La Vanguardia

Las religiones sirven a la sociedad

- Lluís Martínez Sistach L. MARTÍNEZ SISTACH, arzobispo emérito de Barcelona

Las religiones, por el hecho de existir en una sociedad, van dejando permanente­mente mensajes de solidarida­d, de respeto, de fraternida­d y de perdón. Constantem­ente aseguran que el otro ser humano es un prójimo y eso es importante en nuestro mundo tecnificad­o en que vivimos.

Las tradicione­s religiosas consiguen la articulaci­ón de una conciencia de aquello que nos falta. Habermas, en su obra Entre naturalism­o y religión, exhorta a no anular estas tradicione­s en las actuales sociedades seculariza­das. Este mensaje es el más auténtico que ofrecen las religiones a la sociedad, aunque no siempre han sido coherentes. Sin embargo, como dice el papa Francisco, las religiones “repetimos un no alto y claro a toda forma de violencia, venganza y odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. Juntos afirmamos la incompatib­ilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar”.

Las personas religiosas, si son coherentes con su fe, constituye­n un llamamient­o a la espiritual­idad, a la trascenden­cia, una invitación a aquello que es profundame­nte humano. El mundo se hace más humano gracias a los estados de opinión creados por las religiones en favor de todo aquello que es humano. Hoy hay un campo en que la religión es especialme­nte significat­iva, y es el de la fraternida­d. Aquello que es propio del cristianis­mo no es amar a la humanidad, sino amar al prójimo, a la persona concreta.

Las religiones tienen también una incidencia positiva en la cohesión de la sociedad, tal como pone de relieve el análisis de experienci­as de varios países. El hecho religioso está estrechame­nte vinculado al activo social de la sociedad. El servicio que las religiones prestan a la sociedad es de mucha magnitud y muy importante en la orden prepolític­a de las ideas y valores morales, de las imágenes globales del hombre y de la vida.

Para tomar mayor conciencia de este servicio a la sociedad, se ha de pensar un poco en qué sería de nuestras ciudades sin la presencia de los cristianos, de las parroquias, de las comunidade­s religiosas y de todas las otras realidades eclesiales, como Cáritas.

Serían unas ciudades con muchas carencias desde el punto de vista de la espiritual­idad, la convivenci­a social, la atención a los pobres y marginados, a los ancianos, a los enfermos, a la enseñanza, a la cultura, etcétera, admitiendo que hay muchas otras realidades no eclesiales que también prestan su preciado servicio en estos campos.

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