La mala reputación
Peor que haber perdido siete puestos en el índice que mide el prestigio de las ciudades es que pasen los días y se asuma el varapalo con indiferencia. A Barcelona no le queda otra alternativa que activar la máquina de generar buenas noticias
La reputación de Barcelona como ciudad a donde viajar para vivir experiencias amorosas permanece intacta. Estos días, en las librerías francesas resalta la colorida portada del libro Trans Barcelona Express ,de
(Syros). La novela narra el viaje de una adolescente y su madre a Barcelona, donde se reencuentran con amores perdidos. Previamente, la misma muchacha, Nina, había protagonizado la entrega Bye bye Bollywood. Fue en la India donde se interrumpió la relación con el mismo joven al que espera recuperar ahora entre sangrías en Ciutat Vella o noches al raso en la Barceloneta.
No es esta una mala reputación. Al contrario. París se ha beneficiado durante décadas de su prestigio como destino romántico. ¿Por qué no iba a consolidar Barcelona esta ventaja competitiva promocionada en su día por los cineastas (L’auberge espagnole )y
(Vicky, Cristina... )yqueha propiciado desde entonces decenas de películas y novelas que presentan a la ciudad como la capital de la alegría de vivir?
Además, lo cierto es que el tér- mino reputación se presta a in- terpretaciones. Cualquier amante de la canción francesa, por ejemplo, se ha sentido reivindicado al escuchar la defensa que hacía George Brassens del tipo que se negaba a asistir a la Fiesta Nacional (era cuando el patriotismo nos parecía un concepto superado) y que defendía a los ladronzuelos de manzanas, aunque ello le acarreara una “mauvese réputation” por los siglos de los siglos.
Pero hay otro tipo de reputación que tiene un impacto más directo en el bienestar de las personas y que tampoco puede menospreciarse. Es la que afecta al prestigio de las ciudades en términos no sólo de calidad de vida, sino también de estabilidad política y de actividad económica.
Para calibrarla existe un índice que, sumado a otros estudios y a otros factores, influye en el turismo y en las inversiones que puede recibir una ciudad. En este ámbito, Barcelona recibió la semana pasada un varapalo considerable, al descender del puesto octavo al decimoquinto en el estudio City RepTrak 2018, presentado por el Reputation Institute.
Aun siendo una encuesta entre tantas, el aviso no debería menospreciarse como parece que ya se está haciendo, eclipsado por otras preocupaciones que últimamente absorben todas nuestras energías. Pasan los días y la advertencia se va perdiendo en la vorágine de indicadores blandidos como armas arrojadizas en el debate entre partidarios y detractores del proceso independentista.
Indicadores los hay para todas las sensibilidades. Ciertamente, no hay que olvidar que el verano se inició con la espléndida noticia de que Barcelona se convertirá a partir del 2021 en la sede de la feria del sector audiovisual ISE, que viene organizando desde hace años Amsterdam.
Pero el aviso del Reputation Institute tiene una especial relevancia porque apunta al epicentro de la cuestión, ya que los responsables del estudio vinculan directamente la inestabilidad política –la pérdida de “calidad institucional”– con el retroceso de Barcelona en el índice de prestigio global. Lo cual es especialmente preocupante, ya que el panorama político que se adivina por delante no invita precisamente al optimismo de cara a futuras evaluaciones.
La crisis de los lazos amarillos hace presagiar un otoño de renovada crispación en Catalunya, lo que probablemente dará pie a que se genere el tipo de noticias negativas que son utilizadas por los competidores de Barcelona para abundar en el desprestigio de la ciudad.
Al mismo tiempo, se vislumbran unas elecciones municipales muy reñidas en las que parece difícil que alguna formación obtenga una mayoría sólida para gobernar, una circunstancia que está lastrando el vuelo de la ciudad en los últimos mandatos. La campaña electoral, además, promete estar centrada en todo menos en el debate sobre el modelo de desarrollo urbano que requiere una ciudad con aspiraciones globales.
Completa este escenario pesimista la percepción de que el turismo decae en Barcelona y Catalunya, como demuestran las cifras de ocupación de julio. Y no sólo por la inestabilidad política o por el auge de las acciones turismofóbicas, sino porque hay otras ciudades y otros destinos competidores que tienen a bien reinventarse y promocionarse, como se solía hacer aquí.
Este verano, además, el calor inusual ha propiciado que los alemanes, los británicos o los franceses del norte hayan redescubierto sus litorales y playas, por lo general libres de la destrucción que han causado aquí décadas de especulación inmobiliaria en connivencia con la administración. El cambio climático tampoco juega, por lo que se ve, a favor de los destinos que lo fían todo al buen tiempo.
El único remedio a corto plazo para que Barcelona no siga derrumbándose en los índices reputacionales es, una vez más, poner a trabajar la máquina de generar buenas noticias e intentar mitigar así el impacto de las que no lo van a ser tanto.
Se trata de valorar como se merece el goteo de llegadas de empresas tecnológicas, de trabajar para que lleguen más, de preservar las ferias y demás eventos de la conflictividad política y, por supuesto, de acentuar de una vez el perfil de Barcelona como potencia cultural.
Por ejemplo, este verano se ha perdido una oportunidad preciosa para empapelar el resto de ciudades españolas y europeas con propaganda sobre la (excepcionalmente) magnífica oferta estival de los museos barceloneses.
La inestabilidad política, que ha lastrado a la ciudad en el último estudio, está asegurada en los próximos meses
Este verano se ha perdido la ocasión de promocionar en el exterior la mejorada oferta museística barcelonesa