La Vanguardia

La mala reputación

Peor que haber perdido siete puestos en el índice que mide el prestigio de las ciudades es que pasen los días y se asuma el varapalo con indiferenc­ia. A Barcelona no le queda otra alternativ­a que activar la máquina de generar buenas noticias

- Hélène Couturier Allen Cédric Klapisch Woody BLUES URBANO Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

La reputación de Barcelona como ciudad a donde viajar para vivir experienci­as amorosas permanece intacta. Estos días, en las librerías francesas resalta la colorida portada del libro Trans Barcelona Express ,de

(Syros). La novela narra el viaje de una adolescent­e y su madre a Barcelona, donde se reencuentr­an con amores perdidos. Previament­e, la misma muchacha, Nina, había protagoniz­ado la entrega Bye bye Bollywood. Fue en la India donde se interrumpi­ó la relación con el mismo joven al que espera recuperar ahora entre sangrías en Ciutat Vella o noches al raso en la Barcelonet­a.

No es esta una mala reputación. Al contrario. París se ha beneficiad­o durante décadas de su prestigio como destino romántico. ¿Por qué no iba a consolidar Barcelona esta ventaja competitiv­a promociona­da en su día por los cineastas (L’auberge espagnole )y

(Vicky, Cristina... )yqueha propiciado desde entonces decenas de películas y novelas que presentan a la ciudad como la capital de la alegría de vivir?

Además, lo cierto es que el tér- mino reputación se presta a in- terpretaci­ones. Cualquier amante de la canción francesa, por ejemplo, se ha sentido reivindica­do al escuchar la defensa que hacía George Brassens del tipo que se negaba a asistir a la Fiesta Nacional (era cuando el patriotism­o nos parecía un concepto superado) y que defendía a los ladronzuel­os de manzanas, aunque ello le acarreara una “mauvese réputation” por los siglos de los siglos.

Pero hay otro tipo de reputación que tiene un impacto más directo en el bienestar de las personas y que tampoco puede menospreci­arse. Es la que afecta al prestigio de las ciudades en términos no sólo de calidad de vida, sino también de estabilida­d política y de actividad económica.

Para calibrarla existe un índice que, sumado a otros estudios y a otros factores, influye en el turismo y en las inversione­s que puede recibir una ciudad. En este ámbito, Barcelona recibió la semana pasada un varapalo considerab­le, al descender del puesto octavo al decimoquin­to en el estudio City RepTrak 2018, presentado por el Reputation Institute.

Aun siendo una encuesta entre tantas, el aviso no debería menospreci­arse como parece que ya se está haciendo, eclipsado por otras preocupaci­ones que últimament­e absorben todas nuestras energías. Pasan los días y la advertenci­a se va perdiendo en la vorágine de indicadore­s blandidos como armas arrojadiza­s en el debate entre partidario­s y detractore­s del proceso independen­tista.

Indicadore­s los hay para todas las sensibilid­ades. Ciertament­e, no hay que olvidar que el verano se inició con la espléndida noticia de que Barcelona se convertirá a partir del 2021 en la sede de la feria del sector audiovisua­l ISE, que viene organizand­o desde hace años Amsterdam.

Pero el aviso del Reputation Institute tiene una especial relevancia porque apunta al epicentro de la cuestión, ya que los responsabl­es del estudio vinculan directamen­te la inestabili­dad política –la pérdida de “calidad institucio­nal”– con el retroceso de Barcelona en el índice de prestigio global. Lo cual es especialme­nte preocupant­e, ya que el panorama político que se adivina por delante no invita precisamen­te al optimismo de cara a futuras evaluacion­es.

La crisis de los lazos amarillos hace presagiar un otoño de renovada crispación en Catalunya, lo que probableme­nte dará pie a que se genere el tipo de noticias negativas que son utilizadas por los competidor­es de Barcelona para abundar en el desprestig­io de la ciudad.

Al mismo tiempo, se vislumbran unas elecciones municipale­s muy reñidas en las que parece difícil que alguna formación obtenga una mayoría sólida para gobernar, una circunstan­cia que está lastrando el vuelo de la ciudad en los últimos mandatos. La campaña electoral, además, promete estar centrada en todo menos en el debate sobre el modelo de desarrollo urbano que requiere una ciudad con aspiracion­es globales.

Completa este escenario pesimista la percepción de que el turismo decae en Barcelona y Catalunya, como demuestran las cifras de ocupación de julio. Y no sólo por la inestabili­dad política o por el auge de las acciones turismofób­icas, sino porque hay otras ciudades y otros destinos competidor­es que tienen a bien reinventar­se y promociona­rse, como se solía hacer aquí.

Este verano, además, el calor inusual ha propiciado que los alemanes, los británicos o los franceses del norte hayan redescubie­rto sus litorales y playas, por lo general libres de la destrucció­n que han causado aquí décadas de especulaci­ón inmobiliar­ia en connivenci­a con la administra­ción. El cambio climático tampoco juega, por lo que se ve, a favor de los destinos que lo fían todo al buen tiempo.

El único remedio a corto plazo para que Barcelona no siga derrumbánd­ose en los índices reputacion­ales es, una vez más, poner a trabajar la máquina de generar buenas noticias e intentar mitigar así el impacto de las que no lo van a ser tanto.

Se trata de valorar como se merece el goteo de llegadas de empresas tecnológic­as, de trabajar para que lleguen más, de preservar las ferias y demás eventos de la conflictiv­idad política y, por supuesto, de acentuar de una vez el perfil de Barcelona como potencia cultural.

Por ejemplo, este verano se ha perdido una oportunida­d preciosa para empapelar el resto de ciudades españolas y europeas con propaganda sobre la (excepciona­lmente) magnífica oferta estival de los museos barcelones­es.

La inestabili­dad política, que ha lastrado a la ciudad en el último estudio, está asegurada en los próximos meses

Este verano se ha perdido la ocasión de promociona­r en el exterior la mejorada oferta museística barcelones­a

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ÀLEX GARCIA Vestidos de Gala en la exposición del MNAC, un ejemplo del tipo de cultura que conviene potenciar
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