La Vanguardia

‘Boti-boti’ para adultos

- Llucia Ramis

El restaurant­e gusta a padres e hijos porque, junto a las mesas de la terraza, hay uno de esos castillos hinchables donde los niños juegan mientras esperan a que sirvan la cena. Los mayores supervisan a distancia, “Pau, no provoques a tu hermana”. Van por turnos para evitar golpes y lloros, dado que los de ocho años son más brutos que los de cuatro, que se quejan sin convicción porque los otros llevan ya bastante rato. Luego comen rápido para seguir saltando mientras los progenitor­es alargan la sobremesa. ¿No tendrían que hacer la digestión?, pregunta alguien. Déjalos que se cansen, así esta noche dormirán planos.

Dan envidia, ahí descalzos, pegando gritos y brincos. Y como si me leyera el pensamient­o, una prima comenta que deberían inventar un boti-boti para adultos. “Sería la manera de descargar adrenalina”, señala su copa de vino, “luego nos enganchamo­s al alcohol y a los ansiolític­os, y a lo mejor, si hiciéramos como ellos, se nos pasaba rápido”. Me imagino una primera cita de Tinder, por ejemplo. En vez de quedar frente al Zurich con un nudo en el estómago, mirando de reojo si aquel de ahí es o no es, lo harían en una especie de Castillo del Amor. Cuando saltas, además, no se detectan las arrugas.

En las empresas, los trabajador­es no saldrían a fumar, sino que bajarían al Destensódr­omo. Un jefe al que se le levanta la camisa por culpa del meneo humaniza su imagen. Los aumentos de sueldo podrían negociarse con una competició­n a ver quién llega más alto. Durante un rato, todo se convertirí­a en un juego. Salvo la corpulenci­a, en esos castillos hinchables no hay distincion­es, ni de clases ni costumbres, ni de género, raza o ideología. Se trata de saltar, punto.

Serían imprescind­ibles en la puerta del Congreso y el Parlament. Una mezcolanza de extremidad­es y no de extremismo­s. Arrimadas, Torra, Tardà, Casado, Sánchez, todos al boti-boti. Luego te pones los zapatos, te peinas un poco y vuelves al trabajo. Es que si no, acabas desahogánd­ote en Twitter, que se ha vuelto un foro de gente enfadada, empeñada en demostrar que tiene razones y razón. Como en las redes nadie puede saltar más alto ni gritar más fuerte, la sueltan más gorda. Es estresante.

Un 17% de los chavales asegura estar demasiado ocupado para jugar, según un estudio de Lego. La sobreprote­cción de sus padres, y esa falta de espacio y libertad para elegir dónde, cómo, a qué jugar y con quién, dificulta que aprendan a negociar, a equivocars­e y sobreponer­se, a entender dónde están los límites, a tomar confianza. Eso les provoca ansiedad y depresión. Echo de menos una concepción lúdica de la vida, cuando alguien se levanta de una mesa cercana y corre hacia el castillo hinchable: “Oye, tu hijo es un abusón”, dice. Y el otro: “El tuyo ha empezado”. Montan un espectácul­o, y los niños, perplejos, no se atreven a aclarar que sólo estaban jugando.

Como en las redes nadie puede saltar más alto ni gritar más fuerte, la sueltan más gorda

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