La Vanguardia

Septiembre

- Carme Riera

Llegó septiembre y con él la vuelta al cole de los niños y el final de las vacaciones para la inmensa mayoría de los adultos. De ahí que septiembre –que toma su nombre de séptimo, ya que en el calendario romano era el séptimo mes del año, pero el calendario gregoriano lo desplazó al noveno– sea, a mi juicio el mes más cruel.

Cierto que, según T.S. Eliot, en el magnífico poema La tierra baldía la máxima crueldad mensual la ostenta abril, según una cita divulgadís­ima: “Abril es el mes más cruel”. La crueldad del abril eliotiano queda justifica en unos versos magníficos: “engendra / lilas de la tierra muerta, mezcla / recuerdos y anhelos, despierta / inertes raíces con lluvias primaveral­es. / El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo/ la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo/ una pequeña vida con tubérculos secos”. El fragmento se entiende mejor y cobra todo su sentido en el contexto del poema ya que la primavera llega a la tierra baldía de manera inútil. Se trata de la tierra estéril del rey Pescador, un personaje legendario, procedente del Perceval de Crétien de Troyes a cuyos dominios Eliot alude para referirse al horror de la devastació­n que impuso la primera guerra europea.

La crueldad de septiembre, hoy por hoy, para nosotros los occidental­es, no deja de ser una crueldad llevadera. No hay que frivolizar, pese a la antipática imposición de la rutina de la que las vacaciones nos liberaron y a la que nos cuesta mucho acostumbra­rnos. Nos resistimos al timbre trepanante, casi obsceno del despertado­r. Detestamos los madrugones, la prisa, los embotellam­ientos del tráfico ciudadano, la aglomeraci­ón en el metro, el rictus adusto de la maestra o del jefe, los deberes obligatori­os para mañana sin falta, que nos imponen a todos, no solo a los más pequeños, los relatos plastas de amigos y conocidos sobre sus viajes veraniegos, con acopio de fotos, cuya selección ya conocemos porque nos las mandaron por WhatsApp, el inicio del curso político, las memeces de muchos de sus señorías, que no saben hacer la o con un canuto y cuyo desconocim­iento o deformació­n de la realidad resultaría chocante e incluso divertido si les oyéramos en la barra de un bar y no desde los escaños que ocupan.

Si miramos atrás, no podemos dudar de que septiembre sea un mes cruel. La Segunda Guerra Mundial comenzó en septiembre del 39 cuando Alemania invadió Polonia. El 11 de septiembre no solo se conmemora en Catalunya la derrota de las tropas catalanas adictas al archiduque Carlos, que por cierto dejó en la estacada a sus partidario­s, frente a las borbónicas de Felipe V, sino también el golpe de Estado que en Chile acabó con el gobierno de Allende y supuso el comienzo de la dictadura de Pinochet, que duró desde 1973 hasta 1990.

Además el 11 de septiembre del 2001 se inició la hegemonía del terrorismo islámico con el ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas, el intento de destruir el Pentágono y el abortado conato de estrellar el cuarto avión contra el Capitolio. La operación de los pilotos suicidas, auspiciada por Osama bin Laden, dejó casi tres mil muertos y más de seis mil heridos. En realidad el siglo XXI no comenzó en el año dos mil, sino entonces y supuso un cambio en la estrategia global. Con anteriorid­ad, en septiembre de 1972, el grupo denominado Septiembre Negro había actuado de manera sanguinari­a en los Juegos Olímpicos de Munich, matando a doce personas, once deportista­s israelíes y un policía. Los terrorista­s pedían a Israel la liberación de doscientos presos palestinos, algo a lo que las autoridade­s del país se negaron.

Septiembre es un mes de doble cara. Como diciembre, marzo y junio, un mes bicéfalo. De sus treinta días veinte pertenecen al verano y diez al otoño. En algunos países, en los que el otoño se adelanta, como en Croacia, se le llama el mes rojo, aludiendo al color de las hojas de los grandes árboles frondosos que se tiñen de ese color, antes de caer al suelo.

Ciertament­e a nuestro septiembre, me refiero al del hemisferio norte, no al del hemisferio sur, inicio de primavera, no de otoño, le sienta bien el rojo. Si tuviera que asociar un color a ese mes sería este. Rojos son los infinitos matices del vino tinto que se obtiene tras la vendimia, que tiene lugar preferible­mente en septiembre.

Nuestros vinos, y empiezo por los de Mallorca, mi tierra, sigo con los de Catalunya y continúo con los del resto de España, están haciendo la competenci­a a los franceses en calidad, cuando no los superan. Comenzar el retorno a la doméstica cotidianid­ad saboreando una copa de vino me parece una excelente propuesta. Para mí, y espero coincidir con ustedes, saborear un buen vino es para el paladar lo mismo que para la vista contemplar un paisaje bello, leer un buen libro o mirar un cuadro, igual que para los oídos escuchar a nuestros músicos preferidos.

Un poeta nórdico escribió que hay cinco motivos para beber. El primero, por la llegada de un huésped: el segundo, por la sed presente; el tercero, por la sed futura, que es necesario prevenir; el cuarto, por la calidad del vino, y el quinto, por cualquier otro motivo. El mío es brindar por ustedes, queridos lectores, con el deseo de que el mes de septiembre nos sea a todos lo más leve posible.

Un poeta nórdico escribió que hay cinco motivos para beber; el mío es brindar por ustedes, que septiembre nos sea leve

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