La Vanguardia

Jugadores lágrima

- Carlos Zanón

Hubo un tiempo en que los jugadores de fútbol no lloraban. Les aseguro que es cierto. Los jugadores también se iban de un club con permanenci­as mucho más longevas que las actuales pero no lloraban. Algunos, si acaso se despedían de su público en el campo con los sentimient­os en el pecho como un gato en una caja de zapatos. Y si a alguno se le humedecían los ojos simulaba que se le había metido algo en el ojo. La única excepción fue la de Johan Neeskens, pero aquélla fue la primera y última ejecución sumaria en la plaza Sant Jaume.

El último en romperse ha sido el defensa argentino y capitán del Sevilla, Nico Pareja. Se va del club para ir al Atlas de México. Es obvio que el rol masculino ha cambiado y aquello de que los hombres no lloran era una memez represora. Pero como suele ser habitual en el gen competitiv­o masculino ya que puedo llorar, voy a llorar a saco y por todo y ganarme una Estrella Michelin del Lloro. Y que conste que me parece muy bien llorar hasta el colapso pero había algo digno en reservarte las cosas que más te afectaban para lo privado. Tenía su dignidad comprobar que alguien controlaba lo que sentía, lo que decía y lo que pensaba. Pero el mundo de las television­es y, en especial, ese nido de víboras cobardes de las redes sociales han instaurado la pornografí­a a todos los niveles. Todo el mundo ha de ver cómo cocinamos, cómo nos peleamos, cómo somos generosos y cómo lloramos de esa pena grande que nos está matando.

El planteamie­nto de una despedida de un jugador ya sea porque se retira o porque se marcha a otro equipo –uno mejor o que le paga más o más cerca de sus orígenes– ordena todos los elementos, compañeros, familia, niños, presidente y utilleros en una dramaturgi­a letal como una pitón negra. Todo lleva al orgásmico momento en que el jugador se rompe en medio de una frase. Tanto que a uno le dan ganas de decirle como a esas novias que te abandonaba­n hechas una Magdalena: “Si tanta pena te da dejarme, ¡no me dejes!”. La mencionada dramaturgi­a no acepta que tú salgas llorando por la entrada de la Sala. Has de llegar con la mirada baja, empezar a leer y, a los cinco minutos, quebrarte mientras tratas de seguir leyendo. Una rueda de prensa de despedida no deja de ser un plató televisivo en el que todo, absolutame­nte todo, está preparado para que llegado el caso, lloraran Los Vengadores en pleno. El jugador saliente se trae un discurso emocionant­e. A su lado, el presidente o un jugador se traen los suyos también chapoteand­o en el melodrama de película dominical de Antena 3. Es imposible que todo aquello no acabe con un joven que desiste de acabar de leer lo que tiene escrito en el papel, hipando, moqueando, llorando, anegado en la emoción. No hay nada de falso en ello. Pero que el resorte funcione no impide que no sea un truco fácil, símbolo de una época donde todos los lechones estamos ricamente rebozados en fango, desnudos y llorones, a los ojos de todos. Esperando el día de la matanza. Ese día en que a nadie le importe ni recuerde por qué llorabas.

Hubo un tiempo en que los jugadores de fútbol no lloraban. Les aseguro que es cierto

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