Lejanos días de gloria
No fueron pocos los que hace cuatro años, con la aparición de El pintor, sintieron alivio y a la vez renovada ilusión, al creer que con esa magnífica obra los neoyorquinos Interpol habían recuperado ímpetu para proseguir una carrera que daba preocupantes síntomas de estancamiento. Han transcurrido cuatro años y con Marauder se vuelve, desgraciadamente, a la normalidad, es decir, a esa sensación antes citada de estancamiento.
Para su nueva obra, la banda ha echado mano de un productor externo, algo que no hacían desde aquel Our love to admire de 2007. El elegido ha sido Dave Fridmann, que seguirá siendo admirado por sus recordados y brillantes trabajos con, por ejemplo, los Flaming Lips o con Mercury Rev que con este con Interpol. Porque si había algo que definía esencialmente al ahora trío neoyorquino era esa estilística postpunk que convertía cualquier concierto y cualquier disco en una agitada celebración. Ahora, en cambio, todo suena más relajado e incluso más cálido. La primera impresión, sin embargo, promete, con un inicial If you really love nothing donde el sostenido ritmo encuentra perfecto contrapunto en la voz de Paul Banks, sensación que se prolonga con el corte que le sigue, un The rover espacioso, o incluso con Complications, con leves ecos reggae. Recursos válidos que podían indicar que el grupo buscaba nuevos caminos, pero que a la postre sólo son un espejismo que no ocultan aquel estancamiento ni una solvente vía alternativa.