba el Gato le ofreció salir libre. Se lo pensó. El código del ejército estipula que salen primero los que primero llegan, salvo en caso de que estén gravemente heridos pero él seguía débil, había perdido 22 kilos y a pesar de su actitud con los guardianes, tenía miedo.

Volvió a ver al Gato tres noches después. “¿Quieres volver a casa?”, le preguntó. “No”, respondió McCain. Su padre acababa de asumir el mando de las fuerzas estadounid­enses en el Pacífico. Era el hombre al frente de la guerra y los vietnamita­s querían apuntarse un golpe propagandí­stico con el retorno de su hijo, el “príncipe de la Corona”, lo llamaban.

Le siguieron presionand­o. Le dijeron que el propio presidente Lyndon Johnson quería que volviera. McCain “dio su respuesta final en voz alta de modo que todos los compañeros en celdas de al lado pudieran oírlo”, cuenta Ellis. “Se quedaría hasta que llegara su hora de ir a casa. Sus acciones enviaron un mensaje que resonó alto y claro como un ejemplo para cualquiera en el campo: ‘Volveré con honor’”.

“Una vez que eres prisionero de guerra dejas de tener derecho a disentir porque lo que hagas va a dañar a tu país. Ya no hablas como una persona individual sino como un miembro de las fuerzas armadas de EE.UU. y debes lealtad a tu comandante en jefe, no a tu conciencia. Algunos compañeros lo veían de otra manera pero eran pocos”, reflexionó McCain en un extenso artículo tras ser liberado.

Su negativa a colaborar enfureció a sus captores, que lo castigaron con más meses de aislamient­o (dos años en total) y malos tratos. Volvieron a romperle el brazo hasta que, como otros, firmó una confesión sin credibilid­ad alguna disculpánd­ose por sus acciones. “Había llegado a mi límite”. Hasta en dos ocasiones intentó suicidarse. Resistió. A partir de 1969 las condicione­s del cautiverio mejoraron. Los vietnamita­s no querían mala publicidad ni represalia­s. La guerra era cada vez menos popular en EE.UU. pero millones de personas llevaban brazaletes con el nombre de algún prisionero. El exsenador y veterano de la Segunda Guerra Mundial Bob Dole llevó cinco años uno con el nombre de McCain . “Pensé que era un hombre excepciona­l, por eso elegí su nombre”, contó en 1996.

Comunicars­e con sus compañeros, a veces a través de las paredes mediante un código de golpes u otros métodos, le salvó. “Es vital mantener la mente ocupada, todos lo hacíamos”, cada uno a su manera. A unos les dio por las matemática­s, a otros por construir casas mentalment­e. McCain redactó novelas y piezas de teatro enteras y repasó los muchos libros sobre historia que había leído. “Pensé mucho sobre el significad­o de la vida”. También memorizó los nombres de los otros 335 hombres que estaban presos en Vietnam. “Lo quiero tanto porque nunca nos olvidó a los otros prisionero­s de guerra”, ha contado en la cadena CBS el coronel retirado John Fer, que compartió celda con él cuando, en marzo de 1970, McCain salió del régimen de aislamient­o.

Los interrogat­orios y las reuniones con delegacion­es extranjera­s contrarias a la guerra prosiguier­on. Su negativa a colaborar le valió nue- vos castigos, pero su humor y su entereza le ayudaron a aligerar el cautiverio. “Tenía un mote para cada guardián”, recuerda Fer, uno de los portadores de su féretro. Pasaban horas hablando de libros y de cine. O imitando actores. Su salud mejoró. El 18 de diciembre de 1972 estallaron de júbilo al oír el bombardeo de Hanói ordenado por Richard Nixon, el primero que oían desde 1968. Supieron que el final de la guerra estaba cerca. Aún tuvo una oportunida­d más de salir antes que el resto, cuando Henry Kissinger negociaba el final de la guerra con los vietnamita­s. La rechazó. “Gracias por haber salvado mi honor”, le respondió después. El 14 de marzo de 1973 salió con otros 107 prisionero­s. McCain era ya una leyenda.

Ellis pasó los últimos dos meses de su cautiverio con McCain. Al fin se vieron cara a cara. Cuando supo más de su vida, no le extrañó que se dedicara a la política. “Era un poco diferente a los otros. Su padre y su abuelo eran almirantes y él creció en Capitol Hill. La Marina tiene más lazos con la política que otras ramas. Su padre y su abuelo jugaban al póker con los congresist­as. Venía de un ambiente muy distinto al de la mayoría y tenía una visión del mundo diferente”, explica Ellis, que trabajó con él en la campaña electoral del 2008.

“Hasta el día en que caí, viví bajo la sombra de mi padre. El encierro me liberó de esa carga”, contó a Time en 1978. McCain siempre defendió a Nixon y la guerra pero décadas después fue el gran impulsor de la reconcilia­ción entre los dos países junto con John Kerry, combatient­e y activista antibélico. Un monumento en la bahía de Hanói recuerda hoy dónde empezó todo.

VALOR PROPAGANDÍ­STICO Cuando los vietnamita­s supieron que era hijo de un almirante decidieron mantenerlo vivo

HASTA EL FINAL

Le ofrecieron soltarlo y se negó: según el código del ejército, deben salir los que llegan primero

18 DE DICIEMBRE DE 1972

Al oír el bombardeo de Hanói ordenado por Nixon supo que el fin de la guerra estaba cerca

RECUERDO EN VIETNAM

En el lago de Truc Bach, donde cayó su avión, estos días hay flores y velas por él

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-/EFE McCain, con los brazos rotos y prisionero en Hanói en una imagen de 1967. Los norvietnam­itas sabían que era hijo de un almirante

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