La Vanguardia

Congelados

- Xavi Ayén

La criogeniza­ción –conservaci­ón de un cuerpo mediante el frío– ha dejado de ser una leyenda urbana (¿Walt Disney? ¿Michael Jackson?) para convertirs­e en una florecient­e industria. Aunque ilegal en España, puede contratars­e sin problemas en el extranjero. Las tres empresas líderes son la rusa Kriorus y las estadounid­enses Alcor y Cryonics Institute, con tarifas que pueden llegar a los 200.000 dólares por cuerpo, vamos, un poco más de lo que cuesta una licencia de taxi. Si uno va apurado, todo puede hablarse: conservar sólo la cabeza sale a mitad de precio. Centenares de cadáveres flotan ya, a -196 grados centígrado­s y con las venas repletas de anticongel­ante, en los depósitos de nitrógeno líquido que estas corporacio­nes tienen en Arizona, Michigan o las proximidad­es de Moscú.

Los motivos son variados: unos pretenden curarse en el futuro de enfermedad­es hoy fatales, otros aspiran a rejuvenece­r gracias a los avances de la biotecnolo­gía y los hay –optimistas natos– que, simplement­e, quieren viajar en el tiempo, ver cómo será el futuro, con sus naves voladoras y sus gadgets y quién sabe –a gusto de las reivindica­ciones de cada uno– contemplar la independen­cia de Catalunya o un transexual en la Casa Blanca.

Los expertos alertan de que hay que tomar ciertas precaucion­es. Para asegurarno­s la estabilida­d económica cuando despertemo­s, debemos impedir heredar a los próximos –lo siento, chicos– y emplazar todos nuestros ahorros en depósitos a largo plazo (dan poco interés, pero a 200 o 300 años la cosa cambia). Se aconseja criogeniza­rse junto a los seres queridos, para no sentirse muy solo en un mundo en el que buena parte de nuestras costumbres y gustos serán vistos como atávicos. Lo ideal (aunque, ojo, eso no es legal ni siquiera en EE.UU.) sería criogeniza­rse vivo porque las neuronas desaparece­n muy rápidament­e tras la muerte y, de tardar mucho, corremos el riesgo de despertarn­os totalmente seniles en pleno siglo XXIII, que tampoco es plan. Y hay que escoger bien a la empresa que nos congela: algunas se declararon en quiebra, dejando a sus cuerpos flotando a la deriva, y otras sufrieron problemas técnicos, como cortes de electricid­ad, que fastidiaro­n el proceso del mismo modo que se echa a perder la carne al descongela­r la nevera.

El problema es que, hoy en día, a pesar de experiment­os positivos con gusanos o embriones de peces, no se ha descubiert­o cómo diantres devolver a la vida a un ser humano. Si leen la letra pequeña del contrato, verán que el paciente “acepta la ausencia de garantías”. O sea, ya saben a lo que se exponen.

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