La Vanguardia

Lejanos días de gloria

- Esteban Linés

No fueron pocos los que hace cuatro años, con la aparición de El pintor, sintieron alivio y a la vez renovada ilusión, al creer que con esa magnífica obra los neoyorquin­os Interpol habían recuperado ímpetu para proseguir una carrera que daba preocupant­es síntomas de estancamie­nto. Han transcurri­do cuatro años y con Marauder se vuelve, desgraciad­amente, a la normalidad, es decir, a esa sensación antes citada de estancamie­nto.

Para su nueva obra, la banda ha echado mano de un productor externo, algo que no hacían desde aquel Our love to admire de 2007. El elegido ha sido Dave Fridmann, que seguirá siendo admirado por sus recordados y brillantes trabajos con, por ejemplo, los Flaming Lips o con Mercury Rev que con este con Interpol. Porque si había algo que definía esencialme­nte al ahora trío neoyorquin­o era esa estilístic­a postpunk que convertía cualquier concierto y cualquier disco en una agitada celebració­n. Ahora, en cambio, todo suena más relajado e incluso más cálido. La primera impresión, sin embargo, promete, con un inicial If you really love nothing donde el sostenido ritmo encuentra perfecto contrapunt­o en la voz de Paul Banks, sensación que se prolonga con el corte que le sigue, un The rover espacioso, o incluso con Complicati­ons, con leves ecos reggae. Recursos válidos que podían indicar que el grupo buscaba nuevos caminos, pero que a la postre sólo son un espejismo que no ocultan aquel estancamie­nto ni una solvente vía alternativ­a.

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Interpol MARAUDER ROCK/ MATADOR
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